Conferencia impartida por Julián Marías en el Casino de Madrid, el 9 de febrero de 1996. Cincuenta años después del bautizo, que realizó el propio Marías, de la Escuela de Madrid: Conjunto de discípulos y doctrina filosófica surgida por inspiración y magisterio de José Ortega y Gasset.
Transcribo esta conferencia de una grabación particular, que se oye con dificultad. Si alguien quiere tener una copia se la puedo enviar, con mucho gusto.
Libro de Julián Marías: La Escuela de Madrid
Ortega y la Escuela de Madrid
Empecé ha hablar de Escuela de Madrid hace exactamente medio siglo - en 1946 - Indicando que no era una Escuela, ni estaba en Madrid. Estaba bastante dispersa y no era una escuela propiamente. Empecé mis estudios universitarios y mi vida intelectual, en su primera madurez, el año 1931. Estudié en esa fantástica facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad de Madrid. De la cual han oído hablar hace un momento, y tenía una particularidad: estaba organizada en torno a la filosofía. Ortega no era su decano - hubiera sido un mal decano - pero el decano era Manuel García Morente, que probablemente sea el mejor de los decanos posibles. Pero Ortega era el inspirador de la Facultad, tenía una autoridad, un prestigio y una fuerza de persuasión inmensas, y por consiguiente, la facultad entera tenía una cierta sintonía con Ortega. No es que fuera mandón, ni que la dirigiera, pero toda la Facultad tenía que ver con lo que Ortega significaba, había la convicción de que si algo había creador en aquella facultad, que había muchas cosas creadoras, Ortega era el ejemplo más vivo.
Hay que decir además que en la cultura española de aquella época, de los comienzos de los años treinta, y ya desde antes, desde los años veinte, la filosofía se había constituido en el centro de organización de esa cultura, como no ocurre en otros sitios. Si ustedes leen los libros valiosos, de asunto intelectual, publicados en España desde el año veinte, diría que hasta ahora, verán que en todos los campos hay un número de referencias filosóficas, de presencia de conceptos filosóficos, absolutamente desusada en ningún otro país; en ninguna otra lengua se encuentra nada parecido. Esto es sumamente importante.
Había una organización en torno a la filosofía, y esto es justo, porque la filosofía consiste en hacerse la preguntas radicales. Si algo se llama filosofía pero no se hace las preguntas radicales, entonces no es filosofía. Esta situación esta pasando hace muchos años, no solo en España, sino en el mundo entero, desde hace bastante tiempo. La filosofía había tenido eclipses, todo lo humano los tiene. Ortega lo dijo con humor y con gracia, hablando del positivismo del siglo XIX: "La filosofía tuvo un pasajero ataque de modestia y quiso ser una ciencia".
Se produjo a principio de nuestro siglo XX lo que he llamado "un punto de inflexión", la filosofía recuperó su sentido, recuperó su exigencia de plantearse los problemas radicales, de enfrentarse con ellas. Las respuestas son secundarias, se encuentran o no se encuentran. Lo decisivo son las preguntas. La filosofía consiste en hacerse preguntas, las preguntas sobre la realidad como tal, sobre el puesto que tiene cada realidad como tal. Esto lo hizo un conjunto de filósofos en toda Europa. Hablo de ellos en un libro reciente: "Razón de la filosofía". Y ese punto de inflexión se realiza antes y con mayor plenitud en Ortega. Entonces empiezan a plantearse nueva cuestiones.
Se descubre una nueva realidad, que se ha llamado de muchas maneras, según los puntos de vista, que Ortega llamaba en buen español: "la vida humana", más concretamente "mi vida", la vida de cada cual, y paralelamente descubre un método de conocimiento: "la razón vital", la razón sin la cual no es posible vivir humanamente. El hombre no tiene apenas instintos, son muy pobres y muy pocos, el hombre no puede vivir, no puede elegir su camino en la vida nada más que pensando, razonando. Es por tanto la razón vital inseparable de la vida, la condición misma de la vida humana.
