La Asociación de Amigos de Julián Marías, en colaboración con el Casino de Madrid, realizó una serie de pequeños cursos, desde fines de los años noventa del pasado siglo hasta comienzos de este. En el año 2000 se realizó un estudio sobre la realidad de la persona. Este curso comenzó con una conferencia de Julián Marías titulada "La persona".
Seguidamente muestro la transcripción del contenido de la misma, con una breve presentación de Helio Carpintero:
Señoras y señores:
Es el quinto año que la Asociación de Amigos de Julián Marías viene
a esta sala, para con la colaboración del Foro de Opinión, iniciar
un curso, como otros breves cursos, pero llenos de calidad, llenos de
contenido, con un decidido propósito de crear un espacio de reflexión
y de crítica. En nuestras existencias muy ajetreadas, es oportuno de
vez en cuando ir a un momento de calma e ir a un lugar, como este, muy
céntrico y muy bello, para poder reflexionar sobre problemas que son
importantes para la existencia del hombre, y más cuando estamos en
el umbral de un nuevo milenio.
Mis primeras palabras son para agradecer al Casino de Madrid, y en
especial a su Presidente por permitirnos disfrutar de las enseñanzas
de conferenciantes tan ilustres, que han accedido a intervenir en este
curso, tanto a Julián Marías como a aquellos otros que actuarán
después, todos ellos de extremada calidad y extremada competencia,
a todos ellos les quiero agradecer la participación en este curso.
Es este tiempo hace falta un momento de reciclage y actualización
de conceptos que son fundamentales para la comprensión del mundo
y la comprensión de nosotros mismos.
En otras ocasiones hemos realizado otros cursos más orientados
hacia el tema filosófico o el tema histórico. Este curso está más
orientado hacia la ciencia y la filosofía. Esperamos que encuentren
en él ideas claras para orientarse en su propia existencia,
y agradecerles que quieran estar con nosotros. Muchas gracias.
¡Buenas tardes!
Creo que este curso va a ser muy interesante porque no se
limita a que yo lo inicie ni siquiera a que se traten las cuestiones
de las que me suelo ocupar. Es un curso en el cual va a tener un
puesto muy importante, una visión científica de la realidad y esto
creo que, desde varios puntos de vista que ustedes podrán oír en
sucesivas conferencias, va a ser una introducción a la manera que el
hombre del siglo próximo va a tener de enfrentarse con la realidad.
Esta amplitud de visión es algo decisivo y voy a tratar de justificar
porqué he elegido una parcela -una parcela muy reducida, minoritaria,
dentro del conjunto de la realidad, naturalmente- que es la persona,
para hacer ver como es menester incluir este punto de vista en una
perspectiva general que ustedes van a poder conocer en las
conferencias sucesivas.
Se trata del problema de la realidad, se trata de que hay una pregunta
fundamental, pregunta que formuló, por primera vez que yo sepa,
Leibniz, sobre la cual volvió, siglos después, Unamuno, que ha
aparecido con mucho relieve también en la obra de Heidegger: ¿Por
qué hay algo y no más bien nada? Es la pregunta capital. A mí me
sorprende siempre el decir: hay algo, hay realidad. Es algo en lo
cual estamos de tal manera que es casi imposible hacerse cuestión de
ello. Pero ¿por qué? ¿Por qué hay algo? ¿Por qué hay realidad?
Se piensa, se usa la palabra universo – los latinos decían
omnitudo realitatis, conjunto, la totalidad de la realidad. Sí, pero
¿por qué hay realidad? ¿Por qué hay algo?
Esto es algo capital y hay un riesgo intelectual que se está produciendo
en nuestra época y es el plantearse una cuestión importante,
apasionante, decisiva: ¿Cómo se ha engendrado, cómo se ha
organizado, cómo se ha producido la realidad, el universo? Se han
multiplicado doctrinas astronómicas, físicas, en este tiempo que
tiene mucho interés, se ha hablado como se ha originado la realidad.
