lunes, 12 de septiembre de 2022

En la muerte de Javier Marías

 


      Desde pequeño veraneaba en Soria, y allí coincidía con la familia de Julián Marías. En uno y otro lado de la ciudad me encontraba con los cuatro hijos de Julián y Lolita: en la Dehesa, en el Castillo, en Valonsadero... Disputando la subida a los leones de piedra: no me atrevía a subirme al mismo tiempo que ellos, no fuera que me empujaran al intentar acceder a tan encumbrada bestia inmóvil.

Pasaron los años y los niños de los Marías se hicieron mayores. Ya iban solos al río Duero, en barca, a bañarse en medio del agua, todos juntos, sin separase unos de otros. Los seguía con la mirada mientras descendía el río desde la Fábrica hasta el embarcadero, para luego tomar con los amigos unos porrones de cerveza y gaseosa, para así soportar con energía la subida de la cuesta que lleva al centro de la ciudad.

Un año me encontré con la familia de Marías viviendo en el piso inferior a la vivienda que tenía mi abuela en la calle del Collado n.º 3. Allí me cruzaba con algún miembro de la familia, subiendo o bajando las escaleras. En una ocasión me encontré con Javier, coincidiendo con la presencia de unas barras de hielo, usadas para las neveras de aquellos años. Le dije que si se atrevía a darle una patada, pensando que era incapaz de semejante barbaridad. Al poco de entrar en la casa escuché un estruendo enorme, era la barra de hielo destrozada. Ese fue mi primera, y casi única relación con Javier Marías. Andando los años, en la Real Academia de la Lengua le recordé ese encuentro, pero no se acordaba. Su hermano Álvaro sí lo recordaba, pues fue él mismo quien me lo mencionó en su momento, cuando yo también lo había olvidado.

A partir del año 1946 la familia de Marías veraneaba en Soria, incluso los tres meses. Alojados en diversos establecimientos. Según me cuenta mi familia, el año que murió el primer hijo de Julián Marías: Julianín, iban los Marías a pasar el verano en casa de mi abuela, pues gracias a la amistad con la familia de los Gaya, los alojaba en su casa. Pero la muerte del primer hijo de la familia hizo que pasaran ese año el verano en Burgos, acompañados de sus familiares, para poder pasar el amargo trance de la pérdida del niño.

Javier Marías ha conocido la fama y el prestigio de los grandes creadores. Sus progenitores fueron unas personalidades egregias, discípulos ambos de Ortega y Gasset, que lograron transmitir y acrecentar, a pesar de enormes dificultades, el patrimonio acumulado de lo mejor de la cultura española. Ayer conocimos el triste desenlace de la vida de Javier y apenados por esta noticia, recordamos las ideas de su padre Julián en el capítulo sobre: “La imaginación de la vida perdurable” de su libro: “La felicidad humana”. En dicho capítulo imagina la otra vida como la experiencia simultánea de las diversas etapas de la vida: deseaba Julián Marías ver a sus cuatro hijos juntos en la bañera de su casa.

Espero que Javier viva otra vez  la subida a los leones del Castillo o la navegación por el padre Duero, en la vida perdurable, que tanto esperó su padre e imaginó en páginas magistrales.

Descanse en paz Javier Marías, compañero en la distancia de aquellos veranos inolvidables.