Artículo escrito por Julián Marías, publicado en el número 114 de la revista Cuenta y Razón. Debido a la desaparición de su acceso en línea, muestro seguidamente ese escrito para que no se pierda su memoria.
La variación de las vigencias
sociales al llegar al año 2000
JULIÁN MARÍAS*
La palabra vigencia, de uso literario y coloquial amplísimo en español, fue introducida en la sociología de Ortega mediante una doble ampliación de su sentido originario. Era un término jurídico; se decía de una ley que era “vigente” o tenía “vigencia” cuando tenía vigor, “fuerza de ley”, cuando obligaba en cierto territorio y en un momento determinado. Vigente es lo que está vivo, bien vivo, despierto, en vigilia; aquello con lo que alguien se encuentra y tiene que contar, es decir, respecto a lo cual tiene que tomar posición, opinar, aceptar o resistir.
La palabra vigencia, de uso literario y coloquial amplísimo en español, fue introducida en la sociología de Ortega mediante una doble ampliación de su sentido originario. Era un término jurídico; se decía de una ley que era “vigente” o tenía “vigencia” cuando tenía vigor, “fuerza de ley”, cuando obligaba en cierto territorio y en un momento determinado. Vigente es lo que está vivo, bien vivo, despierto, en vigilia; aquello con lo que alguien se encuentra y tiene que contar, es decir, respecto a lo cual tiene que tomar posición, opinar, aceptar o resistir.
Ortega dilató el sentido del término, más allá de lo jurídico, a todo lo social, a los contenidos que constituyen y regulan una sociedad, que ejercen así presión o coacción sobre los individuos. Por otra parte, llamó “vigencias” a esos contenidos mismos, a aquellos ingredientes de la estructura social que la articulan y con los cuales se hace la vida.
Hace cuarenta y cinco años —la duración de tres generaciones— publiqué un libro titulado La estructura social (1955). En él dediqué un largo y minucioso capítulo a “Las vigencias sociales”. Creo que es el más amplio estudio sobre la cuestión. De su alcance da idea la enumeración de sus once apartados:
La idea de vigencia. – Límites de las vigencias. – La vigencia general y las fronteras de una sociedad. – El concepto de vigencia parcial. – Las diversas dimensiones de la sociedad y la pugna de las vigencias. – La discrepancia como ingrediente social. – Vigencia implícita y vigencia explícita. – La relación del individuo con las vigencias. – Grados y fases de las vigencias. – Génesis, declinación y sustitución de las vigencias. – La estructura social y su integración por las vigencias.
En términos generales, creo que todo este análisis tiene plena vigencia. Incluso se lanzaba en él una mirada al futuro, a posibles variaciones que podrían sobrevenir. Algo semejante ocurrió con mi libro anterior, El método histórico de las generaciones (1929), en nueva edición ampliada Generaciones y constelaciones, al comprobar el aumento de la longevidad en el siglo XX. Me planteé la cuestión de si cambiaría el ritmo del cambio generacional, o bien se mantendría pero habría una generación activa más, un nuevo personaje en el drama histórico. No era posible decidir a priori; sólo el tiempo lo descubriría; medio siglo después resulta evidente que la segunda posibilidad es la válida, la que se ha realizado.
Pues bien, respecto a las vigencias se ha producido en los últimos decenios una variación singular en el mecanismo de su génesis, declinación y sustitución, lo que se refleja en sus fases y grados. Lo que se ha realizado durante siglos con arreglo a un proceso sin grandes cambios, ha experimentado alteraciones que es menester tener en cuenta si no se quiere errar demasiado. Hay que añadir que estas alteraciones tienen también un origen social.
La palabra decisiva es aceleración. Las vigencias sociales se originan afianzan, arraigan, se debilitan, languidecen, entran en conflicto con otras, se evaporan y sustituyen a un ritmo mucho más rápido que en el pasado, incluso reciente.
Las causas son múltiples y convergentes. En primer lugar, lo que llamamos “la sociedad” ha experimentado una extraordinaria dilatación. Más allá de la verdadera sociedad “saturada”, en la cual se vive y que está regulada por un repertorio de vigencias, se extiende una inmensa “sociedad” a la cual en rigor no se pertenece, pero de la cual llegan incontables noticias, estímulos, “impactos” de todo género, con los cuales hay que habérselas. La distinción entre lo “propio” y lo “ajeno” se ha hecho borrosa, y se experimentan influencias muy varias, pero que actúan sobre los individuos.
Tradicionalmente, las vigencias se originaban en personas individuales, desde las cuales irradiaban a grupos sociales, hasta llegar a la sociedad como tal. La “visibilidad” de esas personas, de sus estilos y conductas, de sus opiniones, estimaciones y actos, era muy limitada, y el proceso era forzosamente lento. Se han realizado sucesivas ampliaciones de esa visibilidad, de carácter relativamente minoritario: la imprenta, la prensa periódica, los medios de transporte, desde las diligencias hasta el ferrocarril, el telégrafo y el teléfono. Ahora se trata de otra cosa, de otro orden de magnitud. El cine, la radio, la televisión, para no hablar de las innovaciones técnicas que están aconteciendo ahora mismo, todo ello ha significado una multiplicación casi inimaginable de esos estímulos o impactos que el hombre recibe instantáneamente, tan pronto como se producen, y aunque no se produzcan. La aceleración es algo incomparable con la existente hace pocos decenios.
No termina aquí la variación. Los hombres vivían solitariamente, o vagamente articulados en agrupaciones sociales muy débiles y relativamente amorfas. Las sociedades actuales —y pienso muy especialmente en el último decenio de este siglo— están literalmente plagadas de “organizaciones”, centenares en cada país, muchos millares en el mundo, que forman una red espesa, de origen casi siempre incierto, con finalidades comunes y una coherencia que es propia de su condición y que ha solido ser ajena a lo propio de la sociedad como tal: la acción difusa y principalmente espontánea.
Si se unen ambos factores, las organizaciones de todo tipo y el fabuloso poder de los medios de comunicación, que llegan a todos, en todas partes y las veinticuatro horas de todos los días, se puede prever el resultado.
El cambio de las vigencias es espectacular. Las que parecían seculares, sólidas, arraigadas, parece que estaban prendidas con alfileres. Se han evaporado con insólita rapidez. Han sido sustituidas con presteza por otras que significan una brusca ruptura. ¿Sólidas? Está por ver. Acaso prendidas igualmente con alfileres.
En todo caso, la situación es enteramente nueva. La coherencia social es problemática; la variación histórica, acelerada y causada por factores que acaban de irrumpir, dificulta la previsión del futuro. Parece urgente preguntarse qué ha pasado y qué puede pasar con algunas vigencias decisivas que penetran el argumento último de nuestras vidas.
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