martes, 19 de septiembre de 2023

Los fundamentos intelectuales. Curso Democracia y libertad 1994-95


En los años 1994-95 la fundación Fundes organizó un curso titulado:" Democracia y libertad", cuya primera conferencia fue impartida por Julián Marías y titulada: "Los fundamentos intelectuales".

El asunto del curso es de gran

 actualidad en estos momentos. Puede servir de referencia para

encontrar un sentido a la manipulación continuada que sufre la

 sociedad española y la del resto del mundo.


Esta conferencia se puede seguir en acceso directo, mediante una grabación a la que hemos tenido acceso o con su resumen, escrito en la revista Cuenta y Razón nº 90:







El ciclo de conferencias organizado por Fundes-Club de los 90, para el curso 1994-95 trata de democracia y libertad. Julián Marías, director del ciclo afirmaba: "Vamos a examinar lealmente estas cuestiones, para proponer una idea de la democracia que no sea un mero nombre o una ficción, menos aún un instrumento de opresión legalizada. Una democracia que pueda funcionar en la frontera de dos siglos, extenderse hasta donde sea posible, fomentar la libertad y la convivencia". Damos cuenta en este número de las conferencias pronunciadas en los dos últimos meses.



Julián Marías

"Los fundamentos intelectuales”


Después de un cariñoso recuerdo a la memoria del ilustre académico recientemente fallecido Don Mariano Yela, Marías ofreció su propio concepto de libertad, que, en conexión con el concepto orteguiano, constituye "la condición misma de la vida humana". Tanto es así que, si el hombre la pierde se queda sin esencia, porque concierne a todos los ámbitos de su vida. No podemos quedarnos, por

tanto, como estamos haciendo en nuestro mundo, con una libertad entendida sólo en sentido político o económico. Porque "al hombre le pertenece la libertad en su misma vida". Hay que entenderla, por tanto, en el sentido de libertad personal. De este modo, la libertad va siempre con el ser humano, ya tenga mucha o poca; e incluso, "el que renuncia a su libertad, al renunciar, también es libre". La libertad personal ha estado siempre unida esencialmente al hombre, hasta en los esclavos griegos, que no gozaban de una libertad política ni jurídica. "Siempre se tiene alguna libertad, por lo menos la que uno se toma, si está dispuesto a pagar por ello el precio necesario".

El fin de la democracia es conseguir la realización de la libertad. La democracia griega, según la justificación que nos ofreció Julián Marías, tenía que ver con la libertad mucho más que la nuestra. Esto se debía fundamental­mente a que era una demo­cracia directa, los mismos ciudadanos intervenían en su gobierno. La nuestra, en cam­bio, es una democracia repre­sentada. Y es aquí donde apa­rece una de las problemáticas fundamentales en que se cen­tra el curso, es cuestionarse: "la representación ¿es real? ¿es adecuada? Los que repre­sentan a los ciudadanos ¿los representan realmente?" Si esto no ocurre así, entonces no estaremos hablando de "representación" sino de "su­plantación"; se tratará, por tanto, de una falsificación de la democracia.

Otro asunto que considera el filósofo fundamental para ser planteado en este ciclo de conferencias, es el que se re­fiere a las repercusiones que tiene la democracia, sobre todo en el orden de la "convi­vencia política". Porque no afecta a otros ámbitos de la vida humana más que a éste. Aunque, en este sentido, es muy importante en nuestros días para la libertad humana porque "la democracia es la única forma legítima de gobierno". En cambio, son más importantes para la vida personal otros planos que se mueven en el orden de lo ínti­mo, como el del amor o la religión y los proyectos y tra­yectorias que uno tiene que decidir sin contar para nada con la democracia. La democracia nunca debe afectar a estos campos porque si no, como decía Ortega, "se convierte en una perturbación o en un instrumento de opre­sión" (en "Democracia mor­bosa", "El Espectador").

La realidad humana se puede ver desde otras perspectivas que nos lleven de un modo más directo a la afirmación de la libertad. Entre ellas se en­cuentra la cristiana y toda la doctrina filosófica que man­tiene el libre albedrío. Aquí sí que encontramos el auténtico fundamento para la libertad personal y esto debía haber conducido históricamente, según el modo de ver de Julián Marías, a la aparición de una libertad política y social. Pero no ha ocurrido porque no la han reclamado los hombres en el momento oportuno. Entonces se han encontrado con el autoritaris­mo y la opresión que ellos mismos se han buscado. La libertad entonces quedaba reducida al ámbito de lo inte­rior y de lo personal y no apa­recía en el plano de la convi­vencia y de la vida colectiva. De aquí se deriva claramente la incoherencia que se ha dado en la historia al no deri­varse las consecuencias socia­les adecuadas de un orden individual en el que reina la libertad personal.

