lunes, 21 de julio de 2025

Veinte siglos de vidas en España

 


Curso realizado por Julián Marías en el año 2001. Perteneciente al ciclo del Colegio Libre de Eméritos.



Seguidamente mostraré su contenido, ya con dos años de existencia en mi canal de youtube: "La realidad en su conexión"


En primer lugar, se pueden apreciar los artículos que escribió nuestro autor para presentar este curso, en el periódico ABC de Madrid. 

Un mapa personal

Un mapa personal


Publicado en el diario ABC de Madrid, el 28 de junio de 2001

Mi último curso de conferencias se ha dado en el Centro Cultural Conde Duque, ese enorme y espléndido local, que es un cuartel del siglo XVII, es decir, de la época de la "decadencia"; a lo largo de veintiún miércoles, entre enero y junio, con una asistencia de unas quinientas cincuenta personas; este dato numérico no ha parecido digno de mención a los medios de comunicación, pero lo encuentro bastante revelador. El título del curso ha sido "Veinte siglos de vidas en España"; y no simplemente "españolas" porque algunas de las figuras no lo eran estrictamente; así, tres filósofos cordobeses (Séneca, Averroes, Maimónides). Se ha tratado de mostrar, semana tras semana, la existencia de figuras de excepcional relieve en España, a veces una singular, la mayoría de las ocasiones un pequeño grupo, hasta acaso cinco, que componían lo que he llamado una "constelación" de personas distintas y convergentes en una unidad superior. Hay que añadir que este número hubiera podido ampliarse, por supuesto duplicarse, lo que da un extraordinario número de figuras de personalidad relevante, de extraordinaria riqueza, que casi siempre se pasa por alto.

No ha habido hueco ni excepción; en dos milenios completos no han faltado grupos de personas creadoras, que han significado aportaciones originales a la vida española desde multitud de aspectos. Un rasgo decisivo es precisamente lo que suele echarse de menos: la continuidad. No ha habido rupturas; en dos mil años ha habido una sombrosa coherencia de planteamientos rigurosamente personales, con diferencias acusadas, que en su conjunto componen una figura inteligible. A lo largo de dos mil años, con variaciones decisivas, se ha mantenido una serie de planteamientos en todas las dimensiones de la vida, que han compuesto una melodía que se puede reconstruir y en la cual nos encontramos y reconocemos. Me pregunto en cuántos países se puede encontrar algo semejante en continuidad y variedad, los rasgos que permiten identificar una convivencia histórica puramente personal, es decir, con un argumento histórico hecho de diferencias irreductibles, pero que componen un conjunto intrínsecamente humano.

Es interesante señalar que, a lo largo de tantos cambios, de épocas de crisis, con descensos evidentes, con momentos de pérdida de tensión creadora, de desorientación, de mediocridad, no han faltado en ningún momento figuras excepcionalmente creadoras, que han redimido esos descensos, las fases de lo que podríamos llamar desaliento histórico. En momentos de grave desorientación en el siglo XIX no han faltado miradas perspicaces que han interpretado lo realmente valioso, que han contemplado lo que en España había de original, necesario, prometedor. Piénsese en figuras como Castelar, Cánovas, Menéndez Pelayo, Giner de los Ríos, Galdós, en que se ha salvado lo más valioso, lo realmente importante, lo que ha asegurado la conservación de lo decisivo a pesar de ciertos baches de la tensión creadora en la vida primariamente pública.

Un rasgo que importa retener ha sido el carácter estrictamente personal de estos dos milenios. En vano se puede esperar un tiempo de inercia, de "cosificación", de suplantación de lo personal por fuerzas meramente colectivas, étnicas, políticas, económicas, por lo que podríamos llamar pérdida del sentido de la persona humana. Esto es lo que establece un vínculo de sorprendente coherencia a dos milenios de historia con diferencias extraordinarias, que podrían haber roto ese vínculo dramático en que consiste un país, una forma de vida marcada por reacciones enteramente distintas a situaciones unificadas precisamente por ese carácter personal.

He hablado de la fragilidad de la evidencia. Es un hecho enorme que he descubierto al asistir a la experiencia inquietante de cómo las personas que descubren una forma de realidad que se les impone, y condiciona su visión de la realidad, al cabo de cierto tiempo pierden esa evidencia, recaen en el estado anterior en que no habían comprendido la originalidad, la posibilidad de entender algo que les pertenece y enriquece. Esa evidencia alcanzada y luego perdida es un factor decisivo y pernicioso de la historia, la mayor amenaza al enriquecimiento, a la maduración de la conciencia histórica. Esa evidencia puede reverdecer, puede recuperarse con mayor intensidad y eficacia cuando se vuelve la mirada sobre ella, se la refuerza con una nueva mirada que conserva las anteriores y reconstruye lo que en todo lo humano es decisivo: el argumento dramático.

