viernes, 23 de noviembre de 2018

La posesión de Europa



Conferencia  XXIII del curso 1996-97, titulado: "Las formas de Europa", que se puede seguir en el enlace anterior. He realizado la transcripción de la lección, que se puede leer seguidamente:






                                                 



Lección XXIII.    La posesión de Europa.


Conviene distinguir entre dos cosas distintas, una es la pertenencia, y otra es la posesión. Es evidente que los países europeos, pertenecen a Europa, y han tenido conciencia de ello, desde la Edad Media. Esa unidad europea, confundida con la Cristiandad, como vimos; más o menos se correspondían casi exactamente. Tenían conciencia de pertenecer a una comunidad cristiana, que era al mismo tiempo, la comunidad europea. No había el elemento de posesión, que se desarrolla mucho más tarde.

Desde el siglo XVI aparece la personalidad diferenciada de las naciones de Europa en la mente de los demás. Cada país tiene una idea, que en general es poco precisa, es tópica, a veces resueltamente inexacta, de la demás naciones europeas. Entonces empieza a proliferar una especie de tipos, que se adscriben a cada una de las naciones, frecuentemente con un propósito satírico o de rivalidad, que se manifiesta de este modo. hay un conocimiento de unas cuantas naciones, sobre todo, las que son más relevantes o tienen una presencia mayor en las demás; lo cual va cambiando, por cierto. Se va sucediendo en la precisión de la figura exterior, a lo largo del tiempo.

Pero Europa no aparece todavía, no se posee una imagen general de Europa. Hay un momento particularmente negativo en que empieza a funcionar la idea de Europa, y es en la Guerra de los Treinta años. No se si se ha visto con claridad lo que significó esta guerra. Se conoce el detalle de sus diferentes partes, del desarrollo bélico, del problema de las interferencias políticas y religiosas. Como de los diferentes cambios de campo, en una guerra aparentemente religiosa, pero no se si se ha visto lo que significa para la convivencia de los países europeos, y sobre todo para la imagen de Europa.

La Guerra de los Treinta Años ha sido la primera guerra europea. No creo que se haya hecho ningún tipo de aproximación entre las guerras europeas del siglo XX, la primera del 14 al 18, la segunda del 39 al 45, y lo que fue la Guerra de los Treinta Años. Con una diferencia, o dos diferencias muy grandes: una que las guerras del siglo XX han sido técnicas, con una potencia destructora enorme, y comparativamente mucho más breves. La Guerra de los Treinta Años dura desde 1618 hasta 1648, pero es la primera vez que interviene la mayor parte de Europa, en dos bandos, aunque en cierto modo cambien. Por ejemplo Francia cambia de campo, primero con los católicos y luego con los protestantes, pero en conjunto existen dos bandos. En las guerras mundiales también se producen cambios de bando, como el caso de Italia en la II Guerra Mundial.

Lo sustancial es que Europa aparece envuelta en una guerra larguísima, y terriblemente destructora, también. No con las armas de la época actual, pero sí por la ferocidad con se combate en esa guerra, por la destrucción de las ciudades y de vidas humanas. Fue una guerra realmente terrible.

Esta guerra empezó a dar una idea de Europa en su conjunto. La mayor parte de los países europeos están implicados en ella simultáneamente. Pero, por otra parte, da una idea bastante negativa. Es una conciencia mayor de Europa, y al mismo tiempo una crisis del prestigio de lo europeo. No olviden ustedes el libro "Locuras de Europa", de Saavedra Fajardo, que es un testigo excepcional de lo que fue esa época, es uno de los hombres que realmente han vivido más, desde un punto de vista relevante. Se movía en los niveles más altos, en contacto con las figuras que intervienen en la guerra. La publicación que está realizando Quintín Aldea del epistolario de Saavedra Fajardo, del que conozco dos tomos, de los diez tomos que nos amenazan. Va a ser algo que va a contribuir mucho a la comprensión del estado de Europa en esos treinta años decisivos.