Cuando nos encontramos ante un sistema democrático, resulta que todos los hombres tienen derecho al voto, hasta el más inferior, para el cual se convierte en algo más impor­tante, puesto que es el único modo que encuentra de parti­cipar en las formas de gobier­no de su país y de influir en la sociedad a la que pertenece. En ello le va la vida. Por eso, el principio democrático "un hombre, un voto" le parece a Don Julián el más justo. Es un modo de poner en práctica la libertad política. Todo es­to bajo el supuesto de la posi­bilidad de la democracia y de que no exista manipula­ción.


Ahora bien, si recurrimos a la historia, nos damos cuenta de que no siempre se ha llevado a efecto este principio demo­crático. Nos encontramos con que los orígenes de la democracia europea no aceptaron el sufragio universal; ni siquie­ra en el siglo XIX, cuando comenzó a aplicarse, porque aún no tenían voto las muje­res. "Se daba por supuesto que las mujeres estaban representadas por los hom­bres, pero esto es mucho decir" —comenta el conferen­ciante—. Aun así, con este retraso, se ha ido producien­do, poco a poco, una "con-cienciación política" que ha dado lugar a que el ambiente sea cada vez más propicio para el establecimiento de la democracia. Pero ni entonces, ni ahora, se han dado las con­diciones necesarias para que exista una democracia real, siempre ha existido alguna manipulación.

En el mundo moderno, los ideales democráticos también se han visto traicionados. El liberalismo ha sido un funda­mento intelectual para los ideales democráticos del em­pirismo inglés. Pero el fracaso de su democracia está, según Marías, en que ha dejado a un lado la libertad personal y se ha centrado únicamente en la política, económica o social. Aquí es donde se encuentra la "anomalía" que padece este fundamento. Entre otras co­sas el fracaso más importante estuvo en quitar realidad al yo o persona, quedando reducido a meras sensaciones. Por eso, dentro de este contexto se puede hablar de "liberta­des", pero nunca de "liber­tad". Así ocurre, como vemos en Voltaire, que la naturaleza humana queda al mismo nivel que la animal o la vegetal. Entonces tenemos que desde este ámbito meramente feno­ménico y empirista, sólo que­dar hablar de determinismo. Esta ha sido también la visión de los grandes teóricos del liberalismo, Montesquieu, Dalambert, Diderot o Rous­seau.

Permaneciendo como el más fiel discípulo de Ortega, el conferenciante criticó esta postura empirista haciéndo­nos ver el error en que cae al no entender que la vida humana es completamente distinta a la del animal o a la de la planta. La vida humana requiere invención y creación de proyectos y, en este senti­do, "incluye la posibilidad" de poder realizar en mayor o menor medida esos proyectos, y con esta condición el hom­bre se sentirá más o menos libre. Por eso concluye de aquí que "los hombres se han sentido libres muchas veces y, concretamente, nunca".

Todas las libertades se relacionan entre sí apoyándose unas en otras y constituyendo un conjunto, un sistema que es, en definitiva, "la vida como libertad". Así resulta que el deber de cada uno es defenderlas todas ellas y no sólo las que le afectan de modo personal porque enton­ces se falsearía su verdadero sentido. "Si se violenta una libertad, quedan heridas todas las demás". En el sistema de Hitler fueron destruidas todas las libertades porque nadie quiso defender libertades que no le afectaban de un modo directo.

Como siempre, con ese genial recurso a la historia, el conferenciante nos hizo caer en la cuenta de una paradoja: ¿có­mo es posible que con el avance de la democracia se haya producido un crecimien­to del intervencionismo del Estado, con el consiguiente control a los ciudadanos por parte de éste? Por eso, si aña dimos el problema de las "leyes electorales", según las cuales no elegimos a "perso­nas", sino a "partidos" y el de la usencia de un verdadero "sufragio universal" en deter­minados momentos de la historia, entonces ponemos en tela de juicio la "representatividad" de la democracia, algo que le es tan esencial.

