lunes, 16 de septiembre de 2013

Una visión actual de Don Juan Tenorio


El Teatro Español de Madrid invitó en el año 1999 a un serie de personalidades con el fin de analizar la figura de Don Juan Tenorio y dar una serie de conferencias sobre el tema. La primera fue realizada por Julián Marías con el título arriba indicado. Por su interés la reproduzco seguidamente:


             Señor Alcalde, señor Director del Teatro Español, señoras y señores, amigos todos, amigos de Don Juan Tenorio por lo pronto, y míos espero también. Yo les voy a hablar a ustedes de Don Juan Tenorio. El título principal que tengo para hablar de él es que me lo sé de memoria. Yo, la verdad, es que desde el primer verso hasta el último, tal vez en cuatro o cinco momentos tendría que detenerme para empalmar dos escenas, pero prácticamente me sé de memoria al noventa y nueve coma cinco por ciento del Tenorio. Lo he visto muchas veces, lo he visto desde que era muy joven, un poco después de su estreno, pero no mucho.

              Quiero recoger para empezar la referencia que nuestro Alcalde ha hecho. Yo lo que digo es que los dos versos:

                                            Y qué tengo yo, don Juan
                                            Con su salvación que ver

              Digo que son los dos versos más pétreos que se hayan escrito en nuestra lengua, y evidentemente ha sido una actitud frecuente en lo que se llama la derecha, palabra que aborrezco tanto como la palabra izquierda. Las reservo para las manos o para los pisos en las casas, no más, pero para entender la política, para entender la vida en general me parecen detestables, no empleo ninguna de las dos.

               Pero en fin, ha habido efectivamente, yo creo, una idea que tengo muy arraigada: es que el Comendador, el Comendador de Zorrilla es el trasunto del padre de Zorrilla. El padre de Zorrilla ha sido un hombre de derechas en el sentido que se puede aplicar a este palabra. Ha sido Superintendente de Policía en tiempos de Fernando VII, y era pétreo, durísimo. Luego fue Carlista, y Zorrilla le tenía  mucho respeto, mucho cariño y un miedo espantoso, y en gran parte de toda su obra trató de congraciarse con su padre, de hacerse estimar por su padre, de ofrecerle precisamente la gloria que alcanzó para que su padre considerara que al fin y al cabo el hijo valía la pena. Y ese es un detalle interesante, yo creo, y naturalmente añade un matiz muy importante al Comendador, a don Gonzalo de Ulloa, en Don Juan Tenorio de Zorrilla, diferente de las figuras tradicionales desde el comienzo. Y voy a referirme al comienzo mismo, no al comienzo de la leyenda de don Juan que es muy antigua, sino a la primera obra teatral en la que aparece don Juan Tenorio, El burlador de Sevilla y Convidado de Piedra de Tirso de Molina, Fray Gabriel Téllez, que es del primer tercio del siglo XVII, más o menos hacia el 1630. Y es curioso porque se habla siempre de los autores contemporáneos que se han ocupado de la figura de don Juan, y hay una lista ilustre muy completa; pero no ha visto que nunca de cite a Azorín, y Azorín escribió un ensayo verdaderamente prodigioso hace 70 años sobre don Juan, sobre el don Juan, precisamente de Tirso de Molina. Y cuenta una historia deliciosa y muy profunda:

                Está escribiendo Fray Gabriel Téllez  en su celda El Burlador de Sevilla, tiene un manuscrito en el cual hace tachaduras y hace cambios y va variando las cosas, y alterna su trabajo de escritor con su función de confesor. Baja a la iglesia y entonces hay tres damas, tres damas elegantes de la buena sociedad de Madrid, tres bellas y elegantes pecadoras que confiesan sus pecados, y confiesan que las tres han sido burladas por un galán, y lo cuentan, y Fray Gabriel Téllez las oye con indulgencia, sin gran indignación, comprendiendo las debilidades humanas. Y las trata con afecto y con bastante indulgencia. Al fin y al cabo son unas damas elegantes; han tenido un desliz y en el fondo quizá no lo sienten demasiado. Pero luego sigue confesando y aparece una mujer joven, bella, demacrada, triste, angustiada, que va con un niño de cinco o seis años. Y entonces le cuenta que ha sido burlada también, le ha dejado el burlador ese niño; se ha marchado, los ha abandonado a los dos, no los ayuda. El niño tiene unos ojos grandes, tristes, expresivos. Fray Gabriel Téllez se conmueve profundamente, le acaricia la cabeza al niño, le da unas monedas de plata a la mujer y cuando vuelve a su celda, cambia el desenlace del drama:  antes lo salvaba, ahora considera que no puede hacerlo y manda a don Juan al infierno. Esta es la maravillosa historia que cuenta Azorín.

