Última conferencia del curso: "El ejercicio de la libertad en la España actual". En ella muestra Julián Marias las posibilidades españolas de futuro acorde con su realidad histórica. Por la gran importancia de su contenido la reproducimos seguidamente:
El horizonte
JULIÁN MARÍAS*
Este curso que se acaba ha tenido un carácter particularmente interesante por una razón, y es que se ha dado en uno de los pocos momentos en que era posible hacerlo en España con la conciencia tranquila; quiero decir lo siguiente, se hablaba del ejercicio de la libertad no desde el conocimiento de libertades - que pueden ser irreales-, sino del ejercicio efectivo de la libertad. En una serie de dimensiones, lo han estudiado en este curso en unas condiciones de posibilidad; en primer lugar, han existido las condiciones públicas, las condiciones sobre todo políticas y sociales para que el ejercicio de la libertad en tantas direcciones, en tantas parcelas, fuera posible, pero, además, y esto es todavía más interesante, han existido las condiciones objetivas, los recursos para que ese ejercicio de la libertad sea efectivamente posible. Si repasamos la historia de España, por lo pronto la historia reciente, encontraremos que han faltado unas condiciones u otras, y hasta ahora no ha sido posible estudiar una pluralidad de dimensiones como aquí se ha hecho. Es decir, en la elección del tema de este curso, en mí pesó mucho precisamente la condición de su posibilidad real, en muchos años no se habían reunido las condiciones necesarias para que ese ejercicio fuera eficaz, fuera plenamente real, y ahora sí. Todavía, sin embargo, hay un reparo que es el que voy a examinar en esta última conferencia.
* De la Real Academia Española y de la de Bellas Artes. Presidente de FUNDES. Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, 1996.
Casi todos los aspectos en que la libertad es necesaria, es conveniente, es condición precisamente de la plenitud de la vida humana, se están realizando o se han realizado, y aquí se han estudiado; únicamente hay algo que me preocupa porque no está quizá todavía plenamente actual, y es el horizonte. En el conjunto de la sociedad española, en el conjunto de esta sociedad que ahora posee las condiciones para la libertad y las está poniendo en juego, quizá hay un defecto, una deficiencia que no se ha llegado a hacer plenamente. Por eso hablo del horizonte, quiero decir: el ejercicio de la libertad de los españoles como tales, de España como tal, la realización de un proyecto plena y ricamente español, no de los diferentes aspectos parciales en que esa libertad se articula y se realiza, se debe realizar y hoy se puede realizar. Yo creo, por tanto, que esta última lección se debe dedicar al examen de las posibilidades globales españolas, de las posibilidades que afectan a España como tal en su conjunto. Lo hemos estudiado en muchas dimensiones, y con éxito realmente; el repertorio de posibilidades que se ofrecen a los españoles en esas direcciones, esenciales por supuesto, es enorme, yo creo que en mucho tiempo no se habían realizado de una manera comparable, pero creo que queda la consideración de lo que quiere decir España, lo que quiere decir ser español, la realización de la libertad en ese orden que se puede abandonar, que se puede no ejercitar en plenitud, tal vez por falta de imaginación.
Hay tres aspectos en que yo creo que hay que tener en cuenta ese horizonte y disponerse a realizarlo de la manera más completa y más adecuada.
