La relación de Julián
Marías y Santander comienza en sus primeros años de veraneante, como refleja la
foto adjunta, alrededor de 1920, en la que aparece en la playa con su padre y su hermano mayor.
Continúa a lo largo de su vida, y en sus Memorias tiene varios episodios con protagonismo
de la ciudad y su provincia. Aquí los podemos seguir:
Veranos en Santander
“En verano íbamos a
Santander; el tren se tomaba a media noche, y se llegaba por la mañana; en uno
de os viajes, un hombre que se había pasado de su estación, cuando se dio
cuenta se tiró en marcha; todos se alarmaron. Pero algunos lo vieron levantarse
palpándose el cuerpo. En Santander nos hospedábamos en un simpático hotel
familiar, el Hotel Colina, en el Sardinero. Recuerdo muy bien las casetas,
arrastradas por bueyes; las butacas de mimbre o algo parecido, casi con
techumbre para proteger del sol; los bañistas con sus viejos trajes de baño,
casi todos a rayas. A veces se veía a ala familia real; y la Magdalena, y la
bahía; una vez fondeado en ella, el acorazado “España”, que me llenó de
entusiasmo”.
(Memorias 1. Una vida
presente, pág. 20).
La atención al mar en el
reinado de Alfonso XIII
Existe un artículo,
escrito por Julián Marías en 1986 para la Revista General de la Marina, donde
explica con algún detalle más esa relación con Santander y el acorazado
“España”. En el siguiente enlace se puede ver: “La atención al mar en el reinado de Alfonso XIII”.
La Universidad
de Santander 1934
“Los meses de julio y
agosto de ese año los pasé en la Universidad Internacional de Verano en
Santander, creada el año anterior. Fue
para mi una experiencia tan placentera
como interesante. La mayor parte funcionaba en le Palacio de la Magdalena,
completado por unos pabellones en la planta baja de la pequeña península. Yo
tenía mi habitación en la planta baja del Palacio, y la compartía con otro estudiante muy joven, de dieciocho años
(yo acababa de cumplir los veinte), inteligente y divertido, Ángel
Sánchez-Covisa, muerto hace muy poco. Zubiri le llamaba neanías, es decir, “el
joven” en el griego de Platón.
Santander era una ciudad
deliciosa; aquel verano solía llover por la noche, y la mañana aparecía fresca,
limpia, con sol brillante y cielo azul. Había un ambiente cordial y alegre
entre estudiantes y profesores; se comía bien- solo se quejaban los que estaban
acostumbrados a comer en pensiones de tercera-; la playa era agradabilísima y
reservada para la Universidad. Por las tardes se iba a Santander o se hacían
excursiones.
Los rectores habían sido
D. Ramón Menéndez Pidal y D. Blas Cabrera, el más ilustre físico; pero quién
estaba siempre presente era el Secretario general, Pedro Salinas, ayudado por
sus dos “adjuntos”: Emilio Gómez Orbaneja y José Antonio Rubio Sacristán; muy
pronto excelentes amigos. Los ayudaban en la labores de secretaría dos mujeres
encantadoras, ambas judías, una de la vieja aristocracia de San Petesburgo y la
otra de Viena: Olga Ginsburg de Bauer y Gisela Ephrussi de Bauer, ambas casadas
con dos hermanos, Ignacio y Alfredo, de la familia de banqueros Bauer, que
habían tenido poco antes graves quebrantos económicos. Las dos eran de gran
belleza; Olga más madura, serena y majestuosa; Gisela, más joven – tenía dos
niños pequeños -, muy bonita, elegante, graciosa; igualmente cultas, versadas
en lenguas, amigas de casi todos los intelectuales españoles.
Hice muy pronto amistad
con las dos, especialmente con Gisela; tenía diez o doce años más que yo, y a
mi edad es una diferencia preciable, pero no fue obstáculo. Entonces y después
fue una de mis amigas predilectas, hasta que el final de la guerra civil nos
separó, y a pesar de ello la amistad se conservó y se reanudó en ocasiones, en
mis viajes a México.