                 Naturalmente, yo voy a hablar de Don Juan Tenorio de Zorrilla, que es el que se está representando en este Teatro. Y yo creo que es el más perfecto, creo que es el más interesante. Lejos de ser una obra trivial como se dice, una obra ligera, creo que está lleno de matices, de finura, de profundidad en muchos sentidos. La figura de don Juan, la figura tradicional ya desde la Edad Media; ustedes conocen quizá un libro que publicó hace ya mucho tiempo, en 1908, Víctor Said Armesto. Publicó un libro que titulaba La Leyenda de don Juan Tenorio, mostrando que el origen es puramente español, y un origen medieval le da a esta leyenda. Pero ha habido naturalmente una serie de escritores españoles, empezando por Tirso de Molina, y extranjeros, que han tratado el tema de don Juan, sin olvidar los músicos también. Pero el don Juan de Zorrilla tiene cosas particularmente interesantes, yo creo.

                  La figura de don Juan es el burlador, es el hombre que enamora a las mujeres, las conquista, las seduce. Pero es al mismo tiempo el hombre que vive ante el peligro, que está exponiendo su vida todo el tiempo. La mujer, en las épocas en que se escriben estas obras, estaba guardada, estaba detrás de unas celosías. Por eso el amor solía ser súbito y de lejos. El caballero pasaba por delante, veía la figura de la mujer detrás de la reja o de las celosías, se quitaba el sombrero con plumas, lo hacía ondear. Después, a veces, tal vez le daba agua bendita en la iglesia, o le daba un billete a una dueña para que se lo comunicara. Era muy difícil ver a las mujeres y tratar con ellas fuera de la familia. No es la situación que tenemos tan venturosa, yo creo, de tener a las mujeres por todas partes. Eso no existía. Era muy difícil. Además  había unos celos tremendos, que han pasado de moda, no sé si demasiado; los padres, los hermanos, no digamos los maridos, y la justicia.

               Y además de todo eso, además de ser peligroso y de encontrar don Juan unas veces una mujer enamorada y otras veces una espada, además había el pecado. Dirán ustedes que don Juan no era muy creyente: no era muy creyente, pero creía lo suficiente para contar con la posibilidad del pecado y de la condenación. Es decir, don Juan se expone, don Juan se juega la vida. No solamente la vida terrenal, sino la vida eterna. Esto desde el comienzo. Acabamos de ver la situación en el don Juan de Tirso. Esta situación es fundamental y por eso en el Don Juan Tenorio de Zorrilla hay dos listas; los muertos en desafío y las mujeres burladas. Don Juan ha seducido a innumerables mujeres, sí, pero también se ha batido con tantos hombres y han muerto; los ha matado a todos ellos en lucha abierta, en lucha noble. Esta es la situación.