Lo primero es algo característico de España que ha sido una constante de la historia española en todos los tiempos, buenos y malos: el carácter personal. Es curioso que, en los libros extranjeros del siglo XVIII, era frecuente hacer un reproche a España que venía a decir, con palabras más bien negativas, que España había tenido un planteamiento personal de sus relaciones con los demás. Se ha dicho, por ejemplo, que España era un país que no se había ocupado suficientemente de los aspectos económicos de los países descubiertos, ocupados y colonizados en el Nuevo Mundo, y que la prosperidad y los beneficios que otros países - como, evidentemente, Francia o Inglaterra- habían obtenido de las partes del mundo colonizadas y administradas por ellos eran mucho mayores. Pero es curioso también que casi nadie haya advertido, y los historiadores no lo han hecho constar, que precisamente España hizo, desde comienzos del siglo XVI, lo que han terminado por hacer últimamente casi todos los países en una medida mayor o menor: la creación de las dimensiones culturales, artísticas, civilizadas de estos países. Es decir, al considerar, por ejemplo, los mapas de América, o, mucho más, conociéndola física y visualmente, sorprende cómo ese continente está lleno de obras de arte y ciudades espléndidas frente a las ciudades muy modestas, casi factorías, dejadas por otros países. Las grandes ciudades de la América hispánica cuentan entre las más bellas ciudades hay en el mundo, están llenas de obras de arte, de palacios, de iglesias, de catedrales, de detalles arquitectónicos enormemente valiosos. Esto no existía en los países colonizados por otros países. Si comparamos, por ejemplo, las ciudades elementales del Canadá o de los Estados Unidos en el siglo XVII, en el siglo XVIII y todavía en el siglo XIX, con lo que eran las ciudades bellísimas del Perú, de México, de Guatemala, de Cuba..., el contraste es enorme, parece que son de otros siglos completamente distintos. Es decir, no había tantas factorías, tal vez la administración económica era inferior, pero había universidades, escuelas, y no solamente para los españoles, sino en una gran medida para los aborígenes; había innumerables libros impresos en estos países, yo he tenido en las manos un Aristóteles publicado en México a los treinta años de la Conquista, cosa que ni podía soñarse en otros lugares, no ha habido nada parecido. Las universidades son mucho más antiguas, a veces un siglo anteriores a las más antiguas de los otros países; esas universidades hoy son superiores a las de los países hispánicos, sin duda ninguna, y no me duele reconocerlo, pero la fecha es completamente distinta: 1555 es la fecha de fundación de la Universidad de México o de la Universidad de Lima; 1636 es la fecha de la más ilustre universidad de los Estados Unidos, Harvard; 1704, la de Yale (en las dos he tenido el honor y la suerte de enseñar, pero las fechas no las olvido). Esto ha sido característico.
Y hay un hecho máximo, y es que la comunidad religiosa cristiana, católica, más numerosa del mundo es la de los países hispanoamericanos; esto quiere decir, sencillamente, que los españoles se dedicaron a esa operación que se llama evangelización, muy secundaria para las demás naciones de Europa, que eran cristianas también - de diferentes confesiones, pero cristianas- pero no tenían una voluntad decidida o un interés particular en evangelizar a los pueblos aborígenes. El resultado de esto ha sido la comunidad religiosa más numerosa del planeta actualmente. Lo cual quiere decir, simplemente, que para los españoles, los habitantes de estos territorios eran personas y, por tanto, dignas de ser evangelizadas, capaces de recibir una religión, capaces de recibir una versión de su vida, de su sentido, de su destino, como los demás, como los españoles. Siempre he insistido en que esto no quiere decir que los españoles trataran bien a estos pueblos, porque se puede tratar mal a las personas, y así se hace, pero como personas, no como mercancías, no como una variedad zoológica, no como una posibilidad económica simplemente.
Yo traté este tema al final de un libro mío que ya tiene unos años, España inteligible, y he insistido en algunas cosas que conviene no perder de vista: las personas tienen un tipo de realidad propio, distinto de todo lo demás, de los vivientes no personales, de las realidades inertes, y esto es algo característico que obliga a un tipo de trato esencialmente distinto; pues bien, ésta ha sido la constante de España, en eso precisamente reside la característica de España a lo largo de toda su historia. Dirán ustedes que esto que estoy diciendo yo ahora, y que he dicho otras veces también, ¿cómo no consta, cómo no es sabido, cómo no es lo primero que se dice? Creo que la razón es que se ha olvidado bastante en qué consiste el carácter personal, y no se lo ve, ni se cuenta con ello, ni se echa de menos cuando falta. Yo creo que, en la época actual, hay una crisis muy profunda del sentido personal; la crisis religiosa del mundo actual evidentemente es indiscutible -junto a fenómenos que son de tipo muy positivo, sin embargo - , pero no importa, queda en segundo plano, no se lo pone en conexión con el resto de la vida, entonces se puede olvidar o se puede desconocer, se puede pasar por alto. Pues bien, en una época en que esto ocurre, yo he pensado siempre que España tiene que ser fiel a esa condición personal, que puede actualmente tener un carácter no religioso, España puede participar de la crisis religiosa, pero con la esperanza de que no pierda el carácter personal y que, desde otros supuestos, con otros problemas, con otras esperanzas, los españoles se sigan comportando como personas, tratando a los demás como personas y haciendo que su vida histórica consista justamente en la exploración, en el cultivo, en la implantación del carácter personal que pertenece al hombre.