Por ejemplo: la idea del Big Bang, la gran explosión inicial de algo
que podía ser mínimo, o bien la implosión, un fenómeno contrario
en apariencia. Los dos son posibles, los dos son dos hipótesis
científicamente interesantes, quizá apasionantes, en principio
posibles. Pero se ha deslizado, en la conciencia de nuestro tiempo,
la idea de que esto es una explicación suficiente de la realidad,
del universo, pero, sea como el universo sea constituido,
desarrollado, configurado, el problema de su realidad queda en pie,
no ha sido tocado, ni siquiera rozado.
Durante mucho tiempo, desde el Antiguo Testamento, desde el Génesis -
recuerden ustedes el primer versículo del Génesis: “en el
principio, creó Dios el cielo y la tierra”- es decir, ha aparecido
la idea de creación. La idea de creación ha quedado muy desdibujada
en el mundo actual; evidentemente se mantiene, pero intelectualmente
de una manera quizá residual. Las realidades residuales me interesan
mucho: hay muchas cosas que siguen existiendo, pero de un modo
puramente, como una continuación debilitada, que ha perdido
vigencia, de algo que ha tenido enorme fuerza, que ha sido una
realidad capital. La idea de creación quiere decir que esta realidad
que conocemos, o intentamos conocer, que intentamos imaginar, que es
el universo, tiene autor, tiene fundamento. Su realidad depende de
algo que no es el universo, que es un acto de creación, que hay un
Creador.
Como ven ustedes, esto es un problema que no tiene nada que ver con la
cosmogonía. Puede haber muy diversas cosmogonías, pueden ser
verdaderas, pueden ser hipótesis probables o muy interesantes, pero
todas ellas tienen en común que dejan intacto el problema del
fundamento de la realidad, de por qué hay algo y no más bien nada.
La idea de creación supone que hay una Realidad Divina, que no
coincide con el mundo, no coincide con el universo, no coincide con
la realidad física y que es justamente el soporte, el fundamento de
su realidad. Por tanto, el problema queda en pie y es lícito, es
interesante, es apasionante, que astrónomos o físicos hagan
teorías, interpretaciones acerca del origen, de la configuración
del universo; pero con la conciencia de que con esto no han tocado la
cuestión fundamental de por qué hay algo y no más bien nada.
Esto nos puede llevar a una consideración distinta porque el problema
es el siguiente: ¿Quién se hace esa pregunta? ¿Quién pregunta: por
qué hay algo y no más bien nada? ¿Por qué se pregunta y quién se
pregunta por la realidad? Evidentemente es alguien; alguien se hace
esa pregunta. La idea es la siguiente: la ciencia -toda la ciencia,
todas las disciplinas- trata de entender esa realidad, trata de
inteligir esa realidad. Pero hay un problema: ¿Esa realidad ha sido
inteligida por alguien? ¿Es inteligible?
Ustedes piensen que, en una concepción que parta de la noción de
creación, evidentemente ese universo ha sido entendido por el Creador,
que lo ha creado entendiéndolo, ha realizado algo que se ha propuesto
poner la existencia, a lo cual se ha propuesto dar existencia y, por
consiguiente, ese universo ha sido inteligido, lo cual muestra que,
en principio por lo menos, es inteligible. El hombre podrá
entenderlo de modo penoso, difícil, al cabo de mucho tiempo, de
manera incompleta, pero la posibilidad de ser entendido viene dada
porque ha sido entendido por el creador. Ustedes piensen qué quiere
decir ciencia, qué quiere decir conocimiento, si se supone que la
realidad -esa realidad que nos rodea, esa realidad que vemos, que
encontramos- no ha sido nunca inteligida por nadie – pregunta que,
en realidad, ni se hace siquiera.
Ustedes recordarán que hay un libro famoso, publicado hace setenta años
aproximadamente, de Max Scheler, que se intitula "El puesto del hombre
en el Cosmos". Hace una pregunta interesante: ¿Qué puesto tiene el
hombre en el Cosmos? Hace mucho tiempo, hace muchos años, que yo
vengo pensando que esa cuestión importante se podría plantear de
una manera inversa: ¿Cuál es el puesto del Cosmos en mi vida?