                 Hay además otra dimensión de don Juan. Es jugador, se lo juega todo: la vida, el dinero. Cuando comenta que el padre ha dejado la herencia para hacer el famoso panteón en Sevilla dice que hizo bien, “yo al otro día la hubiera a una carta puesto”. Es decir, se juega todo, hay una actitud juvenil que dice: largo me lo fiáis. El joven precisamente tiene esa actitud, por ejemplo, frente a la muerte. El hombre joven cuenta con que puede morir, evidentemente, y se juega la vida en cualquier momento, sí, pero esa muerte queda lejos, queda muy lejos porque normalmente morirá dentro de cuarenta años, dentro de cincuenta o dentro de sesenta años. No imagina al que morirá. El hombre maduro, el hombre adulto, no digamos el viejo, sabe que el que morirá es él mismo. Puede imaginar perfectamente bien quién morirá. No digamos cuando se llega a una edad como la mía: se sabe perfectamente que ese que va a morir, no se sabe cuando(´mors certa hora incerta`) es uno mismo y es perfectamente imaginable. La actitud juvenil es largo me lo fiáis: no se imagina, no se cuenta con ello. Esto son dimensiones esenciales que tiene la figura de don Juan y eso es lo que le da su dramatismo, lo que le da esa gracia, lo que le da ese valor imperecedero que hace que los públicos sigan viniendo a ver a Don Juan Tenorio, año tras año, sede 1844, con una pequeña interrupción  que ha habido, lamentable, debida en gran parte a que muchos actores no saben decir los versos, cosa que es grave.

            Más grave todavía es que la mayor parte de las personas jóvenes no tengan versos en la memoria, no llevan versos en la memoria. Yo no he aprendido nunca versos voluntariamente, es decir, deliberadamente, pero se me han quedado los versos que me gustaban. En varias lenguas se me han ido quedando, y por eso estoy en cierto modo poblado por muchos versos. Yo echo de menos en los jóvenes, incluso en los muy leídos, que no tienen versos.

             Pero además hay un elemento que es capital en el Don Juan Tenorio de Zorrilla. Aparecen elementos nuevos que no están en otras versiones del Tenorio. Una de ellas, muy importante, es el valor de la palabra. Ustedes piensen que el amor consiste fundamentalmente en una buena retórica amorosa; el amor se hace hablando. Hasta hace poco, todavía en algunos lugares, sobre todo en pueblos españoles, todavía se emplea la expresión para decir que dos personas están en relaciones amorosas, se dice ´hablan`: Juan habla con Pepita. En general los enamorados, hasta hace no mucho tiempo, casi no hacían más que hablar, poco más. Ahora hacen otras cosas, no sé si hablan, y no sé si hablan de algo que valga la pena. A la mujer  la hace el hombre diciéndole cosas, inventándola, describiéndola. Cuando yo veo, por ejemplo, que ahora para hablar de la belleza de una mujer se dan tres cifras, tres números, pienso en los endecasílabos que han necesitado los poetas para explicar la belleza de las mujeres. ¿Cómo se puede reducir a tres cifras? Parece imposible, pero por otra parte no olviden, y ahí está donde Zorrilla interviene con enorme talento, recuerden ustedes otro gran poeta, Antonio Machado:

                                Dicen que el hombre no es hombre
                                Hasta que no oye su nombre
                                De labios de una mujer
                                Puede ser

                Quiero decir que la mujer tampoco se calla, tampoco está callada. Ustedes piensen que don Juan conquista, seduce a doña Inés diciéndole cosas. Se las dice en aquella carta que le manda en el horario donde reza doña Inés, que le entrega la astuta, Brígida a la inocente doña Inés, y se le cae el papelito. Y se pone a leer la carta:

                                 -Doña Inés del alma mía...
                                 ¡Virgen Santa, qué principio!
                                 -Será en verso y será en ripio
                                 que traerá la poesía.
le contesta Brígida, y se pone a leer la carta y esta carta provoca en doña Inés una transfiguración, el entusiasmo: es la seducción por la palabra, literalmente. Y acaba ya casi enferma, no puede respirar, se ahoga. Luego le dirán que era por el humo del incendio que nunca hubo, naturalmente. Pero no, se ahoga por la palabra amorosa de don Juan en su carta.