¿En qué medida podemos seguir hablando entonces de progreso? Estaremos en esa idea, pero no podemos creer en ella, porque hemos vuelto a formas que "no cuentan con la libertad individual, con la libertad rigurosamente personal de cada uno". Algunos filósofos como Leibniz si han creído en ella. Criti­có el empirismo de Locke. Pero el pensamiento alemán desde Leibniz hasta Fichte se difundió muy poco y, por ello, no consiguió cambiar la mar­cha de la historia.

En nuestro mundo, la demo­cracia ha pasado a convertirse en la "única forma de legitimi­dad social posible". Por ello, el conferenciante nos ofreció una definición de legitimidad dentro de este contexto: se trata de que los ciudadanos gocen de "claridad respecto a quién tiene derecho a man­dar". Esto ha sucedido en las monarquías absolutas, porque "los reyes gobiernan según las leyes". Aunque, a partir de la Revolución Francesa nos en­contramos con monarquías como la de Fernando VII, que "mantuvo un absolutismo falso, impuesto, violento", en donde no se puede seguir hablando de legitimidad.

Hablar de legitimidad en los sistemas democráticos de nuestro mundo actual conlle­va la necesidad de que "los ciudadanos expresen periódi­camente, libremente, pública­mente, lo que quieren, cuál es su voluntad política". En esta medida y sólo en esta, quien sustenta el poder, lo hace de forma legítima. Pero el pro­blema es que estamos asis­tiendo a una suplantación y votamos a partidos políticos, no a personas.

En algunos momentos históri­cos, la democracia ha gozado de legitimidad en conjunción con el liberalismo, tal es el ca­so de Francia bajo el gobierno de Luis Felipe, o el de la polí­tica de los doctrinarios. El conferenciante nos recordó también el caso de Estados Unidos, que ha mantenido esa legitimidad gracias al contacto con la historia y con la reli­gión. En cambio, —dijo— en otros momentos hemos pasa­do por verdaderas dictaduras como la de Napoleón III, o por "la sustitución de la razón teórica por la razón abstrac­ta", como ocurrió en la Revo­lución Francesa, en donde se pierde todo derecho racional a gobernar cuando se trata de un poder violento, fruto de una imposición.

En sus conclusiones nos mani­festó, con una claridad magis­tral, lo que en la relación democracia-libertad había de negativo y de positivo.

En primer lugar, quiso adver­tirnos de dos peligros. Por un lado, a lo largo de su confe­rencia, ya había centrado en diversas ocasiones su refle­xión en el peligro de que se sustituya la representación, propia de la democracia, por la "suplantación". Ahora, para terminar, nos hacía ver un peligro también muy grave para nuestra democracia. Se trata de caer en la tentación de desear que aparezca nue­vamente un "despotismo ilus­trado", permaneciendo en la creencia de que los gobernan­tes van a ser tan inteligentes y honrados como lo fueron eri el siglo XVIII. Pero el riesgo está en que "la ilustración pasa y el despotismo queda. Y ¿quién nos asegura que no va a perpetuar el despotismo sin ilustración?".

Pero no quiso que todo lo vié­ramos desde una perspectiva negativa y entonces centró su reflexión en las muchas venta­jas que tenemos en nuestra época para conseguir el ver­dadero equilibrio entre democracia y libertad. Aunque "el panorama del mundo, ni el horizonte de la democracia, ni del liberalismo parecen muy alentadores", todo depende, nos dijo— de que sepamos ser personas. Porque hoy día contamos con la mejor venta­ja: "sabemos que somos per­sonas, aunque muchos no quieran serlo". Esto sí que es un excelente fundamento para la libertad y la democra­cia: la realidad personal que somos cada uno. Sólo esto puede fundar la verdadera conjunción entre democracia y libertad.

En vistas a conseguir este ideal, Don Julián Marías deci­dió concluir su conferencia con una recomendación muy en la línea de su pensamiento y que consideramos bastante válida: "hay que poner límites a la influencia de todo poder. No permitir que penetre en los campos que nos pertene­cen personalmente, indivi­dualmente a cada uno de nosotros, en los cuales ningún poder público puede interve­nir". Insistió en la necesidad de diferenciar claramente entre el ámbito de lo perso­nal, privado, íntimo e inviola­ble y el ámbito de lo público, único terreno en el que puede moverse cualquier forma polí­tica de gobierno.







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