Esto es lo que yo creo que podría ser, en un primer sentido, el horizonte. Ahora podemos ejercer la libertad, repito, como nunca, con posibilidades sociales y políticas de que la libertad sea autorizada, sea permitida, y con recursos en gran parte técnicos, en gran parte económicos, que permiten justamente la realización de esa libertad. Pues bien, sería triste, sería lamentable que se perdiera el sentido personal de España, el sentido personal de eso que llamamos la vida española. Y esto es lo que deberíamos tener presente, de un modo religioso o no, no se puede tener todo, es posible que la crisis religiosa sea inevitable, pero no debe llevar a la pérdida del sentido personal. Mientras los españoles vivan personalmente, se entiendan a sí mismos como personas, entiendan como personas a los demás, a los ajenos, yo creo que España seguirá siendo España y que tendremos esperanza de muchas cosas, incluso de las más altas. Éste sería el primer aspecto de lo que llamo el horizonte, la movilización de esa libertad no ya en cada una de las parcelas esenciales, interesantísimas y valiosas que se han analizado en este curso, sino en el conjunto de la vida de cada español y en el conjunto de España como tal.
Pero, por otra parte, yo señalaría otro rasgo que ha sido también característico de España y que también se pasa por alto, que tampoco se ha advertido claramente. Ustedes saben que a Europa, que era la cristiandad -es el título del libro famoso de Novalis, Die Christenheit oder Europa-, le ocurrió la peripecia inmensa de las invasiones islámicas, y no digo árabes porque los árabes eran una minoría, importante, rectora en muchos sentidos, pero eran una minoría; las invasiones islámicas fueron hechas en gran parte por pueblos de raza camítica y no semítica de gentes apenas arabizadas lingüísticamente, movidas en una forma que tampoco era estrictamente la originaria del Islam. Las invasiones rapidísimas de todo el norte de África, parte de Asia y parte de Europa cubrieron una gran porción del mundo antiguo y del comienzo del mundo medieval y lo transformaron. El resultado fue la enorme islamización, muy rápida, de todos estos pueblos que eran helenizados, romanizados y también cristianos, que dejaron de ser todo esto para ser islamizados, arabizados. Toda esta zona de África, parte de Asia y parte de Europa era cristiana, pero, hasta ahora, éstos han seguido siendo pueblos de lengua árabe primariamente, de cultura islámica y también árabe, donde ha desaparecido el cristianismo quedando restos mínimos, donde se han perdido las zonas helenizadas o latinizadas lingüísticamente desde las invasiones islámicas hasta hoy, y da la impresión de que van a seguir así. España fue igualmente ocupada y dominada rapidísimamente, las tropas de Tarik y de Muza conquistaron la casi totalidad de la Península Ibérica en un tiempo brevísimo y la sometieron a ese dominio, a esa arabización, a esa islamización que acabo de nombrar; pero con una diferencia: los habitantes de España no se resignaron y, lejos de considerar que eso era el destino, que eso era la realidad, que eso era el porvenir, vieron en la invasión un contratiempo pasajero. Ustedes saben que ha habido casi ocho siglos de dominación árabe en la mayor parte de España; es decir, no era pasajero, pero fue vivido como tal. Hay textos interesan- tísimos de siglo y medio o de doscientos años después de la invasión en que se habla de ésta como de un contratiempo destinado a pasar, inaceptable; es decir, los españoles pretendieron seguir siendo cristianos y, en aquella época, eso quería decir europeos, occidentales. El resultado lo tenemos a la vista: es nuestra realidad, es lo que somos, España no es un país como los del norte de África; con un esfuerzo tantas veces frustrado, deficiente o parcial, al final, a fines del siglo XV, deja de haber un poder islámico, no ya en España, sino en Europa, que era donde éste quedaba. Entonces España vuelve a ser lo que había querido ser siempre: un país cristiano, un país europeo, un país occidental.
