Desde pequeño veraneaba en Soria, y allí coincidía con la familia
de Julián Marías. En uno y otro lado de la ciudad me encontraba con
los cuatro hijos de Julián y Lolita: en la Dehesa, en el Castillo,
en Valonsadero... Disputando la subida a los leones de piedra: no me
atrevía a subirme al mismo tiempo que ellos, no fuera que me
empujaran al intentar acceder a tan encumbrada bestia inmóvil.
Pasaron los años y
los niños de los Marías se hicieron mayores. Ya iban solos al río
Duero, en barca, a bañarse en medio del agua, todos juntos, sin
separase unos de otros. Los seguía con la mirada mientras
descendía el río desde la Fábrica hasta el embarcadero, para luego tomar con los amigos unos porrones de cerveza y gaseosa, para así
soportar con energía la subida de la cuesta que lleva al centro de
la ciudad.
Un año me encontré
con la familia de Marías viviendo en el piso inferior a la vivienda
que tenía mi abuela en la calle del Collado n.º 3. Allí me cruzaba
con algún miembro de la familia, subiendo o bajando las escaleras.
En una ocasión me encontré con Javier, coincidiendo con la
presencia de unas barras de hielo, usadas para las neveras de
aquellos años. Le dije que si se atrevía a darle una patada, pensando que era incapaz de semejante barbaridad. Al poco de entrar
en la casa escuché un estruendo enorme, era la barra de hielo
destrozada. Ese fue mi primera, y casi única relación con Javier
Marías. Andando los años, en la Real Academia de la Lengua le
recordé ese encuentro, pero no se acordaba. Su hermano Álvaro sí
lo recordaba, pues fue él mismo quien me lo mencionó en su momento,
cuando yo también lo había olvidado.
A partir del año
1946 la familia de Marías veraneaba en Soria, incluso los tres
meses. Alojados en diversos establecimientos. Según me cuenta mi
familia, el año que murió el primer hijo de Julián Marías: Julianín, iban los Marías a pasar el verano en casa de mi abuela, pues gracias a la
amistad con la familia de los Gaya, los alojaba en su casa. Pero la
muerte del primer hijo de la familia hizo que pasaran ese año el
verano en Burgos, acompañados de sus familiares, para poder pasar el
amargo trance de la pérdida del niño.
Javier Marías ha
conocido la fama y el prestigio de los grandes creadores. Sus
progenitores fueron unas personalidades egregias, discípulos ambos
de Ortega y Gasset, que lograron transmitir y acrecentar, a pesar de enormes dificultades, el patrimonio
acumulado de lo mejor de la cultura española. Ayer conocimos el
triste desenlace de la vida de Javier y apenados por esta noticia,
recordamos las ideas de su padre Julián en el capítulo sobre: “La
imaginación de la vida perdurable” de su libro: “La felicidad
humana”. En dicho capítulo imagina la otra vida como la
experiencia simultánea de las diversas etapas de la vida: deseaba
Julián Marías ver a sus cuatro
hijos juntos en la bañera de su casa.
Espero que Javier
viva otra vez la subida a los leones del Castillo o la navegación por el padre Duero, en la vida perdurable, que tanto esperó
su padre e imaginó en páginas magistrales.
Descanse en paz
Javier Marías, compañero en la distancia de aquellos veranos inolvidables.