                  Y hay una segunda parte, que es la escena del sofá en la Quinta de don Juan, junto al Guadalquivir. Don Juan le dice cosas y cosas y cosas, y la va enamorando. Le va explicando quién es, le va explicando cuál es su amor, le va explicando cómo está encadenado por él. Sí, pero no olviden ustedes que doña Inés responde, no se calla, también habla y don Juan es cuando verdaderamente se enamora, se enamora también de la palabra de doña Inés, de lo que doña Inés le dice. La descubre, entonces se da cuenta de que no es un nombre más que va a añadir a su lista de conquistas amorosas, no se trata de hacer un catálogo. Se trata fundamentalmente de que se enamora de doña Inés y entonces cambia todo, entonces es cuando se arrodilla ante el Comendador y le pide que lo perdone y que le exija pruebas de su arrepentimiento y de su bondad, y cuando don Gonzalo le dice esos versos pétreos, al final tiene que pegarle un tiro porque no le dejan salida, ni él ni don Luis Mejía.  

                   Como ven ustedes, por tanto, Zorrilla hace intervenir la palabra amorosa de los dos. Insisto, ésta es la gran originalidad de Zorrilla, porque las amadas de los demás Tenorios, no dicen nada. Pero doña Inés es locuaz y elocuente, y dice las cosas y expresa también ese amor que ha nacido en ella, despertado. Despertado, pero nada más que despertado, por la palabra amorosa de don Juan. Como ven ustedes hay más profundidad de la que parece en esta obra que parece trivial.

                   Es extraordinario. Yo digo siempre que hay, para toda situación vital, una cita del Tenorio, siempre viene a la memoria una cita del Tenorio para cualquier situación vital por extraña que sea, algo prodigioso. Pero dirán ustedes: bueno, pero esto todavía en el siglo XVII tenía sentido; y en el siglo XIX, en la época romántica, cuando en 1844 estrena Carlos Latorre Don Juan Tenorio de Zorrilla, todavía. Pero ahora, con el coche y el teléfono y los moteles y todo lo que se explica y la convicción que tratan de incorporarnos de que todo es química, el amor también es química, no palabra, sino química. Y no hay peligro porque los padres y los hermanos ni se ocupan y quizá ni siquiera los maridos mucho, y no son celosos y la justicia no interviene y naturalmente se legalizan todo tipo de parejas: de todo tipo y sin pararse en barras. Entonces, ¿dónde está el peligro? ¿Es que don Juan se expone? ¿Es que existe algún peligro para don Juan? ¿Es que hay dificultades?

                  En la relación amorosa hay un elemento que tiene que ver mucho con el de la caza. Mi maestro y amigo Ortega, que escribió un ensayo maravilloso sobre la caza, señalaba cómo la primera condición de la caza es que no la haya, quiero decir que sea muy difícil encontrar una pieza. El que sale a cazar, el primer problema con que se encuentra es encontrar caza, encontrar piezas. No las encuentra y estas huyen, se escapan y atacan si son poderosas. Ustedes imaginen ¿quién sería capaz de disparar una escopeta en una granja avícola? No creo que nadie pueda hacerlo. La caza tiene que ser extraña, huidiza o peligrosa y amenazadora.

                Es evidente que la mujer era escasa, acabamos de decirlo, había tantas mujeres como hombres, pero estaban guardadas, estaban escondidas, no estaban accesibles. Encontrarse con una mujer era el primer problema. Decirle algo no digamos, dificultoso. Pero además la mujer era huidiza, la mujer rehuía la conquista. Tal vez la deseaba, pero la rehuía. Había en todo caso un juego que era fingir la huida, el apartamiento, tomar una actitud arisca. Si esto desaparece, si esto no está de moda, si como se piensa ahora la mujer puede y debe tomar la iniciativa, ¿qué hace don Juan?