Es curioso hasta qué punto, en definitiva, está vacilante esta condición, en qué medida los países europeos se sienten propiamente europeos, se sienten occidentales; dejemos de lado que se sientan cristianos, lo son o por lo menos lo han sido, no son inteligibles sin esa condición, sin esa herencia, el estado en que esté actualmente es secundario. Hay un hecho muy curioso: se habla todo el tiempo de los países islámicos, pero no se habla nunca de países cristianos; tal vez sea porque muchos de los europeos, por ejemplo, no son cristianos, hay una porción bastante grande que son anticristianos. ¿Es esto una objeción para su condición fundamental, para aquella realidad en que propiamente consisten, sin la cual no son inteligibles?, ¿es que sabemos si los habitantes de los países islámicos son verdaderamente islámicos? Sabemos muy poco de cómo son, sabemos poco de cómo se sienten, sabemos poco de qué configuración real y profunda han tenido sus vidas; sin embargo, hay suficientes gentes que se encargan de que no se pueda negar que son islámicos. En Europa, hay también gentes que, en cambio, se ocupan enérgica e inteligentemente de asegurar que no se pueda decir que son cristianos. Es una diferencia inmensa.
Ahora bien, si miramos al conjunto de España, si tratamos de proyectarnos hacia el porvenir, si tratamos de ver qué futuro hay y en qué consiste, no en los diferentes y múltiples aspectos de la vida, sino en conjunto, en la personalidad colectiva de España, ¿qué podemos pensar?, ¿no es fundamental conservar esa condición europea, esa condición de formar parte precisamente de esta manera de vivir y de ser que ha sido, casualmente, el germen del mundo occidental? La occidentalidad - no ya la europeidad, sino la occidentalidad - de España ha sido su carácter constante, su carácter afirmado polémicamente en esa operación extrañísima que no ha existido en otras partes, de siglos, que se ha llamado la Reconquista. España ha sido el país de la Reconquista, que no ha habido nunca en los otros lugares, que no ha habido en el resto de la humanidad dominada por los árabes.
Y esto sería la segunda parte, la segunda dimensión de eso que podemos llamar el horizonte español, el horizonte no ya parcial, sino el horizonte de España como tal. Ser español ha consistido en la visión personal de la realidad, en entenderse como personas y entender como personas a los demás y, en segundo lugar, en entenderse justamente como algo europeo, occidental, lo cual significaba desde siempre el dominio de la razón, la convicción de que la realidad es de estructura racional, quiero decir, racionalizable, inteligible, comprensible, coherente. Esto ha sido tan eficaz que el mundo entero ahora está occidentalizado, está europeizado, con oposiciones, con odios si hace falta, como sea, pero está vigente en el mundo entero. Es decir, los principios sustentadores de la vida de Europa han estado ligados a una visión personal, concretamente cristiana, pero no esencialmente ni únicamente, y eso ha dominado el mundo en la forma de que parece condición necesaria. No nos damos cuenta de cómo, en definitiva, hay una vigencia capital y universal -aunque deficiente en su realización, por supuesto- de los principios europeos, de los principios que han sido nuestros, y que en España justamente se han mantenido a pesar de enormes dificultades, de una eliminación que pareció definitiva. Es evidente que, después de la invasiones árabes, pareció que todo eso había quedado abolido en España, y resultó no ser así, resulta que ahí está y ¿qué es lo que somos?: yo les estoy hablando a ustedes en español, que es una lengua románica, una lengua que viene principalmente del latín y no del árabe o de otras lenguas; estoy usando conceptos que proceden de una tradición antiquísima originada primariamente en Grecia, no de otras tradiciones; los libros que leemos tienen un origen europeo, occidental en su noventa por ciento... Ésta es la situación.
