martes, 7 de abril de 2015

Última intervención de Julián Marías

Julián Marías pronunció unas palabras en el último acto público que fue protagonista: durante el homenaje que le hizo el Instituto de España con motivo del cincuenta aniversario de su antigüedad académica.

Esta intervención fue mostrada en el escrito de José Luis Pinillos, con motivo de la presentación del libro "Una voz de la tercera España. Julián Marías 1939", de Helio Carpintero. He aquí la intervención de José Luis Pinillos: Presentación



A continuación las palabras de Julián Marías:

Querido Presidente del Instituto de España. Queridos compañeros de las Reales Academias. Señoras y señores:

Siento gratitud al oír palabras cuya perspicacia está empañada sólo por un exceso de generosidad, que agradezco muy de veras, de mi gran amigo José Luis Pinillos. Lo único que puedo decir aquí es que mi vida ha estado regida siempre por un recuerdo de niñez: cuando yo tenía seis años y mi hermano nueve nos aislamos un día detrás de una puerta y nos comprometimos seriamente a no mentir nunca. No he faltado a sabiendas a aquella promesa. Esta actitud ha tenido con frecuencia consecuencias penosas, en ocasiones bastante graves; pero no hubiera podido hacer otra cosa. He sentido toda mi vida pasión por la verdad. Esto no me ha librado absolutamente del error, pero sí de toda falsificación, de cualquier tentación de suprimir o desvirtuar lo que me ha parecido verdad. A lo largo de muchos años, de muchas palabras pronunciadas, de innumerables páginas escritas, no he faltado nunca a aquella promesa infantil, que me ha forzado a una disciplina interior que me hubiera sido imposible violar o suspender. Con esta clave se puede entender una vida ya larga, en la que no han faltado los errores, pero que se ha mantenido inexorablemente fiel a aquella viejísima promesa, anterior a todo lo que he dicho y escrito. Desde este supuesto me he esforzado siempre por entender. La realidad es problemática, se presenta como una interrogante; hay que hacer un esfuerzo tenaz por iluminarla, aclararla, verter sobre ella una luz que procede del pensamiento. Es la condición de toda vida intelectual que merezca este nombre. Si se ve que esto es una exigencia inexorable, de ello se deriva una responsabilidad intelectual que es la medida de la autenticidad del pensamiento. Que está expuesto naturalmente al error, pero enderezado siempre por esa insobornable responsabilidad que es la veracidad. Esta situación es un ejemplo particularmente importante y grave de lo que llamo desde hace mucho tiempo las raíces morales de la inteligencia. Nada más. Muchas gracias.



Madrid, 16 de diciembre de 2004