Se produce simultáneamente un fenómeno de conciencia, de presencia cada vez mayor de Europa como tal, y no de cada nación aislada, y por otra parte una conciencia de fracaso; de que Europa se ha lanzado a algo demencial, de una ferocidad realmente terrible. Alemania es donde acontece más prolongadamente la guerra, y en otros países también, queda enormemente afectada y medio destruida, y tardará mucho en reconstruirse, quizá hasta comienzos del siglo XVIII no lo logre Europa su reconstrucción, entonces Europa aparecerá como cosa muy distinta.

La concentración en el punto de vista militar y político impide que se vea esta guerra como transformación de las sociedades europeas, de la conciencia recíproca que poseen y de su conjunto.

Después, ya durante el siglo XVIII, la cosa cambia de un modo muy positivo. Empieza a producirse lo que podríamos llamar como un patriotismo europeo. Europa comienza a aparecer como una gran nación compuesta de varias. El año 1773, el español Antonio de Capmany, en un texto que descubrí y comenté, habla de Europa como: "Una escuela general de civilización", fórmula afortunada. Dicho autor tiene conciencia de la comunidad de Europa, e insiste mucho en la incorporación de Rusia a esa comunidad. En Rusia hay una atención a la cultura: "las musas, que solían estar en otros lugares, también están en Rusia". Cuenta Capmany con una Europa dilatada, y piensa que las luchas en Europa se van a terminar, porque empieza a haber una conciencia en Europa de que las guerras en Europa son guerras civiles, y que los pueblos se van a tender la mano por encima de sus fronteras y van a convivir. Es una impresión que se puede compartir en toda la Europa del siglo XVIII.

Esto se une a otra cosa más, que es el patriotismo de la época. Quizá por primera vez, al menos dentro de la Edad Moderna, con la época imperial, en tiempo de los romanos. Es la impresión de una cierta "altura del tiempo". Cuando se dice que en Roma, que la persecución de los cristianos, no es de nuestro tiempo, no es de nuestra época, no es propio de este nivel. Aparece eso que llamamos un "nivel histórico". Pues bien, en el siglo XVIII hay un patriotismo del siglo XVIII. Se piensa que es una época superior a las demás, más civilizada, más comprensiva. Hay una unión del patriotismo general europeo y del siglo XVIII. Sin salir de España se encuentra esta actitud en Cadalso, militar, coronel, que muere en el sitio de Gibraltar. Hombre enormemente europeo, que sabe lenguas europeas, habiendo estudiado inglés, francés, alemán, que se hizo pasar por oficial inglés en el asedio de Gibraltar, cosa difícil, dada la dificultad fonética del inglés. Hay una conciencia de unidad europea, y de pertenencia a un nivel histórico de la época.

Esto va a cambiar después, y va cambiar de varias maneras. La Revolución Francesa fue un factor de alteración, que aunque haya tenido muy buena prensa, en el segundo centenario del acontecimiento ha sido mucho más matizada y estudiada en toda su complejidad. Esta revolución da origen a las primeras guerras nacionales, en las que interviene la nación, con toda su población en armas. Esto es ya evidente con Napoleón.

Goethe vio, como consecuencia de la batalla de Valmy, y de escuchar a los caídos "Viva la nación", que empezaba una época nueva. En la época de los moros unos evocaban a Mahoma y otros a Santiago, o se decía "Viva el rey". En cambio este soldado herido de la batalla de Valmy, cae gritando "Viva la nación". Goethe, que tenía una fina percepción, ve que está apareciendo una actitud nueva.

La Revolución Francesa la desmonta, la destruye Napoleón, pero la prolonga, la difunde por Europa. Lo que ha quedado de la Revolución Francesa son los símbolos: la bandera tricolor y "La Marsellesa". Esto lo hace suyo Napoleón y llega hasta nuestros días. Y hay una especie de proliferación del espíritu de la Revolución Francesa, alterado por Napoleón, en toda Europa. Entonces empieza a germinar lo que no había existido antes: la idea de un dominio general de Europa.

Es evidente que Napoleón tiene la idea de una unión europea, naturalmente que dominada y dirigida por Francia. La idea del equilibrio europeo, que defendería durante el siglo XVIII Inglaterra, y que es causa de diferentes guerras, como las que son consecuencia del Pacto de Familia entre la casa de Borbón o los conflictos con Prusia. A esta idea le sustituye la pretensión de un imperio napoleónico, que lleva nominalmente los principios de la Revolución Francesa, pero que de hecho va a ser un imperio militar, regido por Francia, y realizado en cierto modo. Hasta Waterloo se consigue que una enorme porción de Europa sea sometida, con extraña, con sorprendente facilidad y se empiece a pensar en un Imperio europeo regido desde Francia.

Pero las cosas desde entonces van a cambiar bastante, porque empieza un fenómeno que no había existido antes, que es el nacionalismo. El otro día hablamos del concepto de nación y de cómo parece una inflamación de la idea de nación, que es nacionalismo. Al comienzo del siglo XIX se va a introducir lo que se llama "el principio de las nacionalidades", justificado por motivos políticos, por una reacción formada por la "Santa Alianza", como consecuencia del Tratado de Viena. Hay otros factores que son más bien literarios, artísticos. Se empiezan a estimar las peculiaridades, las variedades europeas. Desde un punto de vista descriptivo, se insiste en el "color local".

El Romanticismo favorece, por una parte el liberalismo romántico, que es muy enérgico. Trata de eliminar la presión que ejerce sobre Europa, en un sentido conservador, la Santa Alianza. Por otra parte afirma las peculiaridades de los diferentes países, incluso no de las naciones, sino de sus variedades internas, de sus regiones, de sus formas particulares. esto va a tener una influencia muy grande en la conciencia que tiene Europa de sí misma.

Hay otro fenómeno que conviene señalar, por lo menos: se producen dos revoluciones en Europa en el siglo XIX, una la Revolución de 1830, la que depone a Carlos X de Francia y pone en el trono de Francia a un miembro de la rama menor, la rama de Orleans, en la figura de Luis Felipe. Este rey ejerció su función desde 1830 a 1848. Tengo particular simpatía, no digo por Luis Felipe, sino por su época, que estudié muy bien, con mucho detalle cuando era estudiante. Es uno de los momentos en que Francia, en que los franceses, son inteligentes. Los países son inteligentes o no según la épocas. Francia fue muy inteligente, mucho menos en el siglo XVIII, aunque las apariencias digan otra cosa, y lo fue en el reinado de Luis Felipe.

La época de Luis Felipe es el momento en que se consigue la libertad en Francia, que recupera, pues la había perdido en 1789. Muchas veces he pensado que si no hubiera habido Revolución Francesa, la libertad en Francia se hubiera recuperado mucho antes. Porque imagínense, desde 1789 hasta 1830, son cuarenta y un años; con la influencia de la Ilustración, con la tolerancia que ya había en la sociedad francesa, con el carácter apacible y bondadoso, a última hora débil, de Luis XVI, piensa uno ¿habría tardado cuarenta y un años en haber libertad en Francia? parece inverosímil.

En esos años, de 1830 a 1848, sí hubo libertad en Francia, con una serie de figuras realmente admirables, tanto literarias como de pensamiento o políticas. Es un periodo particularmente interesante. Pero hay una segunda revolución en Francia, la revolución que llaman de febrero, ocurrida en el año 1848, que va contra el gobierno y arrastra tras de sí a la monarquía de Orleans, la de Luis Felipe. Se establece una república, muy breve, y es curioso que hubo terror, porque la palabra "república" hacía pensar en la "guillotina". Revolución muy curiosa, porque aconteció en París, exclusivamente. Los franceses se enteraron de la Revolución y de la caída de la Monarquía por los periódicos. Fue un asunto puramente parisiense. La gente sintió terror pensando en la guillotina, y fue menester que el gobierno diera una orden inmediata, en la cual se abolía la pena de muerte en materia política, la gente dejó entonces de pensar que les iban a cortar la cabeza por motivos políticos.

Se nombre presidente de esa república a Luis Napoleón, con una especie de resurgimiento del bonapartismo. La república acaba muy mal, que en su detalle estudié hace muchísimos años, un poco después de que aconteciera, y hubo un fracaso de muchísimas cosas, que terminó con un golpe de Estado del presidente, de Luis Napoleón, y se proclama Emperador. Entonces se establece el Segundo Imperio. Pero esta revolución, del año 1848, tuvo repercusiones en casi toda Europa. Fue un fenómeno análogo al espíritu de la revolución anterior, realizada por medio de Napoleón. En España, en Alemania, en casi toda Europa, hay una serie de resonancias de la revolución del año 1848. No olviden ustedes que "El manifiesto comunista" de Carlos Marx y Federico Engels, es de este año, que es el momento en que aparece el comunismo como ideología política y como partido.

Esto altera mucho la visión general de Europa, porque coinciden un movimiento de afirmación de las peculiaridades nacionales, incluso de nacionalismo, con los movimientos contrarios: "las internacionales", con la famosa frase: "¡proletarios de todos los países, uníos!". Hay varias internacionales, la internacional anarquista, la internacional marxista, todas con un carácter supranacional, tienen la conciencia de que los límites de las fronteras, no son suficientes y aparecen afectadas por un concepto nuevo, que no había existido antes: el de "clase". Las internacionales se extienden, por lo pronto, a Europa. Con una voluntad de universalidad, pero una universalidad condicionada por la clase, en unos casos por los anarquistas y en otros por los marxistas.

Aparecen entonces una serie nueva de dificultades y de perturbaciones en la forma de pertenencia a Europa. Las internacionales creyeron que las guerras nacionales iban a ser imposibles, porque se decía que los obreros se tenderán las manos por encima de las fronteras, y no lucharán unos contra otros, pero no pasó así. Ha habido grandes guerras mundiales, las guerras más grandes de la historia, no estorbadas por el hecho de las internacionales. La conciencia de clase no funcionó con la suficiente energía, y funcionaron más otro tipo de ideologías, nacionales o nacionalistas, puramente políticas o en su variedad económica. Es muy compleja la historia y conviene no simplificar las cosas.

Las internacionales no sirvieron para eliminar las guerras. En la II Guerra Mundial, a diferencia de la I Guerra Mundial, lo que se había debilitado, en cierto modo, era la conciencia nacional, pero no desde el punto de vista de "clases", sino más bien de ideologías políticas. De ahí ese hecho, tan curioso y tan interesante como es el "colaboracionismo", que no existió apenas en la I Guerra Mundial, en cambio ocurrió mucho en la Segunda.

Por tanto, el concepto de pertenencia a Europa, es variable, se intensifica, tiene un carácter más negativo, o de mayor entusiasmo, desde que, a mediados del siglo XVIII, Europa aparece como escuela general de civilización, como nación grande, compuesta de varias menores. Pero eso no va a prosperar, no continúa. Incluso se produce un debilitamiento de la admiración mutua, a pesar de haber una comunicación mayor.

También hay una diferencia muy importante entre los niveles culturales. Los niveles no muy altos vivían instalados en cada nación, sin una conciencia muy particular del conjunto, en cambio las minorías superiores, socialmente, y sobre todo culturalmente, tienen una mayor conciencia de unidad europea, y se nutren de diferentes formas de cultura y de pensamiento, se conocen varias lenguas. en el siglo XVIII las personas de las clases superiores realizaban un gran viaje europeo, que está reflejado con mucha gracia en "Los  eruditos a la violeta" de Cadalso. Escribió dos libros extraordinarios: "Las cartas marruecas" y "Los eruditos a la violeta", libros de un interés excepcional, y además son divertidísimos, como lectura son deliciosos. No comprendo como no están en todas las manos, la verdad es que muy pocas personas los han leído, y sobre todo las "Cartas marruecas", muy conmovedoras en muchos sentidos, les recomendaría muy vivamente que los leyesen.