Tengo que recordar otra
adquisición de amistad femenina procedente de la Universidad de Santander:
Carmen Ortiz de Cevallos, peruana, de la familia de los marqueses de Torre
Tagle, hija de una diplomático, que vivía en París, soltera; también era mucho
mayor que yo; no tenía gran belleza, pero era encantadora, inteligente,
graciosa; como usaba mucho la palabra prestancia, pronunciada con s, solíamos
llamarle “Doña Prestancia”. Al curso siguiente, es decir en 1935, vino a
Madrid, Lolita yo la vimos mucho; por
cierto nos anunció que nos casaríamos; nos echamos a reír y el dijimos que
éramos los mejores amigos del mundo, pero nada más. Nos contestó: “Bueno, ya lo
veréis”. Siempre nos hemos escrito largas cartas, la he visto cada vez que he
ido a Lima, y una temporada que pasó en Madrid; murió, ya vieja, hace un par de
años, tan alerta y graciosa, tan culta y cariñosa como cuando era joven, y la
echo de menos a pesar de tan largas ausencias y tan breves y espaciadas
presencias.
La Universidad misma era
algo asombroso; nunca había existido nada parecido; las diferentes versiones
que después de la guerra ha tenido no han tenido gran semejanza con la ,tan
fugaz, de 1933 a 1936. “Es la Universidad de Santander – escribí yo entonces,
recién vuelto de ella – un poro luminoso por donde España asoma al mundo. Y
asoma para verlo, ciertamente, y tender los ojos fuera de sus fronteras. Pero
al mismo tiempo, al asomarse, queda erguida y se la ve desde el mundo en esa
actitud tensa del mirar”.
Las mejores mentes
españolas, en rigurosa selección, concurrían a ella. Ortega había enseñado el
año anterior; el 34 no, pero allí estuvo, y aportó su presencia y su trato.
Unamuno, a punto de cumplir setenta años, pasó quince días en la Magdalena y
dio lectura a su nuevo drama El hermano Juan o El mundo es teatro. Además,
paseábamos con él o hablábamos sentados en una roca; así estoy con él y otras
tres o cuatro personas, a mis veinte años, en una fotografía que mucho después
me dio su hijo Fernando. Era como un promontorio, digno, impresionante, con
cierta dificultad de comunicación: nunca se estaba muy seguro de si se daba
cabal cuenta de quién era el interlocutor a cuyas preguntas contestaba con
tanto saber e inteligencia.
Don Miguel, en la
Magdalena, escribió veinte poemas y un breve ensayo en prosa. Algunos amigos
reunimos un poco de dinero para imprimirlo todo en un precioso Cuaderno de la
Magdalena y ofrecérselo en su año jubilar. Lo imprimió Aldus, en Santander, y
guardo mi ejemplar como recuerdo suyo y de un verano que me dejó huella
indeleble.
Zubiri y Gaos dieron
cursos y seminarios, también Jorge Guillén, con quien anudé una amistad que
enlazaba con la que mi padre tuvo en Valladolid con el suyo, y Dámaso Alonso,
amigo desde entonces, como Gerardo Diego, y Montesinos, Marichalar, Julio
Palacios... Seguí el curso de Jacques Maritain,
tan agudo y distinguido, sobre “Los problemas espirituales y temporales
de una nueva Cristiandad” (no volví a verlo hasta 1949, en París). Y uno
extraordinario de Huizinga, que me dedicó mi ejemplar de El otoño de la Edad
Media, y con quien me carteé después cuando estaba en su Holanda.Y también
escuché al gran psicólogo Köhler, uno de los fundadores de la Gestalttheorie; y
a Erwin Schrödinger, el premio Nobel de Física, gran comedor, que devoraba el
copioso desayuno, salía por la mañana con un paquete de bocadillos, que iban
desapareciendo. Recuerdo que la noche de su llegada, tras pasear largo rato,
nos dijo que quería comer algo, le dijimos que estaba todo cerrado, los
cocineros dormidos; por fortuna Luis Recasens Siches tenía en su cuarto una
tableta de chocolate, que resolvió en problema. “Así ya se pueden ganar premios
Nobel”, le dije riéndome.