Pues bien, si tenemos que pensar en el horizonte de nuestras vidas y de la colectividad a la cual pertenecemos, tenemos que recurrir a todo esto, tenemos que tratar de actualizarlo, de revivirlo, de llevarlo adelante. ¿Cómo?, de la única manera que es concebible en estas tierras: de una manera creadora, de una manera innovadora; este mundo al cual pertenecemos no se ha contentado nunca con repetir las cosas, por eso tiene una historia renovada, una vez y otra y mil veces, en que se puede distinguir, no ya cada siglo o cada decenio, sino cada año. Se puede tener una historia por años, cosa que es inimaginable en otras formas de humanidad, en otras formas de cultura, que han repetido formas ensayadas una vez y otra durante siglos sin grandes cambios, a veces ni grandes ni pequeños. Por tanto, resulta que estamos condenados a la historia, condenados a ser históricos, a tener que inventar una vez y otra, a poner a prueba nuestras ideas, nuestras artes, nuestras técnicas y superarlas, abandonarlas en cierta medida, sustituirlas por otras. Piensen ustedes en este hecho que es enorme: la historia de Europa, la historia de Occidente, es historia en un sentido profundamente distinto comparada con la de los demás pueblos de la tierra; hay historia siempre que haya hombres, pues el hombre es histórico, pero en grados distintos, en formas distintas. Los europeos son ya en gran parte otras cosas, son americanos, por ejemplo, quienes son evidentemente un resultado de los cambios históricos de Europa. Europa se ha hecho América, entre otras cosas, y, por tanto, nos pertenece la condición histórica en forma distinta y mucho más intensa que a ninguna otra porción de humanidad. Ésta sería una segunda parte, un segundo aspecto de lo que precisamente llamo el horizonte, nuestro horizonte.
Pero no termina aquí la historia, y ahora me refiero a España en particular, no a toda Europa, no a la condición occidental. Resulta que a nosotros los españoles nos ha pasado América, ni más ni menos, y a América le ha pasado España y Portugal y, en cierta forma también, pero en forma parcial y atenuada, dependiente justamente de la forma española, otras porciones; evidentemente ha habido una presencia inglesa, holandesa y francesa en América, muy parcialmente, tardíamente, no al principio, cuando los otros pueblos han llegado a dejar una huella en América, España llevaba largo tiempo asentada, condicionada y condicionante de América. Hemos llegado a que la realidad americana, que no es española, sea esencialmente hispánica. Hace no muchos años -las cosas se descubren cuando Dios quiere, si quiere, y a veces no quiere-, hacia 1980 más o menos, descubrí algo que me parece de capital importancia. La diferencia que existe en América es ésta: en el norte, se ha producido un trasplante de sociedades europeas a suelo americano para fundar sociedades también europeas, también occidentales; todo lo que ha sido ocupado, colonizado y poblado por ingleses, franceses u holandeses tiene este carácter de trasplante, la única relación con el continente americano era la territorial, era el suelo. Pero, en el caso de España, es algo completamente distinto: lo que se ha producido es un injerto. El injerto consiste en la introducción en una planta de elementos vivos de otra planta, sobre todo yemas, que transforman la planta receptora del injerto, la cual sigue siendo sustancialmente lo que era, pero modificada, alterada, con esperanza de que sea hacia lo mejor. Son dos palabras botánicas sumamente claras que no ha repetido nadie, que nadie ha recogido, están todavía pendientes de que alguien las utilice alguien que no sea yo, claro. Así, las ciudades de la América septentrional son sociedades europeas en suelo o territorio americano, mientras que las de la zona colonizada, ocupada y poblada por España siguen siendo americanas, hispanizadas, europeizadas, modificadas esencialmente, bien distintas de lo que eran antes del paso de España por América, por supuesto, pero siguen siendo americanas, ni son inteligibles sin la aportación española, ni son inteligibles sin su condición sustancialmente americana. Ésta es la diferencia capital y enorme que parece que no se ve, por lo menos nadie lo dice. Pues bien, esto yo creo que es justamente el destino nuestro, y empleo la palabra nuestro no solamente desde España, sino desde América. América y España son ininteligibles si no se recurre a este injerto, a esta condición que nos ha pasado mutuamente: a América le ha pasado España y a España le ha pasado América.