                  Yo no le aconsejo a ninguna mujer que tome la iniciativa, suele traer malas consecuencias, muy malas consecuencias. Lo que no creo nunca tampoco es que la mujer tenga una función pasiva. Nada de pasiva, todo lo contrario. Porque la mujer hace algo tan activo como hacer que el hombre tome la iniciativa, ¡si les parece poca actividad! Aristóteles, que sabía de todo, definía a Dios como el primer motor inmóvil que mueve sin ser movido, y explicaba; como el objeto del amor y del deseo. El objeto del amor y del deseo mueve sin ser movido, hace que las cosas o los demás se muevan hacia él. Y ésta es precisamente la función de la mujer, que es tan activa y sutil, delicada. Pero si esto desaparece, entonces la figura de don Juan ¿no es absolutamente arcaica? ¿Tiene algo que ver con la sociedad en que vivimos? ¿Tiene algo que ver con los hombres, con las mujeres actuales? Yo creo que sí, yo creo que tiene mucho que ver, porque una cosa es lo que se dice y otra cosa es lo que pasa, y es bien distinto. Cada vez tengo más la impresión de que lo que se dice y lo que es público, lo que muestran los medios de comunicación, lo que parece que circula, es bastante distinto de lo que pasa en el fondo, de lo que son las personas reales en su intimidad, en su personalidad propia, y es mucho más interesante, por fortuna.

                   Yo siempre insisto en que en España, por ejemplo, actualmente la superficie pública de España es bastante lamentable. La realidad social española es mucho mejor, es incomparablemente mejor y tengo confianza en ella, y mucha esperanza. Pues bien, yo creo que la vida real, la vida efectiva de los hombres y mujeres de nuestra época, tiene muchos rasgos comunes con los que tenía en la época romántica o en el siglo XVII o en todas las épocas históricas que son accesibles a nosotros.

                  Y no ha desaparecido ni siquiera el peligro. Dirán ustedes que cuál es el peligro que tiene don Juan. Tiene un peligro capital, quizá el más grave de todos: tiene el peligro de enamorarse.

                  Esta es la gran originalidad de Zorrilla, los demás donjuanes no se enamoran: consiguen las mujeres, las encantan con su labia, con su gracia, con su apostura; a veces con engaños, a veces suplantando la personalidad, lo cual es turbio. Pero don Juan, que inicialmente ha hecho esto, que lo ha hecho en muchos casos, cuando se jacta en la Hostería del Laurel, con Buttarelli, delante de Ciutti y de Gastón, ante don Luis Mejía, se jacta de sus conquistas y sus proezas en desafíos. Está siendo fiel a ese patrón, a ese esquema del donjuan tradicional realizado en la obra de Tirso de modo ejemplar. Pero resulta que no, que la cosa no termina ahí. Resulta que se enamora de doña Inés, y entonces la cosa cambia completamente, porque es el gran peligro. El enamorarse es algo enormemente grave, enamorarse siempre supone jugarse la vida, jugarse la vida de una manera radical.

                  Hace mucho tiempo introduje una distinción que me parece importante entre amar y enamorarse: amar es proyectarse amorosamente hacia otra persona del otro sexo. Enamorarse es que esa persona se convierte en mi proyecto. No es que me proyecte hacia ella, es que es mi proyecto, es que yo soy otro, es que cambio. Soy absolutamente otro, pase lo que pase.

                Por ejemplo en Calderón, en La vida es sueño, ustedes recuerdan que Segismundo, que ha estado en la torre prisionero porque habían vaticinado que destronaría a su padre, al final el padre, el rey de Polonia, lo lleva a la Corte. Lo hace vivir como príncipe heredero, se porta mal, tira a un cortesano por el balcón y hace todo género de tropelías. Al final se aterran de cómo está este hombre y lo vuelven a llevar a su prisión. Cree que ha soñado, cree que ha sido un sueño, pero recuerden ustedes que se ha enamorado de Rosaura. No la encuentra, está otra vez como estaba en la prisión. No cree, no sabe siquiera si existe y dice: 

                 Sólo a una mujer amaba
                 Que fue verdad, veo yo
                 en que todo se acabó,
                 y esto sólo no se acaba

          Es decir, está enamorado, sigue enamorado de Rosaura. No sabe si vive, no sabe si existe o ha sido simplemente un sueño: lo que queda es el enamoramiento, esto es lo absolutamente radical, lo que no puede perder.