La situación europea no acaba de consolidarse. Los medios de comunicación y las técnicas que facilitan la posesión de las realidades históricas y sociales no son tan eficaces como se piensa, por ejemplo, cuando se establecen los primeros ferrocarriles se pensó que las fronteras iban a desaparecer y que el conocimiento de Europa sería mucho mayor, luego resulta que no tanto. Piensen en un hecho curioso, en España se establecen los ferrocarriles con un ancho de vía distinto de los demás países europeos, excepto Rusia, porque se tenía el temor de una invasión. La verdad es que los países no suelen invadirse en tren, pero se pensaba eso. Se produce una facilidad técnica, de comunicación y de conocimiento, pero hay una serie de problemas humanos, sociales e históricos que dificultan, y en cierto modo las fronteras se erizan en el siglo XIX, se producen unos ciertos aislamientos en diferentes niveles.

Mientras la pertenencia a Europa es enormemente real, inevitable, la posesión de Europa no lo es tanto, es deficiente, es incompleta; en parte por el nacionalismo, por la hostilidad que se produce ya desde la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas consecuentes, hostilidades marcadas. Pero desde la guerra franco-prusiana hay un momento en que se convive, en que hay una impresión de estabilidad, después de la constitución de la unidad italiana y del imperio alemán. Se establece una competencia, hay una rivalidad, en gran parte económica, en segundo lugar militar. La gran potencia naval era Inglaterra, pero en los últimos decenios del siglo XIX, hasta la guerra del 14, Alemania desarrolla una marina importantísima, y hay una serie de problemas económicos y militares, que son los que acabarán precipitando la Gran Guerra de 1914.

Se producen rivalidades económicas o rivalidades militares, y se va engendrando una actitud, que en la I Guerra Mundial aparece de manera manifiesta: la hostilidad entre países, e insisto en la hostilidad porque anteriormente las guerras no suponían una conciencia particular de ser un país que lucha contra otro. Era un rey contra otro, unos ejércitos contra otros, unas escuadras que se enfrentan en el Atlántico, por ejemplo: la escuadra inglesa frente a la española o la francesa, pero no son los países como tales. Las guerras, por su pequeña magnitud, no refluyen sobre la totalidad de las poblaciones.

En la I Guerra Mundial se produce ese fenómeno de la hostilidad entre los países, acompañado de otro muy grave, que fue la existencia de la propaganda. La propaganda es algo relativamente reciente; durante gran parte de la historia lo que ha dominado en los conflictos humanos, en la luchas ideológicas o entre países, ha sido la retórica, por ejemplo en la época romántica.

La retórica consiste en mover y conmover a los hombres mediante la palabra, el acierto y la belleza de la palabra. Esto no obliga a mentir. He estudiado bastante las guerra carlistas, y los beligerantes en ella usan la retórica romántica con gran eficacia, aún reconociendo sus errores y sus crímenes incluso. Hay un reconocimiento de la verdad. Pero esto va a ser sustituido después por la propaganda, que es la técnica de manipular a los hombres, profanándolos, mediante la mentira, sobre todo.

Tengo, por fortuna o por desgracia, una particular sensibilidad para la verdad. La mentira me produce depresión o indignación, o una mezcla de las dos cosas, la soporto mal. Desde la I Guerra Mundial, y aún antes, por todo el siglo XX, y no digamos después, se usa la mentira de una manera constante y deliberada. No tienen más que apretar los botones de la televisión o leer los periódicos y apreciar todas mentiras que quieran, y muchas más de las que pudieran desear.

Esto se produce, en gran parte, por el carácter, ya global, de los países que entran en la I Guerra Mundial. Fenómeno que tiene antecedentes muy antiguos, con la aparición de las grandes masas de combatientes. Los que ahora son jóvenes no sé si tienen conciencia de ello, porque no lo han vivido, en ningún sentido, ni lo han recibido con eficacia. Fue una guerra de trincheras, y tuvo una cantidad inmensa de muertos; se pasaban, los combatientes, meses entre el fango, aguantando el frío o el calor. El asaltar una trinchera era enormemente peligroso. Se cuenta de un oficial francés, y lo mismo se podría decir de los de otro bando, que cuando va a asaltar una trinchera, pensando en la posibilidad de la otra vida, decía: "por fin voy a saber", porque estaba seguro de morir en el asalto.