¡Porque yo encuentro el Cosmos en mi vida! La idea de que yo, el
hombre, estoy en el Cosmos está cierta, pero a la inversa, el Cosmos
lo encuentro viviendo. Yo lo encuentro en el ámbito de mi vida, es
donde se constituye como tal el Cosmos y la pregunta por él, la
interrogación por él. Por consiguiente, mientras desde el punto de
vista “cósmico”, desde el punto de vista de la realidad física,
visible etc., yo me encuentro en el Cosmos y soy incluso un elemento,
un ingrediente mínimo de él, si me sitúo en la perspectiva de mi
vida, la situación es inversa: en mi vida, encuentro yo esa realidad
cósmica, me pregunto por ella y, por tanto, se puede preguntar por
el puesto que tiene ese Cosmos en la realidad radical -para emplear
el término de Ortega- que es mi vida, en la cual todo lo demás,
todo se encuentra o puede se encontrar, se constituye, se manifiesta.
Si se habla de "el hombre", la pregunta de Max Scheler está
justificada. Pero si preguntamos de otro modo, si preguntamos por mi
vida, la vida biográfica -no la vida biológica simplemente-,
entonces la cuestión aparece con otra perspectiva muy distinta. Es
decir, si la pregunta es de ¿quién?, ¿quién se pregunta?, ¿quién
encuentra ese Cosmos?, ¿quién se pregunta por su realidad?, hay que
contestar a esto: yo, ¡yo! No el hombre: el hombre es una realidad
entre otras. Yo hablo sobre todo desde un libro mío, de los años
setenta, La Antropología Metafísica, hablo de la estructura
empírica de la vida humana. La vida humana se realiza con una
estructura empírica, psicofísica. El hombre tiene rasgos capitales:
hablamos del mundo, estar el hombre en el mundo, la mundanidad parece
el primer rasgo. Desde el punto de vista directamente personal, no;
es previa la corporeidad, es previa la condición de encarnación del
hombre. Es decir porque yo soy corpóreo, porque tengo una estructura
corpórea, porque soy alguien corporal, por eso justamente estoy en
el mundo.
Estoy en el mundo porque mi cuerpo está en el mundo y si quiero ir
de un punto a otro tengo que trasladarme, tengo que trasladar mi
cuerpo, porque ahora puedo pensar en Nueva York, o puedo pensar
en Atenas, o en Buenos Aires, o en la Luna o en Marte, e ahí estoy
en cuanto pensante, en cuanto yo, pero mi cuerpo ¡no! Mi cuerpo,
hay que trasladarlo... hace falta un coche, o hace falta un avión
para que lo ponga en otro punto del planeta, hace falta un aparato
más complejo para ponerlo en la Luna...
¿Comprenden ustedes? Es una situación distinta. Soy yo y digo yo no
como ha dicho la Filosofía durante siglos: el yo. Porque cuando yo
le pongo el artículo determinado a la palabra yo, la desvirtúo.
El yo es un pronombre, es un pronombre personal en su función propia,
es yo y no el yo. A decir el yo lo cosifico, lo trato como cosa,
lo convierto en una cosa. Por eso yo creo que hay que insistir y
por eso voy a hablar de la persona, porque justamente yo soy
alguien corporal, no algo, sino alguien corporal, ligado a la
corporeidad, ligado por eso, a través de la corporeidad a la
mundanidad, por eso estoy en mi cuerpo y estoy en mi mundo, pero
soy yo a quien le pasa eso, soy yo el que está en el mundo, el
que se pregunta por la realidad, el que trata de preguntar y
de entender ese mundo, ese universo en que estamos.
