domingo, 9 de julio de 2023

La persona

 La Asociación de Amigos de Julián Marías, en colaboración con el Casino de Madrid, realizó una serie de pequeños cursos, desde fines de los años noventa del pasado siglo hasta comienzos de este. En el año 2000 se realizó un estudio sobre la realidad de la persona. Este curso comenzó con una conferencia de Julián Marías titulada "La persona".  

Seguidamente muestro la transcripción del contenido de la misma, con una breve presentación de Helio Carpintero:


Señoras y señores:

Es el quinto año que la Asociación de Amigos de Julián Marías viene

a esta sala, para con la colaboración del Foro de Opinión, iniciar

un curso, como otros breves cursos, pero llenos de calidad, llenos de

contenido, con un decidido propósito de crear un espacio de reflexión

y de crítica. En nuestras existencias muy ajetreadas, es oportuno de

vez en cuando ir a un momento de calma e ir a un lugar, como este, muy

céntrico y muy bello, para poder reflexionar sobre problemas que son

importantes para la existencia del hombre, y más cuando estamos en

el umbral de un nuevo milenio.

Mis primeras palabras son para agradecer al Casino de Madrid, y en

especial a su Presidente por permitirnos disfrutar de las enseñanzas

de conferenciantes tan ilustres, que han accedido a intervenir en este

curso, tanto a Julián Marías como a aquellos otros que actuarán

después, todos ellos de extremada calidad y extremada competencia,

a todos ellos les quiero agradecer la participación en este curso.

Es este tiempo hace falta un momento de reciclage y actualización

de conceptos que son fundamentales para la comprensión del mundo

y la comprensión de nosotros mismos.

En otras ocasiones hemos realizado otros cursos más orientados

hacia el tema filosófico o el tema histórico. Este curso está más

orientado hacia la ciencia y la filosofía. Esperamos que encuentren

en él ideas claras para orientarse en su propia existencia,

y agradecerles que quieran estar con nosotros. Muchas gracias.


¡Buenas tardes!

Creo que este curso va a ser muy interesante porque no se

limita a que yo lo inicie ni siquiera a que se traten las cuestiones

de las que me suelo ocupar. Es un curso en el cual va a tener un

puesto muy importante, una visión científica de la realidad y esto

creo que, desde varios puntos de vista que ustedes podrán oír en

sucesivas conferencias, va a ser una introducción a la manera que el

hombre del siglo próximo va a tener de enfrentarse con la realidad.

Esta amplitud de visión es algo decisivo y voy a tratar de justificar

porqué he elegido una parcela -una parcela muy reducida, minoritaria,

dentro del conjunto de la realidad, naturalmente- que es la persona,

para hacer ver como es menester incluir este punto de vista en una

perspectiva general que ustedes van a poder conocer en las

conferencias sucesivas.


Se trata del problema de la realidad, se trata de que hay una pregunta

fundamental, pregunta que formuló, por primera vez que yo sepa,

Leibniz, sobre la cual volvió, siglos después, Unamuno, que ha

aparecido con mucho relieve también en la obra de Heidegger: ¿Por

qué hay algo y no más bien nada? Es la pregunta capital. A mí me

sorprende siempre el decir: hay algo, hay realidad. Es algo en lo

cual estamos de tal manera que es casi imposible hacerse cuestión de

ello. Pero ¿por qué? ¿Por qué hay algo? ¿Por qué hay realidad?

Se piensa, se usa la palabra universo – los latinos decían

omnitudo realitatis, conjunto, la totalidad de la realidad. Sí, pero

¿por qué hay realidad? ¿Por qué hay algo?

Esto es algo capital y hay un riesgo intelectual que se está produciendo

en nuestra época y es el plantearse una cuestión importante,

apasionante, decisiva: ¿Cómo se ha engendrado, cómo se ha

organizado, cómo se ha producido la realidad, el universo? Se han

multiplicado doctrinas astronómicas, físicas, en este tiempo que

tiene mucho interés, se ha hablado como se ha originado la realidad.

Por ejemplo: la idea del Big Bang, la gran explosión inicial de algo

que podía ser mínimo, o bien la implosión, un fenómeno contrario

en apariencia. Los dos son posibles, los dos son dos hipótesis

científicamente interesantes, quizá apasionantes, en principio

posibles. Pero se ha deslizado, en la conciencia de nuestro tiempo,

la idea de que esto es una explicación suficiente de la realidad,

del universo, pero, sea como el universo sea constituido,

desarrollado, configurado, el problema de su realidad queda en pie,

no ha sido tocado, ni siquiera rozado.

Durante mucho tiempo, desde el Antiguo Testamento, desde el Génesis -

recuerden ustedes el primer versículo del Génesis: “en el

principio, creó Dios el cielo y la tierra”- es decir, ha aparecido

la idea de creación. La idea de creación ha quedado muy desdibujada

en el mundo actual; evidentemente se mantiene, pero intelectualmente

de una manera quizá residual. Las realidades residuales me interesan

mucho: hay muchas cosas que siguen existiendo, pero de un modo

puramente, como una continuación debilitada, que ha perdido

vigencia, de algo que ha tenido enorme fuerza, que ha sido una

realidad capital. La idea de creación quiere decir que esta realidad

que conocemos, o intentamos conocer, que intentamos imaginar, que es

el universo, tiene autor, tiene fundamento. Su realidad depende de

algo que no es el universo, que es un acto de creación, que hay un

Creador.

Como ven ustedes, esto es un problema que no tiene nada que ver con la

cosmogonía. Puede haber muy diversas cosmogonías, pueden ser

verdaderas, pueden ser hipótesis probables o muy interesantes, pero

todas ellas tienen en común que dejan intacto el problema del

fundamento de la realidad, de por qué hay algo y no más bien nada.

La idea de creación supone que hay una Realidad Divina, que no

coincide con el mundo, no coincide con el universo, no coincide con

la realidad física y que es justamente el soporte, el fundamento de

su realidad. Por tanto, el problema queda en pie y es lícito, es

interesante, es apasionante, que astrónomos o físicos hagan

teorías, interpretaciones acerca del origen, de la configuración

del universo; pero con la conciencia de que con esto no han tocado la

cuestión fundamental de por qué hay algo y no más bien nada.

Esto nos puede llevar a una consideración distinta porque el problema

es el siguiente: ¿Quién se hace esa pregunta? ¿Quién pregunta: por

qué hay algo y no más bien nada? ¿Por qué se pregunta y quién se

pregunta por la realidad? Evidentemente es alguien; alguien se hace

esa pregunta. La idea es la siguiente: la ciencia -toda la ciencia,

todas las disciplinas- trata de entender esa realidad, trata de

inteligir esa realidad. Pero hay un problema: ¿Esa realidad ha sido

inteligida por alguien? ¿Es inteligible?

Ustedes piensen que, en una concepción que parta de la noción de

creación, evidentemente ese universo ha sido entendido por el Creador,

que lo ha creado entendiéndolo, ha realizado algo que se ha propuesto

poner la existencia, a lo cual se ha propuesto dar existencia y, por

consiguiente, ese universo ha sido inteligido, lo cual muestra que,

en principio por lo menos, es inteligible. El hombre podrá

entenderlo de modo penoso, difícil, al cabo de mucho tiempo, de

manera incompleta, pero la posibilidad de ser entendido viene dada

porque ha sido entendido por el creador. Ustedes piensen qué quiere

decir ciencia, qué quiere decir conocimiento, si se supone que la

realidad -esa realidad que nos rodea, esa realidad que vemos, que

encontramos- no ha sido nunca inteligida por nadie – pregunta que,

en realidad, ni se hace siquiera.

Ustedes recordarán que hay un libro famoso, publicado hace setenta años

aproximadamente, de Max Scheler, que se intitula "El puesto del hombre

en el Cosmos". Hace una pregunta interesante: ¿Qué puesto tiene el

hombre en el Cosmos? Hace mucho tiempo, hace muchos años, que yo

vengo pensando que esa cuestión importante se podría plantear de

una manera inversa: ¿Cuál es el puesto del Cosmos en mi vida?

¡Porque yo encuentro el Cosmos en mi vida! La idea de que yo, el

hombre, estoy en el Cosmos está cierta, pero a la inversa, el Cosmos

lo encuentro viviendo. Yo lo encuentro en el ámbito de mi vida, es

donde se constituye como tal el Cosmos y la pregunta por él, la

interrogación por él. Por consiguiente, mientras desde el punto de

vista “cósmico”, desde el punto de vista de la realidad física,

visible etc., yo me encuentro en el Cosmos y soy incluso un elemento,

un ingrediente mínimo de él, si me sitúo en la perspectiva de mi

vida, la situación es inversa: en mi vida, encuentro yo esa realidad

cósmica, me pregunto por ella y, por tanto, se puede preguntar por

el puesto que tiene ese Cosmos en la realidad radical -para emplear

el término de Ortega- que es mi vida, en la cual todo lo demás,

todo se encuentra o puede se encontrar, se constituye, se manifiesta.


Si se habla de "el hombre", la pregunta de Max Scheler está

justificada. Pero si preguntamos de otro modo, si preguntamos por mi

vida, la vida biográfica -no la vida biológica simplemente-,

entonces la cuestión aparece con otra perspectiva muy distinta. Es

decir, si la pregunta es de ¿quién?, ¿quién se pregunta?, ¿quién

encuentra ese Cosmos?, ¿quién se pregunta por su realidad?, hay que

contestar a esto: yo, ¡yo! No el hombre: el hombre es una realidad

entre otras. Yo hablo sobre todo desde un libro mío, de los años

setenta, La Antropología Metafísica, hablo de la estructura

empírica de la vida humana. La vida humana se realiza con una

estructura empírica, psicofísica. El hombre tiene rasgos capitales:

hablamos del mundo, estar el hombre en el mundo, la mundanidad parece

el primer rasgo. Desde el punto de vista directamente personal, no;

es previa la corporeidad, es previa la condición de encarnación del

hombre. Es decir porque yo soy corpóreo, porque tengo una estructura

corpórea, porque soy alguien corporal, por eso justamente estoy en

el mundo.

Estoy en el mundo porque mi cuerpo está en el mundo y si quiero ir

de un punto a otro tengo que trasladarme, tengo que trasladar mi

cuerpo, porque ahora puedo pensar en Nueva York, o puedo pensar

en Atenas, o en Buenos Aires, o en la Luna o en Marte, e ahí estoy

en cuanto pensante, en cuanto yo, pero mi cuerpo ¡no! Mi cuerpo,

hay que trasladarlo... hace falta un coche, o hace falta un avión

para que lo ponga en otro punto del planeta, hace falta un aparato

más complejo para ponerlo en la Luna...

¿Comprenden ustedes? Es una situación distinta. Soy yo y digo yo no

como ha dicho la Filosofía durante siglos: el yo. Porque cuando yo

le pongo el artículo determinado a la palabra yo, la desvirtúo.

El yo es un pronombre, es un pronombre personal en su función propia,

es yo y no el yo. A decir el yo lo cosifico, lo trato como cosa,

lo convierto en una cosa. Por eso yo creo que hay que insistir y

por eso voy a hablar de la persona, porque justamente yo soy

alguien corporal, no algo, sino alguien corporal, ligado a la

corporeidad, ligado por eso, a través de la corporeidad a la

mundanidad, por eso estoy en mi cuerpo y estoy en mi mundo, pero

soy yo a quien le pasa eso, soy yo el que está en el mundo, el

que se pregunta por la realidad, el que trata de preguntar y

de entender ese mundo, ese universo en que estamos.

Por tanto, hay que detenerse en esa realidad a que llamamos persona,

lo que tiene de particular es que no se parece nada a ninguna otra

realidad. Y es interesante ver como se ha pensado muy poco sobre el

concepto de persona y ese no mucho que se ha pensado ha sido

insuficiente. Ustedes recuerden la Filosofía ha usado durante siglos

la definición famosa y admirable -tan admirable como insuficiente-

de Boecio: es una sustancia individual de naturaleza racional. Esto

es lo que dice Boecio: rationalis naturae individua substantia, es

decir, es una cosa muy particular, es una cosa diferente de las demás

porque es racional; pero, es una cosa, es una substancia. Eso es lo

que no es. La persona no es algo, es alguien. La lengua lo distingue

de un modo absoluto y clarísimo. La lengua no confunde nunca algo y

alguien, nada y nadie, que y quien.

Si ahora sonara, por ejemplo, una explosión, nos alarmaríamos y

preguntaríamos ¿qué pasa?, ¿qué es esto? Pero si alguien llama

con los nudillos en la puerta, nadie preguntara ¿qué es? Nadie dirá

otra cosa que ¿quién es? Y a esa llamada con los nudillos lo normal

es que se conteste: ¡yo!, con una voz conocida, si es una persona

cuya voz es conocida. Nada más: yo, el pronombre personal. No ello,

sino yo. Esta es la situación.

Yo estoy impresionado a veces sobre ciertas finuras que tiene la

lengua española: la lengua española distingue entre cosa y persona

de modo muy claro. Por ejemplo, el acusativo de persona se construye

en español con la preposición a. En las lenguas que yo conozco no

ocurre así: el acusativo de persona se construye sin más con el

verbo, el complemento directo. En francés, en inglés, en alemán,

en la lengua italiana, en las lenguas que yo más o menos manejo, no

se emplea esto. El español no dirá nunca: “He visto Juan” o

“Quiero Isabel”. Dirá “He visto a Juan”, “Quiero a

Isabel”. Es más incluso: hay un refinamiento muy curioso que es el

trato con el animal. He recordado a veces que si un cazador vuelve de

cazar dirá: “He matado seis conejos”. Si dijera “he matado a

seis conejos” se sentiría vagamente culpable. Pero si se le escapa

el tiro y le da al perro, volverá y dirá: “He matado a mi perro”.

No dirá: “He matado mi perro”. Es decir, un español, alguien

que habla español, nunca dirá “he matado a seis conejos” ni

dirá “he matado mi perro”. ¿Por qué? Porque mi perro no es

simplemente una cosa, no lo trato como cosa, mi perro está

personalizado, tiene una relación personal conmigo, no es una

persona pero tiene una vida en cierto modo contagiada de la mía.

Como ven ustedes, que refinamientos tiene la lengua...


La Filosofía y la Ciencia llevan milenios preguntando qué es el

hombre. No es la pregunta adecuada. La pregunta no puede ser esta, es

más bien: ¿Quién soy yo? Y otra pregunta que es inseparable de

esta, que no se puede evitar y que, en cierto modo, son dos preguntas

adversas porque, en la medida en que se contesta a una, la otra queda

en suspenso o en cierta inseguridad: ¿Qué va a ser de mí? Como les

decía a ustedes, las dos son necesarias, pero, en cierto modo, si yo

sé quién soy, quiero decir, si me veo como tal persona, como ese

quien, como ese yo, irreductible, entonces la vida aparece como algo

inseguro y no sé qué va a ser de mí. Y si buscando esa seguridad,

una relativa seguridad que yo necesito para poder vivir -para poder

vivir en inseguridad necesito un mínimo de seguridad en que

apoyarme- si yo creo que sé que va a ser de mí, es que me he

interpretado de una manera general y abstracta, entonces ya no sé

bien quién soy yo.

Las dos preguntas que son inevitables, que son inexorables, que son

necesarias, en cierto modo se contraponen y en esto consiste el

carácter dramático de la vida humana. Justamente en esta especie de

adversidad de las dos preguntas inseparables, irrenunciables,

inexorablemente planteadas al hombre.

La cuestión es preguntarse ¿qué quiere decir persona? No es cosa, es

algo enteramente distinto. Las cosas son, las cosas tienen

consistencia – este fue el gran descubrimiento que hace en primer

lugar Parménides. Las cosas consisten. Consiste en español se dice

“esto consiste en”. Pero hay algo previo que es que una cosa

consiste, tiene consistencia, tiene un cierto modo de ser que le es

propio. Son reales, las cosas son, son lo que son, son reales. Pero

la persona, no. La persona es una realidad que al mismo tiempo es

irreal. La persona es algo orientado hacia el futuro. Es, con el

adjetivo que he conseguido que esté en el Diccionario de La Real

Academia, futurizo. Futurizo quiere decir orientado al futuro,

proyectado hacia el futuro. No es futuro, es presente. Los que

estamos aquí, estamos aquí, ahora, en presente. Sí, pero estamos

anticipando al futuro, proyectados hacia el futuro, quizá esperando

que esta conferencia termine, con alguna impaciencia, pensando que

van a hacer luego cosas más interesantes, mañana o dentro de un año

o dentro de cincuenta años. Es decir, la vida humana es proyectiva,

es futuriza, está orientada hacia el futuro, es por tanto

imaginativa, no es real – es real, pero es también irreal: la

irrealidad forma parte de la realidad de la persona. No de las cosas,

de modo alguno.


Eso que llamamos persona, eso que llamamos alguien, eso que llamamos

quién, no se parece nada a las cosas. Es que simplemente estamos

manejando cosas todo el tiempo, tratando con cosas, utilizando las

cosas, rodeados de ellas, y eso hace que poco a poco se vaya

deslizando la cosificación de la persona, que nos veamos como cosas.

Por eso cuando se habla de "el hombre", el hombre es

persona, pero la persona no es simplemente el hombre. Es algo más,

es algo completamente distinto de las cosas, de lo que no son más

que cosas. Por consiguiente, la manera de comprenderlo es diferente.

Por ejemplo, no basta con la observación, no basta con el análisis;

hace falta la imaginación. La realidad humana, la realidad personal

es algo que es menester imaginarlo. Y esto lo vio claramente Unamuno

-Unamuno que tuvo el error de desdeñar la razón, de creer que la

razón congela, inmoviliza la vida, la priva de su capacidad de

cambio, de su constante variación-, vio que la imaginación es la

manera más indicada de penetrar en la substancia de las cosas y en

sus prójimos. Y por eso, al abandonar el pensamiento propiamente

racional, por falta de confianza en él, se orientó hacia la

imaginación y por eso escribió sobre todo poemas y novelas: la

novela como método de conocimiento, la novela personal, la novela en

que la imaginación es lo que permite comprender la vida humana, su

carácter dramático, su carácter proyectivo, utilizando como método

la ilusión – en el sentido positivo que esa palabra adquirió en

la época romántica y que no tiene en ninguna otra lengua ni antes

tenía en español tampoco.

Es decir que estamos descubriendo los métodos intelectuales que

permiten penetrar en la realidad que llamamos persona. Una realidad

que es en definitiva ilimitada, que acontece, consiste en acontecer,

anclada en la realidad, fundada en la realidad, corporal. Hay que

insistir en la idea de que la persona es alguien corporal: alguien,

no algo. De modo que si decimos algo la cosificamos, renunciamos al

carácter propiamente personal. Ah, pero no se puede separar de las

cosas, de la corporeidad, somos una realidad implantada en un

organismo, en una psique. Todo eso forma parte de aquello que es la

circunstancia en que se realiza y en que existe la persona, yo, cada

uno de nosotros.


Es bastante difícil porque el peso de las cosas inmediatas que nos

rodean, que manejamos constantemente, pesa de tal manera sobre

nosotros que se pierde la evidencia íntima que se impone de modo

absoluto de quién somos, de quién es cada uno de nosotros, de quién

soy yo, de quién son los demás. La realidad personal es algo

arcano, es algo en cierto modo secreto, no está manifiesto, es

inagotable -es inagotable porque está acontecendo-, no está nunca

dado ni terminado, es imperfecto en el sentido literal, etimológico

de la palabra, es inconcluso. Por esto nunca se acaba de conocer a

una persona, ni siquiera a la que soy yo: Nec ego ipse capio totum,

quod sum, dice San Agustín. Ni yo mismo capto, comprendo todo lo que

soy. Los demás no digamos, por supuesto. Por eso la persona es lo

máximamente atractivo, en lo cual se puede uno intentar penetrar

durante la vida entera, la propia y de la persona conocida como tal.

Nunca se termina, es inagotable. Las cosas son lo que son, se pueden

analizar, se pueden descomponer, se pueden analizar hasta al último

detalle posible. La persona, no.

La persona siempre es algo que va más allá. Ser persona -empleé esta

fórmula hace algún tiempo en un libro- es poder ser más. Esto es

lo que define la realidad de la persona. Las cosas, no. Las cosas son

lo que son. La persona, no. La persona no está dada nunca, está

justamente abierta al futuro, abierta a la irrealidad. Y esto tiene

un carácter fundamentalmente distinto de toda cosa. Bergson admitió,

pero sin llegar a este punto de vista, que el hombre se encuentra

cómodo en lo sólido inorganizado. Por ejemplo, el hombre entiende

bien las longitudes. Yo miro esta mesa, la miro con un metro. Cuando

el hombre maneja realidades físicas que no son magnitudes lineales,

busca un equivalente. Por ejemplo, una temperatura. La temperatura no

tiene que ver nada con una longitud; sí, pero el hombre inventa el

termómetro y el termómetro es una columna de mercurio o de alcohol,

de manera que los centímetros de longitud de la columna corresponden

a temperaturas. O las magnitudes eléctricas, o la velocidad – el

hombre inventa aparatos que son líneas rectas o arcos, ángulos, con

los cuales hace que correspondan las magnitudes que no son

directamente lineales.

Pues bien, en un grado mucho más profundo, mucho más radical, ocurre

con un tipo de la realidad de la persona. Hay un principio físico

fundamental que se llama la impenetrabilidad de los cuerpos: donde

está un cuerpo no está otro, donde está este bolígrafo no está

esta carpeta; son impenetrables. ¿Y las personas? Ocurre lo

contrario. Hay justamente la interpenetración de las personas; las

personas se interpenetran. Una persona puede estar habitada por

otras. Hay los fenómenos radicales de la amistad, del amor, del

enamoramiento – su forma más profunda y rigurosa. Hay una especie

de interpenetración de los proyectos vitales, algo completamente

distinto y incluso opuesto del comportamiento de las cosas.

Ven ustedes por tanto como hace falta darse cuenta de lo qué es

persona, de qué quiere decir ser persona, qué quiere decir yo o tu.

Es evidente que son los pronombres personales, y en cuanto los ponemos

el artículo los hemos desvirtuado. Entonces ¿qué ocurre con esto?

¿La persona, qué tipo de realidad tiene y cómo se origina?

La única persona que conocemos directamente que es la persona humana

aparece en el mundo mediante el nacimiento. El nacimiento de un niño

consiste en la aparición del niño hijo de sus padres, reductible en

principio a ellos. Lo que el niño es, se deriva de los padres, de

los abuelos, de los antepasados y de los elementos físicos que

integran al Cosmos: oxígeno, hidrógeno, nitrógeno, calcio,

fósforo, carbono... Pero hay otra cosa que es ¿quién es el niño?

El niño que nace es lo que es y es quien es. Y ese quien es

justamente lo que tiene de persona, es absolutamente irreductible a

todo. No se deriva de los padres, ni se deriva de los antepasados, no

se deriva de nada, es irreductible a todo – incluso a Dios, porque

ese niño que nace puede decirle no a Dios: tiene plena, absoluta,

radical libertad, originalidad, incluso frente a Dios. Es algo que se

añade. Hay el padre, la madre y el mundo entero... y hay algo nuevo,

algo innovado, algo que ha aparecido que se añade a lo que había

antes, que es el quien; el quien de ese niño que acaba de nacer.

Por consiguiente, nos encontramos con que es una realidad innovada,

radicalmente innovada. Es lo que entendemos por la palabra creación.

Creación es la innovación radical de la realidad. Es la aparición

de una realidad nueva, irreductible a todo los demás. Esto siempre

se ha entendido mal. Claro, porque cuando se habla de creación se

piensa en el Creador: “Ah, pero el Creador yo no lo encuentro, el

creador no está visible. Habría que buscarlo, habría que

preguntarse por él, habría que intentar encontrarlo.” Lo que es

evidente, absolutamente evidente, es el hecho de la creación. El

nacimiento del niño es una creación. En español se llama una

criatura. No olvidemos esto: es una criatura. Por consiguiente,

encontramos que el hecho de la creación es evidente. Aunque no haya

creador, aunque no lo encontremos, aunque no aparezca, no está

manifiesto, es un problema, es una pregunta, pero no olvidemos que

esa inseguridad, esa opacidad, esa ausencia del creador no debe

hacernos olvidar la evidencia de la creación. El niño es criatura,

es una realidad creada. ¿Por quién? Ah, no lo tenemos en la mano,

no lo conocemos, hay que buscarlo. Pero ven ustedes que es algo

completamente fundamental.

Y esa realidad de la persona es una realidad, en cierto modo, finita,

limitada. Una persona vive, tiene una vida más o menos larga, pero

morirá. La muerte es inevitable, la muerte es segura. "Mors certa,

hora incerta", decían los romanos: la muerte es cierta, la hora es

incierta. Gracias a Dios, es incierta: el niño recién nacido puede

morir, el viejo por viejo que sea puede vivir un día más; lo cual

siempre deja una esperanza abierta.

Pero ¿cómo puede terminar? ¿Cómo termina? Hay una cosa que es la

muerte corporal, la muerte biológica: esto no es muy distinta de la

muerte de los animales, sobre todo de los animales superiores. La

vida humana tiene un ciclo, tiene un final, termina con la muerte, es

una estructura cerrada que desemboca en la muerte, esto es claro. Eso

es lo que le pasa al hombre -¡al hombre!, no olvidemos esto-, pero

si tomamos el punto de vista de la vida como tal, de la vida humana,

es decir, de la persona humana, encontramos que es una estructura

abierta, es una estructura proyectiva, futuriza, dramática. Entonces

no se ve por qué razón se va a dejar de proyectar. Las estructuras

corpóreas, biológicas o psíquicas tienen un ciclo y terminan

cerradas, desembocando en la muerte. Pero del punto de vista de la

persona como tal, de la vida humana personal, no hay razón para

dejar de proyectar: ¿Por qué voy a dejar de proyectar? Yo puedo

seguir proyectando indefinidamente. Si me sitúo en la perspectiva

personal, en la perspectiva de la vida biográfica, esta postula la

perduración.

La vida humana puede terminar, la vida como tal, la vida biológica –

incluso la vida biográfica en la medida que está incardinada en la

corporeidad y en la mundanidad. Pero desde otro punto de vista

aparece justamente como algo que no tiene por qué terminar y su

final sería el reverso del origen. Recuerden ustedes como decíamos

del niño que nace que representa una criatura, es un acto de

creación, cuyo creador está en sombra, está ausente, está lejano,

no disponemos de él. La vida de la persona, la realidad de la

persona no podría terminar más que por aniquilación: es verosímil,

es inteligible, podemos pensar en que una persona sea aniquilada.


Fíjense en lo siguiente: hay un hecho característico en nuestra época,

se habla mucho ahora de la pena de muerte. Es algo horrible,

doloroso, enormemente penoso, de difícil justificación, pero no he

visto que nunca se diga algo que es evidente: hemos vivido durante

milenios en la idea de que la muerte biológica no significa el final

de una persona. Cuando la pena de muerte se ha aplicado como se ha

aplicado -y con qué liberalidad extraordinaria durante siglos-, se

entendía que se le privaba al delincuente de la vida y se anticipaba

su muerte que, de todas las maneras, habría de producirse en cierto

momento. No se pensaba ni por un momento que se destruía la persona:

se rezaba por él, se rezaba por su alma, se confiaba en su

salvación. Esa idea se ha debilitado enormemente.

Hoy esta idea es compartida por muchas personas, pero no tiene vigencia

social: se da por supuesto que el término de la vida biológica es

la destrucción de la persona. Y esto es lo que hace que veamos la

pena de muerte como algo tremendo, como algo difícil de admitir:

destruir a una persona. Porque si esto es así, él que ha matado a

alguien no es que haya privado de la vida o de un cierto tiempo de

vida a una persona: es que ha destruido a una persona, lo cual da una

gravedad a ese crimen incomparablemente mayor que la que se entendía

y se pensaba en otras épocas. Ven ustedes la incoherencia de

considerar que es terrible aplicar la pena de muerte a una persona si

esto significa la destrucción de la persona.

Hay una profunda incoherencia en la manera de plantear la cuestión. No

se puede plantear el problema de la pena de muerte y el problema del

delito, el problema del crimen, del asesinato, de cualquiera forma de

violencia contra una persona en términos meramente biológicos.

Hay un hecho curioso que tampoco se piensa mucho en ello -hoy se piensa

bastante poco en casi todo-: los animales tienen un ciclo vital muy

corto. Es curioso: hay espléndidos animales, un tigre, un león, un

toro, un caballo tienen un ciclo vital muy corto. Hacen una vida

natural, es decir, digamos, una vida sana. Eso de que se habla mucho,

hacer vida sana, hacer vida natural; los animales lo hacen, en su

libertad, por lo pronto. Y sin embargo mueren muy pronto. Tienen una

vida en general más corta que el hombre. Los animales ni van a

conferencias, ni fuman, ni beben alcohol, hacen una vida sana y, sin

embargo, a los diez años, quince, treinta años, mueren. ¡Es

curioso!

Si la vida humana es limitada, si ahora una persona muere – tomo un

ejemplo que tengo más cerca: yo tengo muchos años y en los términos

de una vida biológica, quizá me queda poco... Matar a una persona

joven es mucho más grave, matar a un niño recién nacido o no

nacido es privarlo de la totalidad de su vida biológica, de su vida

personal también. Todo esto no se piensa en general. Es curioso, es

decir, la manera de pensar que tiene el hombre en cada época tiene

sus formas, sus limitaciones, sus omisiones. Es curioso ver en qué

cosas se piensan, en qué cosas no se piensan o se evita

cuidadosamente pensar en ellas. De modo que el matar una persona

dependería también de su edad, sería privar a la persona de un

fragmento de vida, larga, corta, hay siempre el hecho de que nunca se

sabe cuando se va morir. Por eso digo el más viejo puede vivir un

día más y el niño puede morir recién nacido.


Lo que se trata es de pensar la persona como tal: de no reducir la

persona a una cosa, de no tratar al hombre como cosa – porque el

hombre es cosa también naturalmente, tiene un organismo, tiene una

realidad psicofísica que es cosa y, repito, no muy diferente de los

animales superiores. Ahora se están utilizando órganos de animales

para sustituir a los órganos enfermos de los hombres, las

diferencias orgánicamente no son muy grandes y serán menores

todavía cuando se avancen las técnicas. Pero la realidad del quien,

la realidad del yo, la realidad del tu, del cual yo soy otro tu...

esto no se parece nada a las cosas, es algo profundamente distinto de

toda cosa, incluso de la cosa animal, de la realidad meramente

biológica.

Les estoy proponiendo simplemente un cambio de perspectiva. Simplemente.

ver la realidad. Van a hablar, en este ciclo, del universo, del

hombre, de los orígenes del hombre y todo que quieran ustedes, que

es sumamente importante, sumamente interesante, pero invirtiendo la

perspectiva: no partiendo de las cosas, no considerando toda la

realidad como cosa, sino partiendo de esa realidad extrañísima,

distinta de todas, que llamamos persona, que llamamos quien, que

llamamos yo. Esto es lo que propongo y es lo que los invitaría a

tener presente, esta posible perspectiva en las conferencias,

seguramente más fructíferas e interesantes que escucharán ustedes en

próximas fechas.

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