En un apartado anterior publiqué el artículo de Julián Marías, escrito en el año 1959, titulado "Consignas convergentes", que se puede leer en el enlace anterior. Debido a la dificultad de su lectura, por ser la reproducción de una fotocopia, se hacía necesario una presentación más adecuada.
Este escrito es clave para explicar cómo se combinan diversos esfuerzos para eliminar de la vida pública española lo mejor de su creación cultural, desde la generación del 98, por lo menos. Ahora nos damos cuenta, mejor que antes, de las consecuencias de esa labor destructora.
Seguidamente muestro el contenido de dicho artículo:
Consignas convergentes
Se está poniendo de moda, por dos, o acaso tres, facciones opuestas -por lo menos en apariencia- el intento de "hacer el vacío" en España. Vientos de negativismo soplan desde diversos puntos del cuadrante. Se quiere hacer almoneda de la tradición próxima -que es condición de toda otra lejana y, además, la de más valor que hemos tenido en tres siglos-, descalificando con varios pretextos a los hombres de la generación del 98 y de la siguiente. Unas veces son "impíos", otras son "burgueses", en ocasiones eran "demoledores" y no aceptaban España, sin perjuicio de que al día siguiente se nos diga que eran "conformistas" y que se extasiaban ante un paisaje o un pueblo castellano, en vez de haberse dedicado a convertirlos en "comunas", estilo Mao. Un día se los increpa porque no les gustaba Balmes, al día siguiente porque no entendían el arte, el tercero porque eran individualistas y minoritarios -aunque sus lectores sean legión, y los de los "multiudinarios" objetantes sean los doscientos suscriptores de una pequeña revista o de una colección "exquisita"-. Casi siempre se prescinde de entenderlos: probablemente no se conseguiría, pero, además, no se trata de eso: lo que realmente han pensado y escrito, lo que quieren decir sus obras, ¿qué más da? Porque lo que se busca es "hacer el vacío", despoblar, devastar esa "espaciosa y triste España", a ver si, ya que no más espaciosa, resulta más triste. Se intenta anular una tradición, justamente por lo que tiene de continuidad y, por tanto, de continuación: hay que descalificar todo lo que tiene, como herencia legítima, de esas dos generaciones ejemplares; dar por nulo e inexistente lo que se ha hecho -con tanto esfuerzo, a veces con algún heroísmo- en el pensamiento, en la literatura, en el arte de varios decenios. ¿Para qué? Para intentar persuadir a los mal informados de que dos o tres grupos de recién llegados -jóvenes o menos jóvenes, según los casos- van a empezar. Y como no están seguros de añadir mucho a lo existente, necesitan convencer a los demás de que no hay nada, de que empiezan en cero. Por eso el cero es su primer objetivo.
Se dispara desde opuestos flancos, pero las miras son convergentes, los fuegos se cruzan en el mismo punto. Con tal precisión, que a veces se piensa en un ataque combinado. Al final, se nos muestran, como otros tantos banderines, dos, tres listas de nombres; pocos nombres, pero que se repiten una vez y otra, siempre los mismos en cada caso. Son poco más que nombres, con una realidad intelectual mínima, incluso con una realidad social efectiva -lectores, espectadores, discípulos, gentes impregnadas de su labor, en gran medida deudoras y herederas- muy escasa. Tampoco hay detrás una doctrina o una estética o un ejemplo. Ni siquiera -lo que sería lícito y útil- una crítica real, que pusiese a prueba, incluso aceradamente, el valor de todo lo que pretende tenerlo. Solo hay consignas. Con distintas voces, se repiten cosas que hemos leído en varias lenguas y en distintos países. A veces sirven al partidismo; otras al resentimiento; de un modo o de otro, a la impotencia creadora, generadora de envidia. Porque lo que menos se perdona es la realidad.
Ortega, que tantas cosas anticipó, filió en cuatro líneas, allá en 1927, este tipo de actitudes. Contraponiendo a la "egregia labor" de los católicos alemanes la de otros grupos, decía de estos últimos: "Usan del catolicismo como de una maza. Se ve demasiado pronto que su afán no es el triunfo de la verdad, sino el apetito de mando. La actitud que han tomado la han aprendido de los sindicalistas, comunistas, etc. Porque hubo un tiempo en que como ahora a ciertos católicos les basta con declararse católicos para asumir todas las sabidurías, los socialistas extremos creían poseer en cifra todas las verdades y desdeñaban la ciencia burguesa. También había una crítica literaria socialista donde volcaban toda su miseria mental y todo su rencor las almas menos bellas del tiempo".
Cuando se lee algo conviene pararse un momento a pensar si eso que se ha leído lo dice el que lo escribe o es una simple resonancia de "la voz de su amo".
Revista Ínsula. Enero 1959.