Recuerden que había habido un acceso de irracionalismo, que en cierto modo lo representa una figura tan admirable como Unamuno, al que le dediqué uno de mis primeros libros de manera entusiasta. No quiso ser filósofo, no creía que la razón fuera capaz de entender la vida, que la razón congela y mata en cierto modo la vida. Creo que obligué en mi libro de 1943: "Miguel de Unamuno", obligué a Unamuno a ser el filósofo que era, porque él no quería serlo, lo era y grande, pero no quería serlo. Ortega sí, Ortega lo era y además quería serlo. Y Ortega junta esas dos palabras: razón y vida en el concepto de "razón vital", que es la razón sin la cual la vida no es posible, pero hay algo más, cuando Ortega se pregunte qué es razón, encuentra que es la vida misma la que da razón, el instrumento que da razón. Porque yo entiendo algo cuando lo hago funcionar en mi vida, cuando le doy un puesto en mi vida. Es mi vida la que me permite entender algo, es el órgano mismo de la intelección, de la comprensión. Es la doble cara que tiene la expresión "razón vital".
Ortega en su primer libro, publicado el año que yo nací- hace una buena temporada - en "Meditaciones del Quijote", justamente aparece allí la fórmula "razón vital" y también "yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo". No olviden la segunda parte de la frase. Si los ecologistas supieran de qué hablan, pondrían esa frase como lema fundamental.
Ahí se realiza ese punto de inflexión, que consiste en la recuperación de la filosofía, se vuelven ha hacer las preguntas radicales y tenga los medios de hacerlo. Cuando se habla de realidades proyectivas, de las realidades colectivas, de la razón histórica, ahí está la "razón vital" como el sistema conceptual necesario para todas esas cuestiones.
A mis diecisiete o dieciocho años me encontré con este sistema intelectual, con Unamuno lejos, maestro de lectura, pero no de presencia y con los otros maestros, sobre todo Ortega y después Morente, luego Zubiri y al año siguiente a José Gaos, que era una figura admirable intelectualmente. Morente había sido discípulo de Ortega - eran amigos - Zubiri había sido discípulo de Ortega y de Morente. Gaos de Ortega, Morente y Zubiri. Yo de los cuatro; hay una continuidad, fui el más afortunado.
Había un grupo de personas que estudiamos filosofía con enorme vocación, no puedo recordarlos a todos. Puedo nombrar a Antonio Rodríguez Huéscar, que ha muerto hace poco y que tenía un sinceridad, una veracidad y una devoción ilimitada a Ortega, en realidad dedicó toda su vida a estudiarlo. Había muchos otros y en diversos campos como la historia, la sociología, el derecho que habían recibido los principios de ese pensamiento, se habían beneficiado del punto de vista filosófico y lo habían incorporado a sus particulares preocupaciones. Recuerdo que en el año 1933, en el crucero universitario por el Mediterráneo nos dio una conferencia Enrique Lafuente Ferrari y los estudiantes le felicitamos por la claridad de su exposición y él nos dijo que había estudiado filosofía, luego se especializó en historia del arte. Este fenómeno es enormemente importante; podrán encontrar en las obras de los autores de esa época, y hasta hoy, la huella de la filosofía.
Pero todo esto se lo llevó la guerra civil, tan destructora, tan ilimitadamente destructora, desde las vidas, los edificios, las ciudades. La libertad, por supuesto, en ambas partes. Cuando se reanudó la vida normal, más o menos, en 1941 la vida intelectual, que había sido tan rica, parecía que se había perdido lo que podía ser la Escuela de Madrid. Se había eliminado su huella de toda la enseñanza, de todo lo oficial. No se podía hablar de Ortega ni de sus continuadores. Había un efecto disuasorio y las personas que tenían vocación filosófica real decidieron orientarse hacia otros campos, menos atacados, menos sospechosos, y dedicaron su vida a la historia, a la sociología, a la literatura, la filología, la psicología, el arte, la economía, llevando ese impulso filosófico que puede encontrarse en las obras de casi todos los que han trabajado y pensado en España en es años. Solamente algunos - muy obstinados, muy testarudos - como yo mismo - nos empeñamos en seguir, contra viento y marea, en continuar desde donde fuera posible, como una especie de náufragos.