Por tanto, hay que detenerse en esa realidad a que llamamos persona,
lo que tiene de particular es que no se parece nada a ninguna otra
realidad. Y es interesante ver como se ha pensado muy poco sobre el
concepto de persona y ese no mucho que se ha pensado ha sido
insuficiente. Ustedes recuerden la Filosofía ha usado durante siglos
la definición famosa y admirable -tan admirable como insuficiente-
de Boecio: es una sustancia individual de naturaleza racional. Esto
es lo que dice Boecio: rationalis naturae individua substantia, es
decir, es una cosa muy particular, es una cosa diferente de las demás
porque es racional; pero, es una cosa, es una substancia. Eso es lo
que no es. La persona no es algo, es alguien. La lengua lo distingue
de un modo absoluto y clarísimo. La lengua no confunde nunca algo y
alguien, nada y nadie, que y quien.
Si ahora sonara, por ejemplo, una explosión, nos alarmaríamos y
preguntaríamos ¿qué pasa?, ¿qué es esto? Pero si alguien llama
con los nudillos en la puerta, nadie preguntara ¿qué es? Nadie dirá
otra cosa que ¿quién es? Y a esa llamada con los nudillos lo normal
es que se conteste: ¡yo!, con una voz conocida, si es una persona
cuya voz es conocida. Nada más: yo, el pronombre personal. No ello,
sino yo. Esta es la situación.
Yo estoy impresionado a veces sobre ciertas finuras que tiene la
lengua española: la lengua española distingue entre cosa y persona
de modo muy claro. Por ejemplo, el acusativo de persona se construye
en español con la preposición a. En las lenguas que yo conozco no
ocurre así: el acusativo de persona se construye sin más con el
verbo, el complemento directo. En francés, en inglés, en alemán,
en la lengua italiana, en las lenguas que yo más o menos manejo, no
se emplea esto. El español no dirá nunca: “He visto Juan” o
“Quiero Isabel”. Dirá “He visto a Juan”, “Quiero a
Isabel”. Es más incluso: hay un refinamiento muy curioso que es el
trato con el animal. He recordado a veces que si un cazador vuelve de
cazar dirá: “He matado seis conejos”. Si dijera “he matado a
seis conejos” se sentiría vagamente culpable. Pero si se le escapa
el tiro y le da al perro, volverá y dirá: “He matado a mi perro”.
No dirá: “He matado mi perro”. Es decir, un español, alguien
que habla español, nunca dirá “he matado a seis conejos” ni
dirá “he matado mi perro”. ¿Por qué? Porque mi perro no es
simplemente una cosa, no lo trato como cosa, mi perro está
personalizado, tiene una relación personal conmigo, no es una
persona pero tiene una vida en cierto modo contagiada de la mía.
Como ven ustedes, que refinamientos tiene la lengua...
La Filosofía y la Ciencia llevan milenios preguntando qué es el
hombre. No es la pregunta adecuada. La pregunta no puede ser esta, es
más bien: ¿Quién soy yo? Y otra pregunta que es inseparable de
esta, que no se puede evitar y que, en cierto modo, son dos preguntas
adversas porque, en la medida en que se contesta a una, la otra queda
en suspenso o en cierta inseguridad: ¿Qué va a ser de mí? Como les
decía a ustedes, las dos son necesarias, pero, en cierto modo, si yo
sé quién soy, quiero decir, si me veo como tal persona, como ese
quien, como ese yo, irreductible, entonces la vida aparece como algo
inseguro y no sé qué va a ser de mí. Y si buscando esa seguridad,
una relativa seguridad que yo necesito para poder vivir -para poder
vivir en inseguridad necesito un mínimo de seguridad en que
apoyarme- si yo creo que sé que va a ser de mí, es que me he
interpretado de una manera general y abstracta, entonces ya no sé
bien quién soy yo.
Las dos preguntas que son inevitables, que son inexorables, que son
necesarias, en cierto modo se contraponen y en esto consiste el
carácter dramático de la vida humana. Justamente en esta especie de
adversidad de las dos preguntas inseparables, irrenunciables,
inexorablemente planteadas al hombre.
La cuestión es preguntarse ¿qué quiere decir persona? No es cosa, es
algo enteramente distinto. Las cosas son, las cosas tienen
consistencia – este fue el gran descubrimiento que hace en primer
lugar Parménides. Las cosas consisten. Consiste en español se dice
“esto consiste en”. Pero hay algo previo que es que una cosa
consiste, tiene consistencia, tiene un cierto modo de ser que le es
propio. Son reales, las cosas son, son lo que son, son reales. Pero
la persona, no. La persona es una realidad que al mismo tiempo es
irreal. La persona es algo orientado hacia el futuro. Es, con el
adjetivo que he conseguido que esté en el Diccionario de La Real
Academia, futurizo. Futurizo quiere decir orientado al futuro,
proyectado hacia el futuro. No es futuro, es presente. Los que
estamos aquí, estamos aquí, ahora, en presente. Sí, pero estamos
anticipando al futuro, proyectados hacia el futuro, quizá esperando
que esta conferencia termine, con alguna impaciencia, pensando que
van a hacer luego cosas más interesantes, mañana o dentro de un año
o dentro de cincuenta años. Es decir, la vida humana es proyectiva,
es futuriza, está orientada hacia el futuro, es por tanto
imaginativa, no es real – es real, pero es también irreal: la
irrealidad forma parte de la realidad de la persona. No de las cosas,
de modo alguno.
Eso que llamamos persona, eso que llamamos alguien, eso que llamamos
quién, no se parece nada a las cosas. Es que simplemente estamos
manejando cosas todo el tiempo, tratando con cosas, utilizando las
cosas, rodeados de ellas, y eso hace que poco a poco se vaya
deslizando la cosificación de la persona, que nos veamos como cosas.
Por eso cuando se habla de "el hombre", el hombre es
persona, pero la persona no es simplemente el hombre. Es algo más,
es algo completamente distinto de las cosas, de lo que no son más
que cosas. Por consiguiente, la manera de comprenderlo es diferente.
Por ejemplo, no basta con la observación, no basta con el análisis;
hace falta la imaginación. La realidad humana, la realidad personal
es algo que es menester imaginarlo. Y esto lo vio claramente Unamuno
-Unamuno que tuvo el error de desdeñar la razón, de creer que la
razón congela, inmoviliza la vida, la priva de su capacidad de
cambio, de su constante variación-, vio que la imaginación es la
manera más indicada de penetrar en la substancia de las cosas y en
sus prójimos. Y por eso, al abandonar el pensamiento propiamente
racional, por falta de confianza en él, se orientó hacia la
imaginación y por eso escribió sobre todo poemas y novelas: la
novela como método de conocimiento, la novela personal, la novela en
que la imaginación es lo que permite comprender la vida humana, su
carácter dramático, su carácter proyectivo, utilizando como método
la ilusión – en el sentido positivo que esa palabra adquirió en
la época romántica y que no tiene en ninguna otra lengua ni antes
tenía en español tampoco.
Es decir que estamos descubriendo los métodos intelectuales que
permiten penetrar en la realidad que llamamos persona. Una realidad
que es en definitiva ilimitada, que acontece, consiste en acontecer,
anclada en la realidad, fundada en la realidad, corporal. Hay que
insistir en la idea de que la persona es alguien corporal: alguien,
no algo. De modo que si decimos algo la cosificamos, renunciamos al
carácter propiamente personal. Ah, pero no se puede separar de las
cosas, de la corporeidad, somos una realidad implantada en un
organismo, en una psique. Todo eso forma parte de aquello que es la
circunstancia en que se realiza y en que existe la persona, yo, cada
uno de nosotros.
Es bastante difícil porque el peso de las cosas inmediatas que nos
rodean, que manejamos constantemente, pesa de tal manera sobre
nosotros que se pierde la evidencia íntima que se impone de modo
absoluto de quién somos, de quién es cada uno de nosotros, de quién
soy yo, de quién son los demás. La realidad personal es algo
arcano, es algo en cierto modo secreto, no está manifiesto, es
inagotable -es inagotable porque está acontecendo-, no está nunca
dado ni terminado, es imperfecto en el sentido literal, etimológico
de la palabra, es inconcluso. Por esto nunca se acaba de conocer a
una persona, ni siquiera a la que soy yo: Nec ego ipse capio totum,
quod sum, dice San Agustín. Ni yo mismo capto, comprendo todo lo que
soy. Los demás no digamos, por supuesto. Por eso la persona es lo
máximamente atractivo, en lo cual se puede uno intentar penetrar
durante la vida entera, la propia y de la persona conocida como tal.
Nunca se termina, es inagotable. Las cosas son lo que son, se pueden
analizar, se pueden descomponer, se pueden analizar hasta al último
detalle posible. La persona, no.
La persona siempre es algo que va más allá. Ser persona -empleé esta
fórmula hace algún tiempo en un libro- es poder ser más. Esto es
lo que define la realidad de la persona. Las cosas, no. Las cosas son
lo que son. La persona, no. La persona no está dada nunca, está
justamente abierta al futuro, abierta a la irrealidad. Y esto tiene
un carácter fundamentalmente distinto de toda cosa. Bergson admitió,
pero sin llegar a este punto de vista, que el hombre se encuentra
cómodo en lo sólido inorganizado. Por ejemplo, el hombre entiende
bien las longitudes. Yo miro esta mesa, la miro con un metro. Cuando
el hombre maneja realidades físicas que no son magnitudes lineales,
busca un equivalente. Por ejemplo, una temperatura. La temperatura no
tiene que ver nada con una longitud; sí, pero el hombre inventa el
termómetro y el termómetro es una columna de mercurio o de alcohol,
de manera que los centímetros de longitud de la columna corresponden
a temperaturas. O las magnitudes eléctricas, o la velocidad – el
hombre inventa aparatos que son líneas rectas o arcos, ángulos, con
los cuales hace que correspondan las magnitudes que no son
directamente lineales.
Pues bien, en un grado mucho más profundo, mucho más radical, ocurre
con un tipo de la realidad de la persona. Hay un principio físico
fundamental que se llama la impenetrabilidad de los cuerpos: donde
está un cuerpo no está otro, donde está este bolígrafo no está
esta carpeta; son impenetrables. ¿Y las personas? Ocurre lo
contrario. Hay justamente la interpenetración de las personas; las
personas se interpenetran. Una persona puede estar habitada por
otras. Hay los fenómenos radicales de la amistad, del amor, del
enamoramiento – su forma más profunda y rigurosa. Hay una especie
de interpenetración de los proyectos vitales, algo completamente
distinto y incluso opuesto del comportamiento de las cosas.
Ven ustedes por tanto como hace falta darse cuenta de lo qué es
persona, de qué quiere decir ser persona, qué quiere decir yo o tu.
Es evidente que son los pronombres personales, y en cuanto los ponemos
el artículo los hemos desvirtuado. Entonces ¿qué ocurre con esto?
¿La persona, qué tipo de realidad tiene y cómo se origina?
La única persona que conocemos directamente que es la persona humana
aparece en el mundo mediante el nacimiento. El nacimiento de un niño
consiste en la aparición del niño hijo de sus padres, reductible en
principio a ellos. Lo que el niño es, se deriva de los padres, de
los abuelos, de los antepasados y de los elementos físicos que
integran al Cosmos: oxígeno, hidrógeno, nitrógeno, calcio,
fósforo, carbono... Pero hay otra cosa que es ¿quién es el niño?
El niño que nace es lo que es y es quien es. Y ese quien es
justamente lo que tiene de persona, es absolutamente irreductible a
todo. No se deriva de los padres, ni se deriva de los antepasados, no
se deriva de nada, es irreductible a todo – incluso a Dios, porque
ese niño que nace puede decirle no a Dios: tiene plena, absoluta,
radical libertad, originalidad, incluso frente a Dios. Es algo que se
añade. Hay el padre, la madre y el mundo entero... y hay algo nuevo,
algo innovado, algo que ha aparecido que se añade a lo que había
antes, que es el quien; el quien de ese niño que acaba de nacer.
Por consiguiente, nos encontramos con que es una realidad innovada,
radicalmente innovada. Es lo que entendemos por la palabra creación.
Creación es la innovación radical de la realidad. Es la aparición
de una realidad nueva, irreductible a todo los demás. Esto siempre
se ha entendido mal. Claro, porque cuando se habla de creación se
piensa en el Creador: “Ah, pero el Creador yo no lo encuentro, el
creador no está visible. Habría que buscarlo, habría que
preguntarse por él, habría que intentar encontrarlo.” Lo que es
evidente, absolutamente evidente, es el hecho de la creación. El
nacimiento del niño es una creación. En español se llama una
criatura. No olvidemos esto: es una criatura. Por consiguiente,
encontramos que el hecho de la creación es evidente. Aunque no haya
creador, aunque no lo encontremos, aunque no aparezca, no está
manifiesto, es un problema, es una pregunta, pero no olvidemos que
esa inseguridad, esa opacidad, esa ausencia del creador no debe
hacernos olvidar la evidencia de la creación. El niño es criatura,
es una realidad creada. ¿Por quién? Ah, no lo tenemos en la mano,
no lo conocemos, hay que buscarlo. Pero ven ustedes que es algo
completamente fundamental.
Y esa realidad de la persona es una realidad, en cierto modo, finita,
limitada. Una persona vive, tiene una vida más o menos larga, pero
morirá. La muerte es inevitable, la muerte es segura. "Mors certa,
hora incerta", decían los romanos: la muerte es cierta, la hora es
incierta. Gracias a Dios, es incierta: el niño recién nacido puede
morir, el viejo por viejo que sea puede vivir un día más; lo cual
siempre deja una esperanza abierta.
Pero ¿cómo puede terminar? ¿Cómo termina? Hay una cosa que es la
muerte corporal, la muerte biológica: esto no es muy distinta de la
muerte de los animales, sobre todo de los animales superiores. La
vida humana tiene un ciclo, tiene un final, termina con la muerte, es
una estructura cerrada que desemboca en la muerte, esto es claro. Eso
es lo que le pasa al hombre -¡al hombre!, no olvidemos esto-, pero
si tomamos el punto de vista de la vida como tal, de la vida humana,
es decir, de la persona humana, encontramos que es una estructura
abierta, es una estructura proyectiva, futuriza, dramática. Entonces
no se ve por qué razón se va a dejar de proyectar. Las estructuras
corpóreas, biológicas o psíquicas tienen un ciclo y terminan
cerradas, desembocando en la muerte. Pero del punto de vista de la
persona como tal, de la vida humana personal, no hay razón para
dejar de proyectar: ¿Por qué voy a dejar de proyectar? Yo puedo
seguir proyectando indefinidamente. Si me sitúo en la perspectiva
personal, en la perspectiva de la vida biográfica, esta postula la
perduración.
La vida humana puede terminar, la vida como tal, la vida biológica –
incluso la vida biográfica en la medida que está incardinada en la
corporeidad y en la mundanidad. Pero desde otro punto de vista
aparece justamente como algo que no tiene por qué terminar y su
final sería el reverso del origen. Recuerden ustedes como decíamos
del niño que nace que representa una criatura, es un acto de
creación, cuyo creador está en sombra, está ausente, está lejano,
no disponemos de él. La vida de la persona, la realidad de la
persona no podría terminar más que por aniquilación: es verosímil,
es inteligible, podemos pensar en que una persona sea aniquilada.
Fíjense en lo siguiente: hay un hecho característico en nuestra época,
se habla mucho ahora de la pena de muerte. Es algo horrible,
doloroso, enormemente penoso, de difícil justificación, pero no he
visto que nunca se diga algo que es evidente: hemos vivido durante
milenios en la idea de que la muerte biológica no significa el final
de una persona. Cuando la pena de muerte se ha aplicado como se ha
aplicado -y con qué liberalidad extraordinaria durante siglos-, se
entendía que se le privaba al delincuente de la vida y se anticipaba
su muerte que, de todas las maneras, habría de producirse en cierto
momento. No se pensaba ni por un momento que se destruía la persona:
se rezaba por él, se rezaba por su alma, se confiaba en su
salvación. Esa idea se ha debilitado enormemente.
