lunes, 5 de mayo de 2025

De aquellos polvos vinieron estos lodos

 


La degradación de la vida española es notoria desde hace muchos años. Una buena muestra es el artículo de Julián Marías, el año 1993, sobre los ultimos años de la primera época socialista, desde 1982.

Seguidamente muestro el artículo: "Mando y gestión" escrito en el periódico ABC el mes de marzo de 1993:

                              


                Mando y gestión


PARECE muy probable que en este año el poder pase en España a otras manos. El deseo de que sea así es muy fuerte en una gran parte de la población. Falta saber si se convertirá en voluntad en el momento preciso y si podrá superar la inercia de otra fracción considerable de la sociedad, Pero, aparte de lo que suceda me preocupa que este cambio, si se produce, pudiera no ser adecuado y fecundo. Me parece oportuno anticipar algunas reflexiones sobre las condiciones necesarias para que el porvenir no vuelva a comprometerse y malgastarse.

El mayor error cometido en los últimos diez años - y no en los inmediatamente anteriores, desde 1976 – ha sido confundir el derecho a mandar, conseguido legítimamente mediante unas elecciones válidas, con el inexistente de que un partido asuma la gestión íntegra de un país.

Los miembros de un partido, y por supuesto en España, son una mínima fracción de la población; todos juntos representan una reducida minoría; algo semejante, no se olvide, ocurre con las organizaciones sindicales, que se atribuyen una representación mayoritaria que no les pertenece.

No se puede suponer que los afiliados a un partido- a ninguno - sean personas especialmente cualificadas; es inverosímil que posean las múltiples competencias necesarias para realizar las complejas funciones que necesita una nación para seguir adelante con decoro y eficacia. Por consiguiente, que toda la gestión se ponga en manos de los afiliados al partido que legítimamente puede gobernar es una literal usurpación de funciones y, más aún, una inversión de la democracia, ya que la inmensa mayoría del país queda excluida de su intervención en los asuntos nacionales.


Añádese a esto algo decisivo: el área de las competencias del poder público – Gobierno y Parlamento, supuesta su plena legitimidad – es limitada. Se reduce a la convivencia social, su administración y regulación. Nada más, y ya es bastante. Pensar que el poder, por legítimo que sea, es dueño del país y puede disponer de él a su antojo es una atroz forma de tiranía, que puede ir acompañada de “tranquilidad de conciencia” en vista de las votaciones. Los llamados “derechos humano”, la vida personal y privada, la libertad religiosa y todas las que corresponden al hombre como tal quedan fuera de la política y, por tanto, de toda soberanía. Desconocer esto es una forma de totalitarismo.

Ninguna magistratura, institución o corporación tiene potestad sobre la realidad de un país; ni siquiera el conjunto de sus habitante puede identificarse con él, porque no se puede conceder a los vivientes en un momento – que se van cambiando y sucediendo – la facultad de disponer de la íntegra realidad de un país. España es mucho más que el conjunto de los españoles vivos en un año determinado. No se reduce al presente; la España “actual” no es la España “real”, y los gobernantes tienen que contar con ésta en primer lugar, porque es menester partir de la continuidad y, más aún, no obturar las posibilidades del futuro,

Creo que un partido que pretenda gobernar y no perder su derecho a hacerlo tiene que tener presente los aspectos que acabo de mencionar. Son tan elementales y tan evidentes que casi da vergüenza recordarlos; pero como parece que se olvidad, me creo obligado a ello.

Me tranquiliza mucho sobre el porvenir de nuestro país ver que se tiene en cuenta las condiciones de una gestión digna y eficaz de los asuntos públicos. Si algún partido mostrara conciencia de sus limitaciones, de tener que contar con los d y, sobre todo, con el conjunto del país, si no amenazara con ejercer el monopolio sobre él sino, por el contrario, pretendiera la movilización e incorporación de todos a las tareas nacionales, si se sintiera como la representación de los demás, me sentiría esperanzado.

Nada más descorazonador que la impresión de que la mayoría del país está excluida de toda intervención que no sea la de votar cada cuatro años, y acaso con un margen de decisión real muy limitado. Si tetrás de un partido se adivinase un repertorio de personas ajenas a él pero dignas de confianza por su capacidad, experiencia y decencia, como un equipo con posibilidades de llevar a cabo una gestión de los asuntos nacionales en todas sus dimensiones, sentiría renacer la confianza que sentí durante los primeros años de la Monarquía y que nunca debió palidecer.

Esa confianza se aumentaría si se viese la voluntad de aprovechar las posibilidades españolas, la totalidad de sus recursos, empezando por su historia, siguiendo por los económicos y sobre todo humanos, sin excluir las instituciones existentes, y muy en particular esa Monarquía a la que se debe lo más positivo de los últimos tiempo y la evitación de no pocos infortunios.

Setía menester el valor de proclamar las exigencias de la vida nacional en nuestra época, sin ceder a presiones de grupos sociales, regiones o instituciones, sin disimular lo que parece valioso por el hecho de que no esté de moda o que no guste a algunos órganos de expresión. Un partido tiene que ofrecer lo que es, lo que verdaderamente quiere, para ue la opinión lo acepte y apoye o lo rechace. Se debe guardar de prometer lo que no puede prometer más que con la seguridad de no cumplirlo, y debería tener la entereza de explicar por qué es así.

Debería, sobre todo, auscultar lo que verdaderamente desea España, averiguar las cosas que más le importan y a un número mayor de españoles; no para olvidar o perjudicar a los que son minoritarios, pero sí para no creer que son la mayoría porque gritan más: otra forma frecuente de inversión de la democracia.

Y, por supuesto, debería mostrar un respeto sacro por lo que es la realidad de España, pasada, presente y futura, tener presente que los poderes públicos tiene que estar al servicio de esa totalidad, sin amputaciones, sin dejar que el capricho, los intereses particulares o la demagogia enturbien las cosas y hagan con la realidad nacional lo que se les antoje.

Si esto existiera, se volvería a despertar la ilusión colectiva que en un momento existió y que debió ir a más y consolidarse en lugar de languidecer y marchitarse. El día que haya elecciones en España, ¿cuántos votarán? Si son muchos, ya eso me hará sentir confianza. Si prefieren quedarse en casa o irse de excursión, pensaré que España como tal ha perdido las elecciones, sea cualquiera el resultado.

Pero hay procurar y esperar que el voto no sea simplemente un penoso deber que se cumple para tranquilizar la conciencia o por cualquier variedad de soborno, sino que responda a una esperanza justificada y a una voluntad de afirmar la presencia de todos en la gestión y proyección de España de la cual estamos hechos y que va a ser el cauce de nuestras vidas.


Julián MARÍAS




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