En estos años precisamente, estamos asistiendo a un fenómeno nuevo que no se descubre cuyas consecuencias no constan: tenemos una presencia increíblemente numerosa de hispanoamericanos en España actualmente, y deberíamos descubrir que son como nosotros, más aun, que son nuestros, que pertenecen a un nosotros más grande y plural que es justamente nuestra verdadera condición, nuestra realidad. Estamos descubriendo, por lo pronto, que hablan como nosotros, permítanme decir que mejor que nosotros, porque no se ha producido en ellos esa atroz degeneración de la lengua que está padeciendo Europa. Algunos países la están padeciendo más que nosotros; pienso por ejemplo en Francia, que ha cuidado tanto y ha tenido tanto amor por su lengua, donde los destructores de la lengua han destruido la sintaxis, han destruido el vocabulario, han llegado a destruir la fonética; si ustedes ven películas francesas recientes, por muy bien que sepan francés, no las entenderán; cuando habla una persona de cierto nivel cultural y de cierta edad, se entiende, en cuanto se desciende en nivel cultural y en edad, no se entiende, hay un número muy grande de franceses que ya no hablan en francés. En España no se ha producido un fenómeno tan grande ni tan grave, gracias sobre todo a la solidez tremenda de la lengua española y de su fonética, casi indestructible; pero está muy mal traída, es increíble sobre todo en niveles de edad bajos, juveniles, en que hasta la fonética española está muy quebrantada. Y, en cambio, no tanto, ni mucho menos, en América. Yo a veces sospecho si no tendrán una cultura superior a la que reconocen y a la que se supone que tienen muchos hispanoamericanos que hoy habitan en España, porque a veces me hacen preguntas que, aunque revelan ciertas ignorancias que son comprensibles y justificables y que demuestran que no han tenido unos estudios, su perfección lingüística es muy superior en igualdad de niveles a la de los españoles autóctonos; no solamente es la lengua, algo capital, profundo y básico en lo cual se realiza todo lo demás de la vida humana, es que además poseen un repertorio de dichos, de expresiones, de locuciones, de recuerdos profundos que no vienen de los periódicos o de la literatura habitual de bajo nivel, sino que son resultado de conversaciones, del habla cotidiana, del habla popular, de las cosas que han dicho sus padres, sus abuelos, sus tatarabuelos, y que son el depósito de la vida, lo que creen que es la realidad, a lo cual recurren cuando quieren entender algo.
Este destino que a los españoles en particular, y no a los demás europeos, nos ha tocado, es el tercer elemento que completa el horizonte. Creo que España como tal, en su conjunto, y los españoles individualmente, en cuanto tales españoles, tenemos que tener la fidelidad a la visión personal de la realidad, tenemos que sentirnos personas y ver como personas a los demás, tenemos que tener consciencia de la pertenencia a esa comunidad superior europea, occidental; tenemos que asumir ese destino particular propio de nosotros, españoles, y no de otros, o por lo menos en una medida superior en nuestro caso, que es justamente el resultado de ese extraño fenómeno que se ha producido a gran escala, enorme escala, y que es precisamente el injerto. Somos injertadores y, en esa medida, injertados; nos ha pasado América lo mismo que a los americanos les ha pasado España, les hemos pasado nosotros, hemos elaborado a lo largo de unos cuantos siglos una variedad humana irrenunciable, absolutamente nueva, absolutamente original que tiene precisamente eso: horizonte, porvenir, a lo cual no podemos renunciar. Es evidente que no podemos vegetar, repetir en formas secundarias, en formas de cosas, de intereses, de cosas recibidas y mal administradas, en lugar de tener una conciencia viva, personal y creadora, en todos los sentidos, de esa comunidad a la cual inexorablemente pertenecemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario