viernes, 2 de abril de 2021

Cuenta y Razón nº 103. Presentación del libro: Reflexiones sobre el ser de España

La revista Cuenta y Razón, al tanto de las novedades editoriales más valiosas de su tiempo, presentó en su número 103, un importante ciclo de conferencias sobre la realidad de España, que ya ha sido referido en esta bitácora con anterioridad.

Como esta revista sigue sin aparecer por internet, conviene mostrar este escrito del responsable de la edición, para completar el sentido de la obra.

En el siguiente enlace de esta bitácora se puede acceder al contenido del libro, junto con otros textos de gran importancia sobre la historia de España, y posteriormente la presentación del mismo en la revista Cuenta y Razón.

                                    España.

               Reflexiones sobre el ser de España




Reflexiones sobre el ser de


 España


ELOY BENITO RUANO*




La publicación de un ciclo de veintitrés conferencias imponía desde su planificación al coordinador un esfuerzo no deseado por arduo y comprometido. Dentro del programa de actividades científicas que la Real Academia de la Historia viene desarrollando bajo el mecenazgo conjunto de las Fundaciones “BBV”, “Ramón Areces” y “Caja Madrid”, acaba de imprimirse un ciclo de veintitrés conferencias a cargo de otros tantos Acadé­micos, bajo el título de ESPAÑA. Reflexiones sobre el ser de España.


La Academia se propuso con ellas, no terciar en actuales polémicas de naturaleza política sobre el tema, sino contribuir a la depuración de argumentos de carácter histórico que suelen aducirse en los planteamientos de aquéllas.


Ya se dijo en la presentación de su conjunto que éste lo es de una serie de elaboraciones y exposiciones rigurosamente personales. Esta última lo es también, y en nada comprometerán sus posibles errores de interpretación a ninguno de los autores aludidos. Tampoco es —mucho menos— la obra entera la formulación de un credo oficial de la Historia de España formulada por la Real Academia de la Historia. Bástenos recalcar que ésta se limita a responder solidariamente, como también se anunció, de la autoridad individual de cada uno de sus miembros en sus respectivas especialidades, así como de “los valores de pluralidad, serenidad y objetividad inherentes a toda labor que justamente merezca el título de académica”.


No habrá encontrado, pues, primero el oyente, luego el lector, la afirmación ni la presencia de dogma alguno, género inexistente en Historia. Las reflexiones que anteceden pueden presentarse como otros tantos productos de lo que en Historiografía suele llamarse “estado actual de las cuestiones”, referidas en este caso a manifestaciones o facetas de un sujeto común.


Por supuesto, tampoco podrá tildarse a este haz de colaboraciones de Historia oficial, ya que la Academia es una Corporación absolutamente libre y autónoma, sin otra dependencia estatal que la económica; por lo que no recibe directriz ni sugerencia doctrinal alguna de los transitorios poderes públicos. Dicho sea esto en reconocimiento honroso de ambas partes.


Esperamos que el posible prejuicio de “academicismo” que algún espíritu suspicaz hubiera podido experimentar al acercarse a estas páginas —y antes a la sede de la propia Academia en la que su contenido fue expuesto— se haya desvanecido plenamente. Ni ideológica ni metodológicamente, ni tampoco en el modo de expresión oral ni escrito, confiamos que el lector (como en su día el oyente presencial) haya podido percibir algo que no sea austera persecución de la verdad y, desde luego, riguroso “aggiornamento” de conocimientos y tratamientos. Como también se dijo, el propósito de esta actuación corporativa no fue el de entrar en polémicas actuales de base política, sino el de depurar algunos de los argumentos históricos que suelen ser empleados en apoyo de unas u otras opiniones.


En definitiva, se ha tratado de mostrar la existencia y permanencia efectivas de un sujeto histórico —España— siguiendo sus diversas manifestaciones desde sus primeras percepciones hasta nuestros días.


De ahí la prospección de aquéllas en los tiempos más remotos, cuando su intuición era apenas un rumor pre-histórico, una noción, un presentido y necesario confín del mundo, al que se asignaron, en ámbitos a su vez lejanos, ancestrales y sucesivas denominaciones (Benito Ruano).


De ahí también su definición como soporte físico, tangible, componente de dicho sujeto: el componente geográfico (López Gómez). Identificado por primera vez políticamente por Roma, autonomizado por la monarquía visigoda y ensalzado con patriótico amor por sus naturales hispano-romano-visigodos: San Isidoro.


Univocidad quebrantada por los musulmanes que harán suyo ese sentimiento, integrándose en su solar (para ellos Al-Andalus) con igual vehemencia que sus competidores cristianos: por su “rubí de España” suspirará Ibn Hazam de Córdoba en el siglo XI, dos antes de que Alfonso X renueve su loor a ella; “Alá la devuelva al Islam”, impetrará, siglos después de que las crónicas asturianas expresen —y hasta profeticen— la certera esperanza de su total recuperación (Vallvé).


Vasto proceso de incorporación” a lo largo de “los ocho siglos” durante los que la vieja Ophioussa irá generando y se verá recubierta por una nueva piel: re-conquista, restauración, repoblación… Continuidad se llama esta figura. Piel esmaltada, por cierto, con el triple reflejo de las escamas triculturales, privativa característica de su historia medieval. (Benito Ruano, Ladero, Domínguez Ortíz).


Y primera gran síntesis de Estado moderno (Suárez Fernández), que incorpora y encarna una nueva versión de Imperio europeo(1) (Fernández Álvarez), al que se agrega nada menos que todo un “Nuevo Mundo”(2) (Ramos Pérez).


Grandeza y responsabilidad que suscitan a su vez la contienda con otros sujetos históricos y quebrantan las fuerzas y el espíritu del sujeto hispánico, inaugurando la larga y polémica etapa de la “decadencia de España” en lo político y en lo anímico (Palacio Ata­rd), protagonizando la negra visión creada (y en gran parte inventada) por sus rivales (Iglesias Cano).


Sigue a aquella fase otra en la que el sujeto muestra su capacidad de reacción, afirmada en el reordenamiento estructural del Estado y de la sociedad, pero sobre todo, en la personalidad ilustrada de sus mejores hombres (Anes); precursora de una nueva, episódica, en la que es el pueblo quien esgrime su vigorosa energía en lucha por su independencia.


Un siglo asenderado por las controversias políticas es el XIX, con la inestabilidad de las Constituciones, las revoluciones de desigual calibre (Rumeu de Armas), y la desmembración de entrañables fracciones, que conservarán, no obstante, como signo de identidad, junto con el de su lengua, el legado de haber sido España (no de España)… (Pérez de Tudela).


Siglo rematado por un último esfuerzo no sólo de “Restauración”, sino profundamente “regenerador”, profesado hasta la angustia por el 98 (Jover, Laín) y a lo largo del cual el sentimiento y la palabra Patria (con mayúscula) se experimentaron y se pronunciaron (incluso se profirieron) quizá con mayor ardor y frecuencia que en ningún otro tiempo —pese al romántico nacimiento— de las conciencias de otras patrias chicas en el seno y compatibles con la Patria Grande.


Nuestro siglo ha recogido como herencia irrenunciable la conciencia de ese único ser, aunque diversas interpretaciones del sentido de esa unidad (algunas de las cuales llegan al extremo de la negación de su existencia) enturbien la contemplación histórica de esa realidad, a cuya clarificación ha pretendido servir esta modesta aportación académica.


Nación de naciones” es la fórmula en que se ha expresado el reconocimiento de dicha realidad según el sentir de sus mejores pensadores: “dins l’Espanya gran”, “Patria de todos” (Seco Serrano).


Un gran “agujero negro” ocupa el espacio que debía haber llenado en estas páginas la intervención del académico Francisco Tomás y Valiente, tratando precisamente de La España de hoy. ¿Es esa la imagen —luto, oscuridad, vacío— que ofrece a los españoles la España presente?


En la trágica ausencia del historiador asesinado, los también académicos Srs. Seco Se­rrano, Fernández Álvarez y Artola Ga­lle­go expusieron en la semblanza con que suplieron al llorado colega las cualidades de claridad de ideas, energía y eficacia que le caracterizaron. Bien hizo honor a su apellido el excelente historiador.


No, no es la negrura de su vacío la imagen que nos ofrece a los propios españoles (ni a los historiadores) la España de nuestros días. Pero ojalá que la clarividencia, el de­nuedo, la virtualidad que caracterizaron la obra de nuestro colega —científica, docente, humana— puedan caracterizar, a su vez, vistos desde el mañana, nuestro presente.


Un rasgo más que agregar a los puestos de manifiesto a lo largo del tiempo por otros conferenciantes y que permiten definir un arte, una literatura…incluso un comportamiento económico españoles (Chueca Goitia, Filgueira Valverde, Ruiz Martín). Servidos por el instrumento universal de nuestra lengua (Lapesa) y representados simbólicamente en la expresividad elocuente de nuestros emblemas heráldicos (F. Menéndez Pidal).


¿Negación actual de España? Síntoma de incultura histórica.


No, sino “constante”, sujeto histórico y, como todo ser vivo, con sucesivas fac­ciones; “cum multis angulis”, que diría una Crónica asturiana del siglo IX.

Historiadores de hoy, al asomarnos a nuestra Historia, no podemos por menos de suscribir los versos de Antonio Machado:


“…Está el ayer alerto

al mañana, mañana al infinito;

hombres de España: ni el pasado ha muerto,

ni está el mañana —ni el ayer— escrito.”



CODA. Nuestro ciclo se inauguró prácticamente con un interrogante que se ha hecho clásico —“¿Dios mío, qué es España?”— de D. Jo­sé Ortega y Gasset, extraído de sus Meditaciones del Quijote.


Quisiéramos cerrarlo con otras palabras suyas menos divulgadas, pero no menos conmovedoras, dirigidas a los lectores de dicha obra, jóvenes de 1914, que ardientemente desearíamos pudiesen hacer suyas determinados jóvenes de 1996:


El lector descubrirá, si no me equivoco, hasta en los últimos renglones de estos ensayos, los latidos de la preocupación patriótica. Quien los escribe y a quienes van dirigidos, se organizaron espiritualmente en la negación de la España caduca. Ahora bien: la negación aislada es una impiedad. El hombre pío y honrado contrae, cuando niega, la obligación de edificar una nueva afirmación. Se entiende, de intentarlo.

Así nosotros. Habiendo negado una Es­paña, nos encontramos en el paso honroso de hallar otra. Esta empresa de honor no nos deja vivir. Por eso, si se pe­ne­trara hasta las más íntimas y per­sonales meditaciones nuestras, se nos sorprendería haciendo con los más hu­mildes rayicos de nuestra alma experimentos de nueva España.


Madrid, Julio de 1914”.



Notas


(1) “La grandeza de España, la mayor parte de Alemania, lo mejor de Italia, todas las tierras de Flandes y un mundo nuevo de oro”, enumeraba el obispo Mota al “César Carlos” en las Cortes de Castilla de 1520.


(2) La Española, el Reino de las Indias, la Nueva Castilla, el Nuevo Flandes (Chile), los sucesivos Reinos antes Audiencias… Las “Provincias Unidas” de Sudamérica, así autorreconocidas en el Congreso Independentista de Tucumán.

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