Seguía cursos científicos,
de Cabrera y Palacios, de Terradas y Fréchet, de Grimm, sobre estructura química
de la molécula; de Goldschmidt, sobre sexualidad. Había cursos de Medicina, con
la cooperación de Valdecilla, a los que por supuesto no asistí.
Era un taller de
pensamiento, verdaderamente internacional. El mundo se hacía presente en
Santander. Allí empezaron los cursos de muchachas de las Universidades
americanas, que hacían su junior year en España, acaudilladas por Catherine
Whitmore.
Pocas veces he visto una
convivencia äs espontánea, estimulante, inteligente, divertida, cortés. El
“tirón hacia arriba” – tan necesario, que tanto irrita a algunos – era
constante. No puedo decir cuánto me enriqueció intelectual y humanamente. Y por
si fuera poco, me curó de esa impresión de “encierro” dentro de mí mismo, de
desconfianza de mi expresión, de temor de que me desfigurara y traicionara.
Aquellos dos meses en Santander fueron una liberación. Volví a Madrid mucho más
yo mismo.
Lolita pasó el verano, con
su numerosa familia, en Las Rozas, en un chalet junto al cual estaba el de la
familia, casi tan numerosa, de Camilo José Cela. Este, dos años más joven que
yo, era un muchacho alto, flaco, enfermizo, muy tímido y educado, que buscó la
compañía de Lolita, sobre todo para hablar de los poetas y leerle sus propias
poesías. Lolita lo orientó hacia los clásicos y el aconsejó asistir en Madrid
al curso de Salinas. Yo lo conocí en octubre.
Entre Santander y Las
Rozas iban y venían cartas, largas cartas. Fueron el complemento de la
Universidad, y a lo largo de ellas iba fluyendo lo más verdadero de mi vida”.
(Memorias 1. Una vida
presente. pág. 149 a 153).
Traducción de Sein und Zeit
“El verano de 1934, en
Santander, hice una experiencia decisiva, que todavía muy pocos habían tenido
en Europa, al menos fuera de Alemania: la lectura de Heidegger. Me había
llevado el ejemplar de Sein und Zeit regalado por mis compañeras y alumnas y
firmado por ellas. Me encerraba en mi cuarto varias horas al día, con el
diccionario Langenscheidt a mano. No es fácil encarecer la dificultad lingüística
y filosófica de Heidegger. Me propuse leer Sein und Zeit de la primera página a
la última. No hay mejor manera de aprender de verdad una lengua que leer un
libro grande y difícil, que interese mucho y del que no exista traducción.
Luché bravamente con la prosa, endemoniada y apasionante, de Sein und SEIT.
Nunca ha entendido ese libro en ninguna traducción, porque si se mira bien es
intraducible; pero en alemán se puede comprender, a condición de tomarlo todo
en serio y leerlo por su orden y en su integridad – no son muchos los que lo
hacen-. Cuando llegué a la última página, pensé: ahora sé alemán. Desde
entonces, todos los autores – Kant, Fichte, Dilthey, Husserl – me parecían
“fáciles”. Y había adquirido una filosofía genial, que admiré pero nunca pude
“adoptar”, porque venía de otra que me parecía más clara, justificada y
profunda: la de Ortega”.
(Memorias 1. Una vida
presente. Pág. 166 y 167).
El Viento Sur
“También publiqué, en un
pequeño volumen impreso en Santander, con alguna ilustraciones, entre ellas un
retrato mío, dibujado por Juan Antonio Morales, Ortega y la idea de la razón
vital, que se publicó en inglés en la Dublin Review, en Londres, y luego en
alemán, en forma de libro. A Juan Antonio Morales lo había conocido en los
tiempos de Valencia, lo había visto pintar su famoso cartel “Los Nacionales”, y
desde entonces fuimos amigos. En aquella colección santanderina, El Viento Sur,
se publicaron muy interesantes libros, como Soria, de Gerardo Diego, y otros”.
(Memorias 1. Una vida
presente. Pág. 373).
Conferencias
en Santander 1964
“Empecé el año 1964 con
una serie de cuatro conferencias en Santander, sobre los problemas y la
creación intelectual de la España de nuestro siglo. Creo recordar que tuvieron
una resonancia desproporcionada: de simpatía y acaso entusiasmo, por una parte;
de irritación y hostilidad por otra. Fueron interpretadas como una afirmación
de lo que había sido original y fecundo desde la generación del 98, como una
expresión de confianza en que todo eso estaba vivo y tenía porvenir. Los que
creían – o por lo menos deseaban – que todo aquello había quedado enterrado en
1939, acusaron su malestar. Hacía treinta años de mi verano en la Universidad
de Santander; pude medir la distancia que nos separaba de aquella fecha, lo que
había sucedido a España, a Santander y a mí personalmente desde entonces. Tuve
conciencia de que aquella serie de conferencias tenía alguna significación, por
lo menos para mí. Entonces me conoció, aunque yo no la conocí, una persona que
andando los años había de contar profundamente en mi vida”.
(Memorias 2. Una vida
presente. Pág. 205).
Universidad
Menéndez Pelayo 1978
“La Universidad
Internacional (que desde después de la guerra se llamaba “Menéndez Pelayo”) me
había invitado a dar una conferencia, y volví a la Magdalena por primera vez
desde 1934. Recuerdo que hablé de “Una trayectoria filosófica” – algo adecuado
para la ocasión -, estuve con el buen amigo Francisco Ynduráin, entonces
Rector, viajé un poco por la provincia”.
(Memorias 3. Una vida
presente. Págs. 90,91).
Universidad Menéndez Pelayo 1981
“Estaba en Valencia cuando
me llamó el Presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo, para decirme que
diera la conferencia inaugural de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo,
en Santander; le contesté que lo haría con mucho gusto, pero que me había
comprometido a hacer lo mismo, en la misma fecha, en la joven Universidad de
Extremadura. Me preguntó si no podía arreglarlo, cambiando la fecha; le dije
que no me sería fácil, pero que si lo hacía él, no tendría inconveniente en ir
a Santander.
Así lo hicimos ambos.
Calvo-Sotelo pronunció un excelente discurso, de calidad intelectual,
infrecuente en un político y digno de cualquier Universidad. Yo di, con
solemnidad poco usada, con traje académico español – la primera vez que me lo
puse – una conferencia sobre “La ausencia de la filosofía”. Me refería al
estado general del mundo, pero con alusión particular a la propia Universidad,
en cuyos cursos tenía la filosofía una representación poco brillante y
adecuada, que me hizo recordar con melancolía mi tiempo de estudiante en el
verano de 1934”.
(Memorias 3. Una vida
presente. Págs. 191-192).
Conferencia
en Laredo 1986
“Pasé unos días en
Santander, fui a dar una conferencia en Laredo, que no conocía; en Somo pasaba
el verano mi hijo Miguel con su familia; también veraneaba en Santander Mari
Presen, y tuvimos unas cuantas conversaciones en otro ambiente, que nos
acercaron más; estaba muy interesada por La mujer y su sombra, libro en el que
trabajaba afanosamente, que terminé y dejé en la Editorial tan pronto como
terminaron sus vacaciones de verano”.
(Memorias 3. Una vida
presente. Pág. 369).
Seminario
sobre Marañón 1987
“Durante el verano, Helio
Carpintero dirigió un seminario sobre Marañón en Santander, en la Universidad
Menéndez Pelayo; me pidió que interviniese, y por supuesto lo hice, con una
conferencia sobre un aspecto más de tan rica figura: “El liberalismo humanista
de Marañón”. Fue una reunión vivaz e interesante; a Marañón le hubiese gustado.
Fui a ver a Muguel y los suyos en Somo, en el barquito que cruz la bahía”.
(Memorias 3. Una vida
presente. Págs 379 y 380)
Estupenda entrada e impagable la foto: el señor Marías padre perfectamente vestido en la playa...
ResponderEliminar