Entonces es cuando empecé a hablar de "Escuela de Madrid" en el año 1946. Publiqué un pequeño libro, titulado "Filosofía española actual" con cuatro nombres: Unamuno, Ortega Morente y Zubiri. Trataba de analizar cual es el puesto de estas figuras, que habían significado en esa promoción de la filosofía en España. En estos cincuenta años han pasado muchas cosas. Los hombres en nuestra época han demostrado no tener prisa por morirse. En todas las épocas los hombres se morían pronto, a los sesenta años se llegaba a la ancianidad. Ahora nadie se atreve a llamar anciano a un hombre de sesenta años, porque no lo es.
Ha habido una continuidad, la gente dura más, aunque Morente murió bastante joven. Ha a habido generaciones nuevas que se han incorporado a la vida filosófica, incluso en la enseñanza oficial ha llegado a incorporarse esta situación. Esto ha hecho que este movimiento intelectual no se haya extinguido todavía. Además ocurrió ese fenómeno, lamentable, doloroso, que fue la expatriación, que continuó la acción de España, la presencia de España en América. En América del Norte también y en América Central y América del Sur.
En los Estados Unidos ha habido una enorme cantidad de profesores españoles que siguieron este camino, escribieron sus obras en inglés. En todas partes de América... Argentina, Puerto Rico, con Jaime Benítez, tantos años rector de su universidad, que pertenece por derecho propio a la Escuela de Madrid, que hizo que su universidad siguiera los principios de Ortega, y hasta fundó una facultad de Estudios Generales, siguiendo las ideas de Ortega expresadas en su libro "Misión de la Universidad" de 1930.
Es decir, hubo una diáspora que fue fecunda. Se hizo pensamiento orteguiano en otras circunstancias distintas, y hubo reflejos, comunicación, y nos hemos encontrado con todo ello cuando viajábamos por la América del Norte y por la América del Sur. La Escuela de Madrid, por tanto no está en Madrid, ni es una escuela propiamente dicha. La filosofía no funciona con equipos como lo hace la ciencia y es la clave de su éxito, pero la filosofía es individual, personal, y las relaciones personales son las que hacen la escuela de la filosofía, en la escuela se recibe el impulso, se recibe el ejemplo.
He dicho muchas veces que la función del profesor universitario, sobre todo, es pensar con los estudiantes, delante de ellos. Es la única manera de contagiar el pensamiento, que es contagioso, pero no demasiado, entonces sí llega. Cuando alguien piensa delante de otros, cuando ven el pensamiento en estado naciente, luchando con los problemas, con las dificultades, con las cosas, con las dudas, entonces se puede contagiar el pensamiento. Llegando a engendrar otros modos de pensamiento, otros focos de entusiasmo.
La Escuela es una relación personal entre gentes, en principio, de diversas generaciones, que piensan a diferentes niveles, frente a problemas que no son los mismos, que son diferentes, que son los suyos propios. Ortega expresaba muchas veces la expresión: "A la altura del tiempo", yo he añadido otra expresión que completa la anterior: "A la hondura del tiempo", porque la altura del tiempo, a veces, es una altura superficial, la apariencia, lo que se dice: lo vigente, para hablar en un término muy orteguiano. Pero por debajo de la superficie, a veces, hay algo que no es vigente, que está oculto. que no se manifiesta, pero es la clave de una situación humana, es precisamente a eso que llamo: "La hondura del tiempo".
La Escuela no puede significar repetición ni continuismo, al contrario, es necesidad de continuar, de seguir adelante. Por tanto el que parte de una forma de pensamiento, lo absorbe, lo asimila y lo digiere, a poco que haga, irá más allá, pero el que tiene la soberbia de no reconocerlo, se encontrará al final de su vida que permanece en el punto de partida. En la Escuela de Madrid, partiendo de Ortega, que hacía un pensamiento circunstancial: "Yo soy yo y mi circunstancia", exige la originalidad del pensamiento, obliga a la innovación, con la única condición, que es no buscarla. El que busca la originalidad está perdido. En el arte y en la literatura, durante la segunda mitad del siglo XIX hubo una enorme afán de originalidad, una epidemia de ella. Los científicos, literatos, artistas habían creado dentro de los estilos vigentes, hacían una obra verdadera o bella y era original, desde sí mismos desde su personalidad única, insustituible. Era entonces original por fuerza, pero cuando se busca la originalidad, se la pierde.