Se trataría de salvar, potenciar, lo que me atrevo a llamar la historización de la historia. Hay que combatir y superar la tendencia a lo inerte, la eliminación de esa palpitación inestable, problemática, de lo humano que permite recaer en la visión inerte de lo que en el hombre hay de "cosa". Es la gran tentación, a la que se sucumbe tantas veces, el más grave lastre de la posesión de lo humano colectivo. Es curioso que a medida que se han desarrollado los instrumentos mentales de la comprensión, el aluvión de descubrimientos técnicos, de conservación, almacenamiento, indagación técnica del pasado, han ido en sentido contrario y han hecho que en cierta medida el hombre actual se olvide de sí mismo, quede inerte e inerme frente a esa palpitación dramática en que consiste un pueblo o un grupo de pueblos, una variedad humana irreductible, irrepetible, que con otras compone esa melodía difícil de dominar cuyo término último, difícilmente alcanzable, se podría llamar la historia universal.



Por exceso

Publicado en el diario ABC de Madrid, el 22 de junio del año 2000

Me encuentro sumido en una dificultad inesperada, y que a primera vista parece improbable. Estoy meditando un posible curso de conferencias, de los que suelo dar hace muchos años y que duran algunos meses. Por extraño que parezca, reúnen semanalmente a grupos muy grandes de oyentes, que se mueven entre los trescientos y los quinientos. Algunas series se han perpetuado durante veinte años, otras datan solamente de una docena. Hay que añadir que tales cursos no conducen a nada, no tienen ningún valor académico. La asistencia es individual y absolutamente espontánea. Un dato significativo más: solían ser cursos para "adultos"; en los últimos años, la asistencia de jóvenes ha aumentado notablemente. Es un menudo hecho sin importancia, del que apenas tienen noticia más que sus participantes reales. Pero creo que vale la pena mencionarlo por lo que tiene de indicio de lo que es la realidad de la sociedad española, sobre la cual circulan nociones que parecen excluir esa posibilidad.

Pues bien, como pienso en los asuntos de tales cursos con alguna reflexión previa, esto requiere alguna anticipación. No estoy seguro de que pueda realizarse el que me tienta en este momento, pero estoy tratando de imaginarlo. Se trataría de presentar una serie de vidas que han acontecido en España a lo largo de su historia, es decir, en unos veinte siglos. Tendrían que ser suficientemente conocidas, de manera que fuese posible mostrarlas en su condición individual y en su contexto social e histórico; esto es, en alguna medida "públicas", por sus actos personales o por su significación y consecuencias. Deberían ser "ejemplares" por su relieve y alcance, y a la vez por expresar formas muy diversas de instalación en España, en esa variable continuidad que así llamamos, en épocas extremadamente diversas, articuladas todas ellas en las unidades históricas más amplias en que España ha ido existiendo, dentro de las cuales se ha ido realizando, transformándose, en una melodía dramática, siempre innovadora.

Las condiciones exigibles inducen al desánimo. ¿Cómo encontrar algunas decenas de vidas humanas representativas, de suficiente "visibilidad" para ser inteligibles, de cierto atractivo, de calidad y valor que justifique su inclusión?

El primer intento de esbozar una lista de tales vidas me ha conducido a un estado de perplejidad. Han desfilado por mi memoria, combinada con mi imaginación, algunas "pretensiones" que podrían tener cambios en el curso. Se pensará que se han acabado bien pronto, que se han agotado apenas ensayadas. La realidad ha sido exactamente la contraria: al llamar a algunas figuras notables, otros nombres se han agolpado en tropel. Tan pronto como he evocado a una persona perteneciente a cierto grupo histórico o humano, ha suscitado otras que algo tienen que ver con ella, que muestran análogos motivos para aparecer allí.

Apenas iniciada una posible lista, su magnitud ha rebasado toda posibilidad. Más que la colección, lo que se impone desde luego es la selección. En lugar de una penuria de posibilidades, se tropieza con la dolorosa necesidad de las renuncias.