Los jóvenes de los países combatientes acudieron a la guerra en casi su totalidad, por lo que hubo que incorporar a las mujeres para ocupar los puestos de la vida civil: trabajan en las fábricas, conducen los tranvías... y esto significa la entrada de la mujer en actividades que no habían ejercido nunca. Esto es algo parecido a lo que ocurrió en la Guerras Médicas, que para luchar contra los persas, tuvieron los griegos que echar mano de toda la población masculina. Entonces tuvieron que entrar los que no eran propiamente ciudadanos, que estaban fuera de la vida ciudadana y democrática. Un fenómeno análogo a la movilización de la mujer en toda Europa, especialmente en los países combatientes.

Al mismo tiempo existe la política de la embajadas, que se movilizan, se convierten en combatientes, hacen propaganda de sus países y atacan a los otros. Atacan a los países, no ya a los beligerantes, los combatientes, sino que, por ejemplo, no se puede tocar a Wagner o a Beethoven en los países aliados. Se ataca la filosofía alemana o a la literatura francesa, por los países contrarios. Se produce una especie de hostilidad, incluso de antipatía mutua, que no había existido antes, esto tuvo unas consecuencias terribles, y hasta afectó a España profundamente, en muchos sentidos.

España no fue beligerante en la I Guerra Mundial, pero los españoles sí. Los españoles estaban afectados, y eran aliadófilos o germanófilos. Las mesas, los veladores de los cafés eran escenarios de las batallas, y los participantes celebraban o deploraban los resultados de las batallas. Es curioso que entre los niveles superiores de la sociedad española, eran principalmente aliadófilos los que conocían Alemania, los que admiraban a Alemania, los que sabían alemán, los que habían estudiado en Alemania. En cambio eran germanófilos los que no tenían la menor idea de Alemania, ni sabían alemán.

Entre los intelectuales españoles, el único que decía que era germanófilo era Baroja, y decía que "si ganaba Alemania los trenes llegarían con mayor puntualidad", pero los que conocían Alemania deseaban un triunfo de los aliados, como el caso de Ortega, que es el que mejor ha tratado de introducir en España la cultura alemana, con enorme diferencia respecto de los demás. Ortega deseaba el triunfo de los aliados porque creía que Alemania era políticamente muy peligrosa. Hay un artículo de Ortega realmente increíble, de enorme perspicacia, de 1908, es decir veinticinco años antes del nacionalsocialismo, en que habla de las dos alemanias que hay, una le parece admirable, extraordinaria, y otra que le parece peligrosísima, con rasgos que caracteriza, que luego se manifestaron el año 1933.

Luego aparecen los intelectuales franceses, ingleses o alemanes, que van de un país a otro, dando conferencias y haciendo propaganda de sus países, contra sus adversarios, lo cual supone una perturbación sumamente grave.  En España, los españoles toman partido, a pesar de que el país mantiene, venturosamente la neutralidad, pero los españoles tienen una adscripción, se dejan llevar por esa propaganda, y esto influye en la sociedad española, provocando una cierta división dentro de ella. 

Hay una consecuencia más: en España había habido la bandera de la europeización, desde la generación del 98, como reflejaba un artículo de Ortega en el que decía que : "España era el problema y Europa la solución". Era menester ponerse al nivel de los países más prósperos y más avanzados de Europa, no para imitarlos, no para repetirlos, pues decía Ortega que basta con una Inglaterra o una Francia o una Alemania, y quería añadir la interpretación española del mundo, a la altura del tiempo. Pero el año 1914, cuando ya ha avanzado enormemente la idea de la europeización en España, cuando tiene muchos partidarios y se ha realizado en gran parte, se conoce la cultura europea mucho mejor que antes, hasta el punto de que España se convierte en el país menos provinciano de Europa, en parte por su modestia intelectual, por no poderse atenerse a ella misma.