Lo que importa al intelectual no es la originalidad, es la verdad. Ahora cuando se habla de un intelectual, de un escritor, de un pensador, no se habla sobre si lo que dice es verdad o no. Ortega en un ensayo importante, escrito en el año 1934 y publicado después de su muerte, hablaba de la falta de veracidad de algunos filósofos, y comentaba que había tenido la idea de escribir un ensayo con el título: "Genialidad e inverecundia en el idealismo trascendental" Porque los geniales filósofos del idealismo alemán tenían un afán de sistema, de que la realidad se ajustara a sus espléndidas construcciones intelectuales. El resultado es la falta de veracidad, sacrificada a la construcción de su sistema.
El filósofo tiene que ajustarse a la realidad, que penetre en él, que se refleje en su alma, esa es justamente la verdad. No importe ser original, lo que importa es conocer la verdad, saber como son realmente las cosas y decirlo. El intelectual, el filósofo es el hombre que mira a la realidad, y dice lo que ha visto, pase lo que pase,. Esta es una pequeña condición que añado y que es particularmente interesante.
Se produce un movimiento que es la Escuela de Madrid, al cual se agregan otras personas, por ejemplo tenemos el caso de José Ferrater Mora, que procedía de Barcelona, pero cuando tuvo que hacer una obra filosófica madura tuvo que recibir los influjos de esta Escuela de Madrid, muy principalmente del pensamiento orteguiano, formando parte de esa hermandad polémica, con desigualdades. de la escuela madrileña. Porque las discrepancias son muy grandes, no es menester pensar lo mismo. Lo importante es hacerse las preguntas radicales desde su punto de vista particular, desde sus intereses personales; a unos les interesan unas cosas y no otras. Cada uno tiene preocupación por ciertos aspectos de la realidad, que es inagotable.
Todo lo que uno ha visto es verdad, decía el padre Gratry, filósofo extraordinario, sobre el que hice mi tesis doctoral, hace mil años. Todo lo que uno ha visto, no lo que añade a eso, es verdad. Ortega vio con claridad enorme esto, huyendo de todo relativismo, pero la realidad se ve desde un punto de vista, desde una perspectiva. El Guadarrama visto desde Madrid no es lo mismo que visto dese Segovia, decía Ortega, pero ambas son verdaderas, porque la realidad solo se puede conocer perspectivamente y ninguna verdad agota la realidad.
Hay muchas diferencias en esta Escuela de Madrid, pero los filósofos, cuando no son suplantadores, se entienden bien. Cuando uno es verdadero filósofo se encuentra en concordia con otros filósofos, porque están hablando sobre lo mismo, sobre lo real, desde el fondo de sí mismo, preguntándose, haciéndose las preguntas radicales. Por eso hay una hermandad desde los filósofos presocráticos hasta nosotros, y eso distingue al filósofo del que no lo es.
Esta Escuela se ha constituido en España. Esto no había ocurrido nunca. En España se ha hecho poca filosofía. Hay algunos interesantes oasis en el desiertos de la filosofía en España. Además la filosofía se hizo primariamente en latín. No es que sea imposible hacer filosofía en latín: los ingleses la han hecho en esta lengua hasta que cambiaron por el uso del inglés, entonces dejaron de hacer filosofía. Pero la filosofía hecha en latín en España no era radicalmente española. Cuando se empezó ha hacer filosofía en España, desde el siglo XVIII, no fue una filosofía creadora, y esto ocurrió también en el siglo XIX.
No había una lengua filosófica española. Empezó ha haberla desde Unamuno, que aunque decía que no era filósofo, conocía toda la filosofía admirablemente bien. No hay más que nombres de filósofos en sus obras. Alguno muy curioso que falta: Heidegger. Me he preguntado por qué, y he caído en la cuenta de que cuando Heidegger escribió su libro: "Zeit und sein", Unamuno estaba en Francia, y como en Francia no se sabía nada de él... Si llega a estar en Salamanca lo hubiera conocido, lo hubiera leído y lo hubiera comentado, pues Unamuno tenía bastantes puntos de contacto con Heidegger.