          Esta es la situación. El verbo enamorar parece un verbo transitivo: enamorar a alguien. El uso real, el uso primario del verbo enamorar es el uso reflexivo, lo que los gramáticos actuales llaman pronominal. Es enamorarse, lo primario es enamorarse. Enamorar es lo que hace uno para intentar que se enamore la persona de quien uno se ha enamorado, pero el sentido primario es el reflexivo, es enamorarse y esto es lo que le pasa a don Juan. Don Juan se enamora de doña Inés, y entonces, fíjense ustedes, qué punto la penetración de Zorrilla, que no era un intelectual, ni mucho menos, pero tenía un sentido humano, un sentido de lo que es la vida humana como tal, de lo que es el hombre y de lo que es la mujer y lo que es España: la historia española. No era historiador ni nada parecido pero la comprendió como pocos. Él descubre en definitiva la situación. Recuerden que cuando doña Inés ha muerto, en la escena del cementerio, don Juan encuentra la estatua de doña Inés que ha muerto, ha muerto conservando su belleza que ha salvado el escultor. Doña Inés ha rezado, ha pedido a Dios el perdón de don Juan. Recuerden ustedes que en esa escena, que me parece que no se representa nunca, cuando entran los guardias, los corchetes entran después de que ha matado don Juan en su Quinta al Comendador y a don Luis, hay un grito al final; dicen:

                               Justifica por doña Inés

y doña Inés dice:

                               pero no contra don Juan

               Es la frase con la cual cae el telón. Cae el telón, o caía el telón cuando se representaba la escena, que no siempre se hace. Es a en decir, le pide a Dios que salve a don Juan y se ofrece precisamente a compartir su destino: con él se salvará o se perderá con él. Se salvará si don Juan se salva, si don Juan se arrepiente. Se condenará también ella uniendo su destino al de don Juan si él no se arrepiente, si persiste en el pecado y en el error y no se convierte. Es decir, ¿ven ustedes?, esta es la transfiguración, diríamos la versión, de esa idea de que la persona enamorada hace que la persona de quien se enamora se convierta en su proyecto, es decir, llega al extremo de que doña Inés, enamorada de don Juan, hace que don Juan sea su propio proyecto, no ya en esta vida sino en la otra. Es decir, acepta haber compartido, o hubiera deseado compartir, no sólo la vida terrenal, sino la vida eterna y acepta incluso el riesgo de la condenación si don Juan se condena. ¿Ven ustedes cómo hay una identificación radical y profunda?

              Esto no existe en ninguna otra versión de don Juan. Por eso don Juan, el Tenorio de Zorrilla, lejos de ser una figura superficial y más o menos tosca, no lo es. En el fondo tiene una profundidad y un ingenio que se debe a la adivinación que Zorrilla tenía de lo que era esa realidad amorosa fundamental.

             Además hay otros rasgos amorosos de Don Juan Tenorio. Piensen ustedes en que no solamente el enamoramiento que tiene don Juan, no es solamente por la belleza de doña Inés a la cual apenas ha visto. La ha visto desde lejos, esta es la forma tradicional del enamoramiento en épocas pasadas. El Don Juan Tenorio acontece hacia 1545, en los últimos años del Emperador Carlos V, dice Zorrilla. No la ve de cerca, no la ve despacio, más que en la Quinta del Guadalquivir, hasta entonces no la ha visto apenas. Pero insiste y lo dice expresamente: no se ha enamorado solamente de su belleza, no primeramente de su belleza, se ha enamorado de su alma, es decir, se ha enamorado de la persona que es doña Inés, de esa persona que justamente merece ese amor, es digna de él. Y la mujer, doña Ines, se enamora. También ha visto muy poco a don Juan, y también de lejos. Lo ha visto desde el convento o por la celosía. Se enamora fundamentalmente del amor de don Juan, es decir, la mujer normalmente se enamora del amor del hombre, es decir, más rigurosamente, más precisamente, se enamora del hombre enamorado.