Hoy esta idea es compartida por muchas personas, pero no tiene vigencia
social: se da por supuesto que el término de la vida biológica es
la destrucción de la persona. Y esto es lo que hace que veamos la
pena de muerte como algo tremendo, como algo difícil de admitir:
destruir a una persona. Porque si esto es así, él que ha matado a
alguien no es que haya privado de la vida o de un cierto tiempo de
vida a una persona: es que ha destruido a una persona, lo cual da una
gravedad a ese crimen incomparablemente mayor que la que se entendía
y se pensaba en otras épocas. Ven ustedes la incoherencia de
considerar que es terrible aplicar la pena de muerte a una persona si
esto significa la destrucción de la persona.
Hay una profunda incoherencia en la manera de plantear la cuestión. No
se puede plantear el problema de la pena de muerte y el problema del
delito, el problema del crimen, del asesinato, de cualquiera forma de
violencia contra una persona en términos meramente biológicos.
Hay un hecho curioso que tampoco se piensa mucho en ello -hoy se piensa
bastante poco en casi todo-: los animales tienen un ciclo vital muy
corto. Es curioso: hay espléndidos animales, un tigre, un león, un
toro, un caballo tienen un ciclo vital muy corto. Hacen una vida
natural, es decir, digamos, una vida sana. Eso de que se habla mucho,
hacer vida sana, hacer vida natural; los animales lo hacen, en su
libertad, por lo pronto. Y sin embargo mueren muy pronto. Tienen una
vida en general más corta que el hombre. Los animales ni van a
conferencias, ni fuman, ni beben alcohol, hacen una vida sana y, sin
embargo, a los diez años, quince, treinta años, mueren. ¡Es
curioso!
Si la vida humana es limitada, si ahora una persona muere – tomo un
ejemplo que tengo más cerca: yo tengo muchos años y en los términos
de una vida biológica, quizá me queda poco... Matar a una persona
joven es mucho más grave, matar a un niño recién nacido o no
nacido es privarlo de la totalidad de su vida biológica, de su vida
personal también. Todo esto no se piensa en general. Es curioso, es
decir, la manera de pensar que tiene el hombre en cada época tiene
sus formas, sus limitaciones, sus omisiones. Es curioso ver en qué
cosas se piensan, en qué cosas no se piensan o se evita
cuidadosamente pensar en ellas. De modo que el matar una persona
dependería también de su edad, sería privar a la persona de un
fragmento de vida, larga, corta, hay siempre el hecho de que nunca se
sabe cuando se va morir. Por eso digo el más viejo puede vivir un
día más y el niño puede morir recién nacido.
Lo que se trata es de pensar la persona como tal: de no reducir la
persona a una cosa, de no tratar al hombre como cosa – porque el
hombre es cosa también naturalmente, tiene un organismo, tiene una
realidad psicofísica que es cosa y, repito, no muy diferente de los
animales superiores. Ahora se están utilizando órganos de animales
para sustituir a los órganos enfermos de los hombres, las
diferencias orgánicamente no son muy grandes y serán menores
todavía cuando se avancen las técnicas. Pero la realidad del quien,
la realidad del yo, la realidad del tu, del cual yo soy otro tu...
esto no se parece nada a las cosas, es algo profundamente distinto de
toda cosa, incluso de la cosa animal, de la realidad meramente
biológica.
Les estoy proponiendo simplemente un cambio de perspectiva. Simplemente.
ver la realidad. Van a hablar, en este ciclo, del universo, del
hombre, de los orígenes del hombre y todo que quieran ustedes, que
es sumamente importante, sumamente interesante, pero invirtiendo la
perspectiva: no partiendo de las cosas, no considerando toda la
realidad como cosa, sino partiendo de esa realidad extrañísima,
distinta de todas, que llamamos persona, que llamamos quien, que
llamamos yo. Esto es lo que propongo y es lo que los invitaría a
tener presente, esta posible perspectiva en las conferencias,
seguramente más fructíferas e interesantes que escucharán ustedes en
próximas fechas.
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