Pero sobre todo Ortega es el creador de la lengua filosófica española. Porque Ortega no solo era filósofo, sino que quería serlo y lo era desde su raíz. Además tenía un fabuloso talento literario. Ortega habla de que el sol diera sobre las cosas innumerables reverberaciones, que las cosas brillen. Caí en la cuenta, hace muchos años que la palabra filosófica: "argüir", "argumento", tiene una curiosa etimología, que es la misma que "argentum" en latín, que quiere decir "plata", que es lo reluciente, que es lo que los griegos llamaban "Aletheia", desvelamiento, manifestación.
Justamente la filosofía hace brillar las cosas. eso hace que el filósofo, si no es buen escritor, no acaba de ser buen filósofo. Se ha estado discutiendo si Ortega era un gran filósofo o un gran escritor, pero es que eran dos caras de la misma realidad. Ortega era gran filósofo, entre otras cosas, porque era gran escritor. Usó la imagen, la metáfora con gran destreza. Fue el gran innovador de los géneros literarios en la filosofía. Gracias a eso hizo brillar la realidad, hizo que se contagiara el pensamiento. Hizo posible la creación de una escuela. Tenía esa percepción del brillo, las cosas relucen cuando, mediante la palabra, se las muestra y describe.
Esto no había sido nunca posible en España. Primero con Unamuno, después con Ortega, y con los que vinieron después, se creó la lengua filosófica española, y si no lo continuamos, no tenemos perdón de Dios, porque no tenemos esa disculpa No solo es una lengua sumamente eficaz para la filosofía, no solamente es un instrumento refinado, sino que hay ciertos rasgos de nuestra lengua con un gran poder filosófico. Por ejemplo, en todas las lenguas existe el verbo ser, el verbo filosófico por excelencia, pero nosotros tenemos además el verbo estar, por el cual, decía yo, pagarían los alemanes una de las pocas provincias que les quedan.
El verbo estar, algunos dicen que es algo secundario, se refiere a lo pasajero o transitorio, pero no es eso. Cuando rezamos el Padrenuestro, decimos: "Padrenuestro que estás en los cielos..." ¿Es que está de veraneo? El verbo estar es el verbo de lo real, es el verbo de la instalación en la realidad. Pero si por si fuera poco tenemos un tercer verbo, el verbo haber, en su sentido impersonal: lo que hay. En otras lenguas como el francés, se usa "il y a", en inglés se una "ther is", en alemán se hace más raro todavía, se usa el verbo dar. Para decir "Hay Dios" en alemán se dice, en traducción literal: "Ello da un Dios", parece mejor como lo decimos en español.
Podríamos hablar una tarde entera de las posibilidades filosóficas que tiene el español, que es un instrumento fantástico, y ese instrumento ha sido creación en conjunto de la Escuela de Madrid, originariamente de Ortega. Todos los demás hemos aprendido de él lo más importante. Por caminos extraños, por un azar, o un destino, tal vez. Dilthey, decía que la vida es una extraña mezcla de carácter, azar y destino. El azar es muy importante, no como cálculo de probabilidades, sino como interfiere en la vida humana, que sobreviene desde fuera, que perturba las trayectorias, que interrumpe los esquemas y nos pone en libertad, pero reaccionamos cada uno desde nuestro punto de vista a ese azar y hacemos con él nuestra vida, lo asimilamos, lo digerimos. Cada uno trata ese azar a su manera propia.
Con azar, destino o carácter, o las tres cosas, en España se ha producido en nuestra época lo que nunca había existido: filosofía. Filosofía rigurosamente española, en el sentido de estar pensada desde las circunstancias españolas, en vista de los problemas españoles. España está en el mundo, naturalmente, no hay provincianismo ninguno, con el español, usando esta lengua que es la primera interpretación de la realidad, sobre la cual se superponen todas las demás.
Esto ha ocurrido, y me pregunto en qué medida se conserva, en qué medida toman los españoles posesión de ello. Cuando Ortega murió, alguien me pregunto ¿Cómo era Ortega? Me quedé pensando un momento y dije: "Como el sol, luminoso y cálido" Así era, con esa luz y ese calor comunicó el entusiasmo, comunicó sus métodos, comunicó el pensamiento, abrió el camino desde el punto de inflexión por el cual ha entrado la filosofía, la filosofía de toda Europa, y América también...
Programa del ciclo de conferencias:
Helio Carpintero: "La Escuela de Madrid, entre el ayer y el mañana"
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