domingo, 3 de agosto de 2014

Santander en Julián Marías



La relación de Julián Marías y Santander comienza en sus primeros años de veraneante, como refleja la foto adjunta, alrededor de 1920, en la que aparece en la playa con su padre y su hermano mayor. Continúa a lo largo de su vida, y en sus Memorias tiene varios episodios con protagonismo de la ciudad y su provincia. Aquí los podemos seguir:







                                                Veranos en Santander


“En verano íbamos a Santander; el tren se tomaba a media noche, y se llegaba por la mañana; en uno de os viajes, un hombre que se había pasado de su estación, cuando se dio cuenta se tiró en marcha; todos se alarmaron. Pero algunos lo vieron levantarse palpándose el cuerpo. En Santander nos hospedábamos en un simpático hotel familiar, el Hotel Colina, en el Sardinero. Recuerdo muy bien las casetas, arrastradas por bueyes; las butacas de mimbre o algo parecido, casi con techumbre para proteger del sol; los bañistas con sus viejos trajes de baño, casi todos a rayas. A veces se veía a ala familia real; y la Magdalena, y la bahía; una vez fondeado en ella, el acorazado “España”, que me llenó de entusiasmo”.

(Memorias 1. Una vida presente, pág. 20).


                  La atención al mar en el reinado de Alfonso XIII



Existe un artículo, escrito por Julián Marías en 1986 para la Revista General de la Marina, donde explica con algún detalle más esa relación con Santander y el acorazado “España”. En el siguiente enlace se puede ver: “La atención al mar en el reinado de Alfonso XIII”.



                                     La Universidad de Santander 1934


“Los meses de julio y agosto  de ese año los pasé en  la Universidad Internacional de Verano en Santander, creada  el año anterior. Fue para mi  una experiencia tan placentera como interesante. La mayor parte funcionaba en le Palacio de la Magdalena, completado por unos pabellones en la planta baja de la pequeña península. Yo tenía mi habitación en la planta baja del Palacio, y la compartía  con otro estudiante muy joven, de dieciocho años (yo acababa de cumplir los veinte), inteligente y divertido, Ángel Sánchez-Covisa, muerto hace muy poco. Zubiri le llamaba neanías, es decir, “el joven” en el griego de Platón.
Santander era una ciudad deliciosa; aquel verano solía llover por la noche, y la mañana aparecía fresca, limpia, con sol brillante y cielo azul. Había un ambiente cordial y alegre entre estudiantes y profesores; se comía bien- solo se quejaban los que estaban acostumbrados a comer en pensiones de tercera-; la playa era agradabilísima y reservada para la Universidad. Por las tardes se iba a Santander o se hacían excursiones.
Los rectores habían sido D. Ramón Menéndez Pidal y D. Blas Cabrera, el más ilustre físico; pero quién estaba siempre presente era el Secretario general, Pedro Salinas, ayudado por sus dos “adjuntos”: Emilio Gómez Orbaneja y José Antonio Rubio Sacristán; muy pronto excelentes amigos. Los ayudaban en la labores de secretaría dos mujeres encantadoras, ambas judías, una de la vieja aristocracia de San Petesburgo y la otra de Viena: Olga Ginsburg de Bauer y Gisela Ephrussi de Bauer, ambas casadas con dos hermanos, Ignacio y Alfredo, de la familia de banqueros Bauer, que habían tenido poco antes graves quebrantos económicos. Las dos eran de gran belleza; Olga más madura, serena y majestuosa; Gisela, más joven – tenía dos niños pequeños -, muy bonita, elegante, graciosa; igualmente cultas, versadas en lenguas, amigas de casi todos los intelectuales españoles.
Hice muy pronto amistad con las dos, especialmente con Gisela; tenía diez o doce años más que yo, y a mi edad es una diferencia preciable, pero no fue obstáculo. Entonces y después fue una de mis amigas predilectas, hasta que el final de la guerra civil nos separó, y a pesar de ello la amistad se conservó y se reanudó en ocasiones, en mis viajes a México.
Tengo que recordar otra adquisición de amistad femenina procedente de la Universidad de Santander: Carmen Ortiz de Cevallos, peruana, de la familia de los marqueses de Torre Tagle, hija de una diplomático, que vivía en París, soltera; también era mucho mayor que yo; no tenía gran belleza, pero era encantadora, inteligente, graciosa; como usaba mucho la palabra prestancia, pronunciada con s, solíamos llamarle “Doña Prestancia”. Al curso siguiente, es decir en 1935, vino a Madrid, Lolita  yo la vimos mucho; por cierto nos anunció que nos casaríamos; nos echamos a reír y el dijimos que éramos los mejores amigos del mundo, pero nada más. Nos contestó: “Bueno, ya lo veréis”. Siempre nos hemos escrito largas cartas, la he visto cada vez que he ido a Lima, y una temporada que pasó en Madrid; murió, ya vieja, hace un par de años, tan alerta y graciosa, tan culta y cariñosa como cuando era joven, y la echo de menos a pesar de tan largas ausencias y tan breves y espaciadas presencias.
La Universidad misma era algo asombroso; nunca había existido nada parecido; las diferentes versiones que después de la guerra ha tenido no han tenido gran semejanza con la ,tan fugaz, de 1933 a 1936. “Es la Universidad de Santander – escribí yo entonces, recién vuelto de ella – un poro luminoso por donde España asoma al mundo. Y asoma para verlo, ciertamente, y tender los ojos fuera de sus fronteras. Pero al mismo tiempo, al asomarse, queda erguida y se la ve desde el mundo en esa actitud tensa del mirar”.
Las mejores mentes españolas, en rigurosa selección, concurrían a ella. Ortega había enseñado el año anterior; el 34 no, pero allí estuvo, y aportó su presencia y su trato. Unamuno, a punto de cumplir setenta años, pasó quince días en la Magdalena y dio lectura a su nuevo drama El hermano Juan o El mundo es teatro. Además, paseábamos con él o hablábamos sentados en una roca; así estoy con él y otras tres o cuatro personas, a mis veinte años, en una fotografía que mucho después me dio su hijo Fernando. Era como un promontorio, digno, impresionante, con cierta dificultad de comunicación: nunca se estaba muy seguro de si se daba cabal cuenta de quién era el interlocutor a cuyas preguntas contestaba con tanto saber e inteligencia.
Don Miguel, en la Magdalena, escribió veinte poemas y un breve ensayo en prosa. Algunos amigos reunimos un poco de dinero para imprimirlo todo en un precioso Cuaderno de la Magdalena y ofrecérselo en su año jubilar. Lo imprimió Aldus, en Santander, y guardo mi ejemplar como recuerdo suyo y de un verano que me dejó huella indeleble.
Zubiri y Gaos dieron cursos y seminarios, también Jorge Guillén, con quien anudé una amistad que enlazaba con la que mi padre tuvo en Valladolid con el suyo, y Dámaso Alonso, amigo desde entonces, como Gerardo Diego, y Montesinos, Marichalar, Julio Palacios... Seguí el curso de Jacques Maritain,  tan agudo y distinguido, sobre “Los problemas espirituales y temporales de una nueva Cristiandad” (no volví a verlo hasta 1949, en París). Y uno extraordinario de Huizinga, que me dedicó mi ejemplar de El otoño de la Edad Media, y con quien me carteé después cuando estaba en su Holanda.Y también escuché al gran psicólogo Köhler, uno de los fundadores de la Gestalttheorie; y a Erwin Schrödinger, el premio Nobel de Física, gran comedor, que devoraba el copioso desayuno, salía por la mañana con un paquete de bocadillos, que iban desapareciendo. Recuerdo que la noche de su llegada, tras pasear largo rato, nos dijo que quería comer algo, le dijimos que estaba todo cerrado, los cocineros dormidos; por fortuna Luis Recasens Siches tenía en su cuarto una tableta de chocolate, que resolvió en problema. “Así ya se pueden ganar premios Nobel”, le dije riéndome.
Seguía cursos científicos, de Cabrera y Palacios, de Terradas y Fréchet, de Grimm, sobre estructura química de la molécula; de Goldschmidt, sobre sexualidad. Había cursos de Medicina, con la cooperación de Valdecilla, a los que por supuesto no asistí.
Era un taller de pensamiento, verdaderamente internacional. El mundo se hacía presente en Santander. Allí empezaron los cursos de muchachas de las Universidades americanas, que hacían su junior year en España, acaudilladas por Catherine Whitmore.
Pocas veces he visto una convivencia äs espontánea, estimulante, inteligente, divertida, cortés. El “tirón hacia arriba” – tan necesario, que tanto irrita a algunos – era constante. No puedo decir cuánto me enriqueció intelectual y humanamente. Y por si fuera poco, me curó de esa impresión de “encierro” dentro de mí mismo, de desconfianza de mi expresión, de temor de que me desfigurara y traicionara. Aquellos dos meses en Santander fueron una liberación. Volví a Madrid mucho más yo mismo.
Lolita pasó el verano, con su numerosa familia, en Las Rozas, en un chalet junto al cual estaba el de la familia, casi tan numerosa, de Camilo José Cela. Este, dos años más joven que yo, era un muchacho alto, flaco, enfermizo, muy tímido y educado, que buscó la compañía de Lolita, sobre todo para hablar de los poetas y leerle sus propias poesías. Lolita lo orientó hacia los clásicos y el aconsejó asistir en Madrid al curso de Salinas. Yo lo conocí en octubre.
Entre Santander y Las Rozas iban y venían cartas, largas cartas. Fueron el complemento de la Universidad, y a lo largo de ellas iba fluyendo lo más verdadero de mi vida”.

(Memorias 1. Una vida presente. pág. 149 a 153).




                   Traducción de Sein und Zeit



“El verano de 1934, en Santander, hice una experiencia decisiva, que todavía muy pocos habían tenido en Europa, al menos fuera de Alemania: la lectura de Heidegger. Me había llevado el ejemplar de Sein und Zeit regalado por mis compañeras y alumnas y firmado por ellas. Me encerraba en mi cuarto varias horas al día, con el diccionario Langenscheidt a mano. No es fácil encarecer la dificultad lingüística y filosófica de Heidegger. Me propuse leer Sein und Zeit de la primera página a la última. No hay mejor manera de aprender de verdad una lengua que leer un libro grande y difícil, que interese mucho y del que no exista traducción. Luché bravamente con la prosa, endemoniada y apasionante, de Sein und SEIT. Nunca ha entendido ese libro en ninguna traducción, porque si se mira bien es intraducible; pero en alemán se puede comprender, a condición de tomarlo todo en serio y leerlo por su orden y en su integridad – no son muchos los que lo hacen-. Cuando llegué a la última página, pensé: ahora sé alemán. Desde entonces, todos los autores – Kant, Fichte, Dilthey, Husserl – me parecían “fáciles”. Y había adquirido una filosofía genial, que admiré pero nunca pude “adoptar”, porque venía de otra que me parecía más clara, justificada y profunda: la de Ortega”.

(Memorias 1. Una vida presente. Pág. 166 y 167).



                                                         
                                                               El Viento Sur


“También publiqué, en un pequeño volumen impreso en Santander, con alguna ilustraciones, entre ellas un retrato mío, dibujado por Juan Antonio Morales, Ortega y la idea de la razón vital, que se publicó en inglés en la Dublin Review, en Londres, y luego en alemán, en forma de libro. A Juan Antonio Morales lo había conocido en los tiempos de Valencia, lo había visto pintar su famoso cartel “Los Nacionales”, y desde entonces fuimos amigos. En aquella colección santanderina, El Viento Sur, se publicaron muy interesantes libros, como Soria, de Gerardo Diego, y otros”.