Es curioso como en los libros europeos, no se citan más que autores del propio país. Por ejemplo un libro francés, en que no se citan más que autores franceses, apenas alemanes o los ingleses hacen lo mismo, los alemanes hacen igual. Hay quizá algún nombre que otro se toman por otros países, como en el caso de Bergson, con bastante prestigio en Alemania. O como Williams James, estimado y estudiado, pero son muy pocos, normalmente se atienen a su lengua, a su país.

España, entonces, cuando está tratando de apoyarse en Europa, y que está alcanzando, por lo menos en las cumbres un nivel adecuado, semejante a Europa, entonces Europa de destruye a sí misma, se niega a sí misma. Hay un texto muy interesante, creo que del año 1928, de Curtius, en que dice: "Ortega, que devolvió el sentido y el gusto de la filosofía en Alemania...ese celtíbero del Escorial", porque Ortega mantuvo la conciencia de Europa; deseaba la derrota de Alemania, pero afirmaba el valor de Alemania y el valor de su cultura, no se podía prescindir de Alemania en ningún caso. Mantuvo Ortega la idea de una Europa unitaria, total, global, pero se hizo enormemente difícil en esos años.

Después va a venir la extremada politización de Europa, la destrucción de los imperios: el austro-húngaro y el imperio turco, que dejaba mucho que desear, evidentemente, pero los fragmentos de ese imperio eran todavía peores, y ocurrió que todos los problemas de esos grandes imperios se reproducen en cada uno de sus fragmentos, lo cual se convierte en uno de los lastres de la realidad europea actual.

Resulta problemática la posesión de Europa, la pertenencia a Europa de los países europeos existe desde la Edad Media, y hay la conciencia, más o menos, de pertenecer a Europa, pero se posee muy deficientemente. En gran parte porque el internacionalismo es enemigo de Europa, las internacionales crean una universalidad, pero condicionada por la clase, políticamente.

Por otra parte, después de las dos guerras europeas del siglo XX, por una voluntad de evitar más guerras, se crean las grandes organizaciones internacionales: la Sociedad de Naciones, después de la I Guerra Mundial, y más tarde la ONU. Estas organizaciones internacionales dan un cierto carácter abstracto, porque se borran las unidades reales, por ejemplo la europea, que es de quien estamos hablando en este curso.

Las Naciones Unidas, ahora deben ser ciento ochenta o algo parecido, pero unidas, no; con un absurdo, que era el derecho de veto. Los cinco países principales tenían el derecho de veto, y podían paralizar, como el Basilisco, cualquier decisión de las Naciones Unidas. Es decir, había un disparate, que significaba un voto por cada país, con lo que se podía conseguir una mayoría de votos representando a muy pocos habitantes, por una ideología política o por una raza o por lo que fuera, pero para conseguir equilibrar esa situación se instauró el derecho de veto, otro absurdo, que es la situación que existe actualmente.

La pertenencia a Europa es real, es evidente, es conocida, es compartida, pero la posesión de Europa está mitigada por el desconocimiento, por las antipatías, por las pérdidas de prestigio, por pretender una unión más amplia, una unión universal, que no existe; porque evidentemente el mundo no es uno, ni mucho menos, tal vez algún día lo sea, pero hoy no.

Hay una pluralidad de países que no tienen que ver nada unos con otros, que no se entienden, que no conocemos. Si pensamos en algunos grandes países, como la India o la China, o no digamos África, con lo que no tenemos nada en común. No entendemos, no podemos participar realmente de esas formas de vida. Europa sí puede hacerlo, pero Europa es insuficiente, pues solo pensar en Europa es una falsificación, pues Europa es uno de los dos lóbulos de Occidente, que es la realidad de referencia. Gran parte de  lo que hoy es europeísmo, es nada más que antiamericanismo, con lo cual se vuelve a introducir la irrealidad en Europa.

El gran problema que tenemos presente ahora es la posesión de Europa, que es enormemente deficiente. Las insuficientes naciones tienen conciencia de la necesidad de la unión, de la cooperación. Pero se crean incesantemente ordenanzas en la Unión Europea, leyes, disposiciones, que obligan a los países europeos, sin clara conciencia de que eso tenga justificación e interés.