            Es muy difícil que una mujer de verdad se enamore de un hombre que no está enamorado de ella, es sumamente difícil. Y como en nuestra época precisamente la gente no lee versos y no lee el Tenorio, y solamente de vez en cuando asiste a la representación del Tenorio, olvida todo esto. Olvida todo esto y por eso hay tantos accidentes amorosos, que si los hubiera en los aviones nadie se atrevería a volar, porque la frecuencia de los accidentes amorosos, matrimoniales o no, es tal que da verdaderamente espanto. ¿Por qué razón? Porque precisamente el enamoramiento no es frecuente ni se cuenta con él, y muchas personas no creen siquiera en su posibilidad. Y hay una especie de trivialización que no tenía la figura de don Juan, que no tenía sobre todo el don Juan de Zorrilla y que es lo que precisamente significa, no sé, la posibilidad de volver a reavivar y a comprender lo que significa ese absolutamente maravillosa relación que existe entre un hombre y una mujer, y que se llama amor.

             Ustedes piensen que durante muchos siglos ha habido una exploración que ha hecho muy fundamentalmente la poesía lírica, el teatro, la novela en el siglo XIX, que es explorar precisamente en qué consiste esa realidad dramática proyectiva, misteriosa, que consiste en que un hombre y una mujer se enamoran. Llevamos mucho tiempo en que esto ni se dice siquiera, ni se recuerda. Ha habido una forma de arte, una forma de creación en al cual el amor se ha refugiado, que era el cine. El cine ha mantenido precisamente el amor como vigencia durante muchos años. en los últimos quizá veinte o treinta ha entrado también en crisis, ha empezado a sustituirse por una palabra biológica que usaba tan poco: la palabra ´sexo`. Dirán ustedes que el sexo tiene que ver con el amor, claro que sí. Pero Ortega decía que el impulso sexual es en el amor como el viento en las velas. Si no hay viento un velero no puede navegar, pero no basta con el viento, hace falta el velero, hace falta la tripulación, hace falta sobre todo un derrotero y un puerto de llagada al cual se va.

             Esto se ha ido olvidando, se ha ido eliminando y entonces esto refluye (y esto es lo grave), refluye sobre la vida personal, por que es evidente que la interpretación literaria, la interpretación teatral, la interpretación cinematográfica de las relaciones humanas, y muy especialmente del amor, es precisamente lo que hace que se produzca la iniciación, un descubrimiento de esa realidad, y lo que hace que se enriquezca y que se pueda convertir en algo que conduce la vida de los hombres y de las mujeres; y que os hace referirse el uno a la otra, la otra al uno en esa relación polar que crea ese campo magnético de la convivencia, que es lo que justamente hace que la vida tenga sentido y sea dramática.

             Es más importante de lo que parece; esas figuras literarias, esta creación que encontramos, por ejemplo, en Don Juan Tenorio. Yo creo que cuando se representa el Tenorio y cuando se encuentra con sorpresa, quizá, que miles y miles de personas van a verlo y lo descubren, se ve cuando se asiste a una representación de Don Juan Tenorio, que la mayor parte de la gente, sobre todo joven, no sabe qué pasa. Lo descubre como una novedad, y cuando don Juan dispara el pistoletazo al Comendador todos se sorprenden porque no saben que pasaba esto. Se sorprenden porque descubren algo nuevo. Descubren el sentido de la vida, el sentido del enamoramiento, el sentido de esa forma capital que ha consistido en el entusiasmo del varón y en la imaginación amorosa de la mujer. Son las dos condiciones que han hecho que la vida humana, por lo menos en nuestro países occidentales, funcione y tenga calidad y tenga intensidad. Esto es fundamental y yo creo que estas cosas están olvidadas, que la mayor parte de la gente no las tiene presentes. Cuando se asiste a una buena representación del Tenorio, se revive, se adquiere en una forma que además, y esto es importante, queda en el verso. El verso puede quedar en la memoria. Lo fundamental del verso es que precisamente reproduce el movimiento mental y sentimental del autor. Recuerden lo que dice Unamuno: 

                 Cuando me creáis más muerto retemblaré en vuestras 
                 manos

          Cuando leemos los versos asistimos precisamente a la emoción del poeta que los compuso. Cuando leemos el Tenorio podemos reconstruir el estremecimiento que cruza la vida de los personajes creados por Zorrilla. Muchas gracias.


                                                                                                                 JULIÁN MARÍAS

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