Lo cual obliga, no sólo a eliminar una riqueza inesperada y que se imponía impetuosamente por sí misma, por su mera presencia en la imaginación, sino a algo más problemático: la necesidad de criterios justificativos, que no se contenten con la calidad o el valor o la importancia, sino que respondan a significaciones precisas, que descubran dimensiones coherentes dentro de su variedad, que dibujen un "argumento". Quiero decir, un conjunto de argumentos que revelen ese extraño y misterioso parentesco que en un "pueblo", por debajo de las múltiples posibilidades étnicas, lingüísticas, geográficas, históricas, religiosas; a través de las fases de prosperidad o postración, de buena o mala suerte, de acierto o error, de autenticidad o falsificación, de plenitud o realidad deficiente.

El problema con el que he tropezado es la riqueza, el exceso, la superabundancia. Se temía la dificultad de las "habas contadas", y las habas parecen amenazadoramente incontables. ¿Cómo es esto posible? Se repite incansablemente que España ha sido y es un país "menor", reducido, limitado; para decirlo con una sola palabra, pobre. Las imágenes del yermo, el páramo, el desierto, acuden a todas las mentes, a casi todo lo que escriben sobre nuestro país. ¿No será que estas voces responden más bien a sus contenidos, a su información, a su imaginación, acaso a sus ocultos deseos?

Lo que más sorprende en esa lista inexistente, que lucha por formarse, justificarse, limitarse, imponerse, es el enérgico relieve de esas vidas. Una tras otra parecen insustituibles; si renuncia a una, parece que la serie sangra por esa herida y pide sustitución. Las vidas que habría que considerar y mostrar son inconfundibles. ¿Es esto "normal"? ¿Acontece en cualquier pueblo de la historia? ¿No será un carácter frecuente, si no permanente, en España la "intensidad"? Quiero decir la intensidad vital, por debajo de las realizaciones, de los logros, de los primores.

Y si se va más allá de la biografía individual, de lo que se puede "contar" de cada uno y se mira a la acción, a las consecuencias, a lo que ha brotado de cada una de esas vidas o de sus varios conjuntos, sorprende otra forma de riqueza. Habría que hacer un experimento mental, rara vez intentado. Eliminar de la realidad de unos cuantos siglos de historia, y del presente, lo que no existiría o sería diferente sin la acción de -una u otras- de esas vidas enumeradas.

Este experimento imaginario es lo que mejor describe la realidad de los diferentes pueblos de los que tenemos noticia. Y es lo que pone de manifiesto sus enormes diferencias. La evidencia de esto se impone de manera absoluta tan pronto como se pronuncian los nombres de Grecia y Roma. No son los únicos, en diversos grados; pero no son ciertamente todos, ni hay homogeneidad entre ellos. No se trata de razas, ni de condiciones genéticas, ni solamente del azar. La realidad humana es muy compleja, lo más complejo que conocemos. Aceptamos que el átomo sea complejísimo y el organismo, y cada uno de sus minúsculos ingredientes. Sólo se obstina el hombre actual en simplificar lo humano, en exigir que sea algo simplicísimo y elemental.

Por eso es maravillosa la historia de la humanidad, precisamente por ser obra de la inseguridad y la libertad. Por eso, si se fija la mirada en uno de los grandes pueblos creadores se encuentra uno desbordado por la riqueza imprevisible.

Si llego a componer esa lista de vidas y a realizar ese curso, el otoño próximo se podrá ver el resultado.




                                      Veinte siglos de vidas en España


1ª   Miércoles 10 de enero del 2001

"Tres filósofos cordobeses: Séneca, Averroes, Maimónides"


2ª Miércoles, 17 de enero del 2001

"Cristianismo intelectual: Osio, San Isidoro de Sevilla"


3ª Miércoles 24 de enero de 2001

"La Reconquista: el Cid"


4ª Miércoles, 31 de enero de 2001

"Tres reyes cristianos: Fernando III, Alfonso X el Sabio, Jaime I"


5ª Miércoles, 7 de febrero de 2001

"Poesía medieval: "Arcipreste de Hita, Santillana, Jorge Manrique"


6ª Miércoles, 14 de febrero de 2001

"La Nación española: Los Reyes Católicos"


7ª Miércoles, 21 de febrero de 2001

"El Renacimiento: Luis Vives, Cisneros, Nebrija"


8ª Miércoles, 28 de febrero de 2001

"La Reforma Católica: Vitoria, Suárez, Santa Teresa, San Juan de la Cruz"


9ª Miércoles, 7 de marzo  de 2001

"Las Españas: Colón, Cortés, Pizarro, Magallanes, Elcano"


10ª Miércoles, 14 de marzo de 2001

"Clave española: Cervantes"


11ª Miércoles, 21 de marzo de 2001

"Siglo de Oro: Fernendo de Rojas, Garcilaso, Fray Luis de León, Góngora, Quevedo"


Continuará...


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