Hay una imagen que utilizaba Ortega con gran acierto: "Hay dos formas de Estado, el Estado como piel y el Estado como aparato ortopédico". La piel es algo que nos envuelve y nos mantiene unidos, sin molestarnos; al revés, nos molestaría que nos desollaran, porque la piel no nos molesta; vivimos tan tranquilos dentro de nuestra piel. Sin embargo el aparato ortopédico puede ser necesario, pero es molestísimo.

Creo que la unión Europea se está convirtiendo en un aparato ortopédico; conveniente, quizá necesario, pero que no despierta ilusión, y que no tiene un proyecto positivo. La gente piensa que se regula la producción de leche o de queso, o de la pesca, o con el olivo. Es decir, la impresión que produce la Unión Europea es la de una serie e limitaciones. No es que se respire mejor, que se tenga conciencia de un incremento de la libertad; esto no está ocurriendo.

Se está produciendo una conciencia de la falta de prestigio de los países europeos. Por ejemplo en Inglaterra se descalificó la época victoriana, con una tendencia ridiculizar esa época, que fue una época fabulosa, con todos los defectos que ustedes quieran, pero en conjunto ha sido la gran época de Inglaterra, que ha refluido, no solo sobre Europa, sino sobre gran parte del mundo, de una manera beneficiosa. Esto se ha descalificado, se ha perdido.

Otro ejemplo es el de Francia, que ha renunciado por motivos políticos a lo mejor de su cultura, hace, más o menos, cuarenta años. Alemania ha abandonado muchas cosas que eran enormemente valiosas en ella. La lengua alemana y la lengua francesa se conocen muy poco, con lo cual no se atiende suficientemente a los que los franceses y alemanes están haciendo, sino sobre todo, a lo que han hecho durante siglos, que ha sido extraordinario, y que es irrenunciable. ¿Cuántas cosas europeas parecen irrenunciables, cuántas son realmente conocidas, poseídas, admiradas?

Como el diablo Cojuelo levantaba los tejados y veía lo que hacían las personas en las casas, a mi me gustaría saber qué libros tienen los europeos, en qué lenguas, y cuántas lenguas leen. Algunos leen en la suya, otros ni siquiera en la suya. Esto hace que la posesión de Europa sea deficiente.

Además Europa no termina en sí misma, esto es lo que es claro. Europa ha engendrado a América, que es la gran creación europea, desigual. No todos los países han contribuido igualmente. Hace unos años dí en París una conferencia, que se llamaba: "La visión transeuropea de Europa", en ella decía que Europa es transeuropea, y en algunos países más que en otros, por ejemplo el nuestro, evidentemente.

Se ha producido un anquilosamiento, una paralización de la posesión de Europa. La única manera de evitar esto es el entusiasmo. Es evidente que habría que restablecer, habría que resucitar el entusiasmo por Europa, y por su gran creación americana, por el Occidente en general.

Hace unos años hubo una gran crisis en Europa, se crearon una serie de documentos, de manifiestos, de declaraciones, de europeos eminentes, en las que no encontré ni una sola vez la palabra Occidente. Vean ustedes el problema.

Creo que la Unión Europea es absolutamente necesaria, es preciosa, es conveniente, a condición de que sea la posesión de Europa, y que volvamos a tener patriotismo europeo. Durante la II Guerra Mundial escribí un artículo titulado: "Patriotismo europeo", hablaba de las destrucciones, de los bombardeos. Sentía dolor feroz cada vez que se destruía una ciudad. Sentí vergüenza el día que los alemanes entraron en París, y dolor, como cuando vi una catedral alemana rodeada de ruinas, como una madre rodeada de hijos muertos.

Ese patriotismo europeo, que ha existido en ciertos momentos, del cual participan bastantes europeos, no es dominante, no es vigente, y sin él no se podrá hacer una Europa que valga la pena. Muchas gracias.

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