(Memorias 1. Una vida presente. Pág. 373).



                                         Conferencias en Santander 1964


“Empecé el año 1964 con una serie de cuatro conferencias en Santander, sobre los problemas y la creación intelectual de la España de nuestro siglo. Creo recordar que tuvieron una resonancia desproporcionada: de simpatía y acaso entusiasmo, por una parte; de irritación y hostilidad por otra. Fueron interpretadas como una afirmación de lo que había sido original y fecundo desde la generación del 98, como una expresión de confianza en que todo eso estaba vivo y tenía porvenir. Los que creían – o por lo menos deseaban – que todo aquello había quedado enterrado en 1939, acusaron su malestar. Hacía treinta años de mi verano en la Universidad de Santander; pude medir la distancia que nos separaba de aquella fecha, lo que había sucedido a España, a Santander y a mí personalmente desde entonces. Tuve conciencia de que aquella serie de conferencias tenía alguna significación, por lo menos para mí. Entonces me conoció, aunque yo no la conocí, una persona que andando los años había de contar profundamente en mi vida”.

(Memorias 2. Una vida presente. Pág. 205).



                             Universidad Menéndez Pelayo 1978



“La Universidad Internacional (que desde después de la guerra se llamaba “Menéndez Pelayo”) me había invitado a dar una conferencia, y volví a la Magdalena por primera vez desde 1934. Recuerdo que hablé de “Una trayectoria filosófica” – algo adecuado para la ocasión -, estuve con el buen amigo Francisco Ynduráin, entonces Rector, viajé un poco por la provincia”.

(Memorias 3. Una vida presente. Págs. 90,91).




                             Universidad Menéndez Pelayo 1981



“Estaba en Valencia cuando me llamó el Presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo, para decirme que diera la conferencia inaugural de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en Santander; le contesté que lo haría con mucho gusto, pero que me había comprometido a hacer lo mismo, en la misma fecha, en la joven Universidad de Extremadura. Me preguntó si no podía arreglarlo, cambiando la fecha; le dije que no me sería fácil, pero que si lo hacía él, no tendría inconveniente en ir a Santander.
Así lo hicimos ambos. Calvo-Sotelo pronunció un excelente discurso, de calidad intelectual, infrecuente en un político y digno de cualquier Universidad. Yo di, con solemnidad poco usada, con traje académico español – la primera vez que me lo puse – una conferencia sobre “La ausencia de la filosofía”. Me refería al estado general del mundo, pero con alusión particular a la propia Universidad, en cuyos cursos tenía la filosofía una representación poco brillante y adecuada, que me hizo recordar con melancolía mi tiempo de estudiante en el verano de 1934”.

(Memorias 3. Una vida presente. Págs. 191-192).




                                Conferencia en Laredo 1986



“Pasé unos días en Santander, fui a dar una conferencia en Laredo, que no conocía; en Somo pasaba el verano mi hijo Miguel con su familia; también veraneaba en Santander Mari Presen, y tuvimos unas cuantas conversaciones en otro ambiente, que nos acercaron más; estaba muy interesada por La mujer y su sombra, libro en el que trabajaba afanosamente, que terminé y dejé en la Editorial tan pronto como terminaron sus vacaciones de verano”.

(Memorias 3. Una vida presente. Pág. 369).


                                   
                                    Seminario sobre Marañón  1987


“Durante el verano, Helio Carpintero dirigió un seminario sobre Marañón en Santander, en la Universidad Menéndez Pelayo; me pidió que interviniese, y por supuesto lo hice, con una conferencia sobre un aspecto más de tan rica figura: “El liberalismo humanista de Marañón”. Fue una reunión vivaz e interesante; a Marañón le hubiese gustado. Fui a ver a Muguel y los suyos en Somo, en el barquito que cruz la bahía”.

(Memorias 3. Una vida presente. Págs 379 y 380)





1 comentario:

  1. Estupenda entrada e impagable la foto: el señor Marías padre perfectamente vestido en la playa...

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